domingo, 9 de marzo de 2014

LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO III.


LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO III. La escuela rankeana. Historicismo y positivismo.



Introducción.

Prosiguiendo y en consonancia con el artículo LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO II. La Ilustración. Idealismo y revolución política. La revolución francesa; ¿Cómo podían solventar los teóricos y los historiadores que tenían esa fe ciega en el capitalismo, como última forma de progreso y como cúspide suprema de la especie humana, el problema de las clases trabajadoras que pensaban que: al igual que la burguesía se había hecho con del poder ellos también podían? 

         En Francia las teorías racionalistas e idealistas y de revolución política, como hemos visto, habían roto con la interpretación de la escuela escocesa de la economía política, que era la que otorgaba a la economía un carácter mecánico, autónomo e independiente del hombre, sin que este pudiera intervenir prácticamente, como vimos en el artículo anterior. Esto era muy peligroso para los intereses de la clase burguesa, ya que demostraba que el factor humano tenía un peso muy importante en la historia. Por lo tanto, las clases más bajas podían adquirir conciencia de su inmenso poder, eran mayoría y no tenían que temer ya a ningún statu quo inamovible, celestial y mecánico. A todos estos problemas se dio salida no sólo a través de represiones y reacciones autoritarias y proto-fascistas (1), como se podría comprobar a lo largo del siglo XIX, sino también elaborando una nueva forma de hacer historia que se autodenominó científica.

1. Historicismo y positivismo.

La escuela rankeana, el historicismo y el positivismo fueron los pilares de una nueva historia durante buena parte del siglo XIX y XX, que nos presentaba el orden establecido con unas características que siempre había tenido y que siempre tendría; porque como afirma Fontana: «Romanticismo, historicismo, interpretación Whig de la historia, positivismo, etc., son estrategias para un mismo objetivo: la preservación del orden burgués».
 
Ahora destacarían, desde mediados del siglo XIX,  una nueva estela de grandes pensadores como Niebuhr (1776-1831), Ranke (1795-1886), Comte (1798-1857). Era esta una nueva generación de intelectuales, la mayoría de los cuales no había vivido con uso de razón la Revolución Francesa. Sus teorías nacen en un contexto en el cual se va palpando el triunfo de la democracia burguesa al tiempo que hay que hacer frente a las nuevas fuerzas sociales, que empujan desde abajo, y a las nuevas teorías del socialismo utópico y posteriormente del socialismo científico.

El historicismo, aunque derivó en una narración inofensiva para la sociedad imperante, se presentaba con el objetivo de otorgar a la historia el supremo valor de la ciencia. La historia era importante para comprender la sociedad; historiadores y pensadores como Troeltsch, Wilhelm Dilthey, Friedrich Meinecke,  fueron seguidores de esta corriente de pensamiento.

El historicismo se encargaría de narrar la historia de los grandes reyes, papas, imperios y civilizaciones, sus objetos preeminentes de estudio. Se trataba de una narración, según ellos, objetiva, había que «contar los hechos y acontecimientos tal y como realmente ocurrían». Esta era una de las máximas de la escuela rankeana. Había que hacer de la historia una disciplina científica y rigurosa, que luego acabaría de nuevo legitimando el orden social. Y la única historia científica y objetiva realmente fiable debía ser la historia académica y oficial, la cual estaba hecha a partir de documentos oficiales y, por lo tanto, auténticos y fiables. 

Pero el historicismo, lejos de convertir a la historia en una ciencia como habían creído y querido muchos de sus seguidores, sirvió más bien para crear una mentalidad colectiva en la sociedad: siempre habían existido la jerarquización, guerras, batallas, ricos, pobres, etc. Pero esto era algo inamovible, se nos transmitía una historia que nos describía una sociedad en plena armonía, no había dialéctica alguna ni análisis de las contradicciones sociales y económicas.

Leopold von Ranke, discípulo de Niebuhr, fue quien desarrollo esta corriente historiográfica. Su primera gran obra fue Historia de los pueblos románicos y germánicos, 1494-1514 (1825-1871), a esta le seguirían Historia de los papas durante los siglos XVI y XVII, Historia de Alemania en tiempos de la Reforma, Guerras civiles y monarquía en la Francia de los siglos XVI y XVII. Como vemos una historia esencialmente política, de reyes y de la élite social. Y es que el historicismo surgió muy ligado a los nacionalismos del siglo XIX y fue utilizado para mitificar el concepto de nación y resaltar la historia épica de los pueblos germánicos.

Por otro lado surgía el positivismo que completaba esta visión de la historia y la sociedad (2). August Comte fue su fundador con su obra Curso de filosofía positiva (6 volúmenes 1830-1842). Fontana se refiere al positivismo con estas palabras: 

« Como ha dicho Gouldner: La burguesía necesitaba, por un lado, completar su revolución y, por otro, precisaba proteger su posición y sus propiedades del desorden urbano y la inquietud proletaria (...). La sociología profética y evolucionista de Comte sostenía que lo que se necesitaba para completar la nueva sociedad no era la revolución sino, más bien, la pacífica aplicación de la ciencia y el conocimiento: el positivismo ».

Fontana, J.: Historia: análisis del pasado y proyecto social. Ed. Crítica

Para el positivismo no había que buscar las causas o el porqué de los cambios o de las transformaciones, ni partía de dialéctica alguna; lo único que debíamos hacer era descubrir las leyes efectivas que regían la sociedad y el universo. Todo ello partiendo de que el pensamiento evolucionaba independientemente de la realidad material y de las contradicciones de cada sociedad, influido por el idealismo.

Teníamos pues una nueva forma de hacer historia, el historicismo, como hemos comentado,  que consistía en narrar y no en analizar crítica y explicativamente; lo que elevado a su máxima se convertía en historia política, biografías, etc. A todo ello el carácter científico lo daba el positivismo

Todo este pensamiento historiográfico vino a resolver el problema que, como vimos, se había creado con la revolución francesa en torno a la concepción economicista y mecánica de la historia que daba la escuela de la economía política.  Si esta dotaba de unas leyes celestiales a la economía, que evolucionaba prácticamente por si sola sin poder hacer nada el ser humano y sus ideas, ahora el positivismo idealista afirmaba que el pensamiento y las ideas evolucionaban de forma independiente desde un estadio clásico en el que se habían dado explicaciones sobrenaturales y metafísicas a otro realmente científico, pasando por una fase intermedia. Así se legitimaba el espíritu idealista y de las luces de la revolución de Francia y de nuevo se llegaba a la misma conclusión de la escuela escocesa, pero aplicado al intelecto humano, este había llegado a su última fase: el estadio científico o positivo. Y todo ello sin relación entre evolución material (economía, tecnología, medio natural, etc.) y evolución idealista (ideas, mentalidades, culturas).

El positivismo adoptó en gran parte el evolucionismo mecanicista del empirismo, que vimos en el capítulo dedicado a la escuela escocesa, pero dando una gran importancia a la lógica y al pensamiento humano, es decir a las ideas. 

De nuevo el estadio actual de la sociedad y del pensamiento en Europa eran el último y único válido. Otra vez se otorgaba un carácter inamovible a la sociedad por mucho que el proletariado y el socialismo se empeñasen en demostrar que la sociedad continuaba en dinámica (3). Así se combatía la tensión social y el peligro revolucionario, no sólo a nivel físico, coacción en la calle, y político, a través de las instituciones burguesas, sino también a través de la lucha ideológica e intelectual. Los grandes empresarios y banqueros podían estar a salvo. La burguesía conseguía así, una vez consolidada su revolución, crear nuevas tendencias ideológicas para evitar futuras revoluciones que la desbancasen del poder, como ella misma había hecho con la nobleza y el Antiguo Régimen. 

Conclusión.
 
Llegados a este punto es de resaltar la gran deficiencia del positivismo y el historicismo. El positivismo fue ante todo una forma de conciliar el idealismo y el racionalismo del continente con el empirismo de las islas británicas, una fórmula que demostraba que las ideas y el pensamiento eran en gran parte independientes e influyentes, pero que no podían ir mucho más allá de conocer las leyes inamovibles y naturales de la sociedad. Por lo tanto, el hombre como sujeto social, participativo y transformador en la dinámica de contradicciones de la sociedad quedaba bastante anulado, esta fue la gran deficiencia de esta ciencia positiva. Deficiencia que vino muy bien para resolver el problema de una revolución política llevada a cabo por los más desprotegidos.

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1. En El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte Marx está vislumbrando y adelantándonos, con una gran clarividencia, el fascismo en el siglo XX, que supuso el mayor fracaso del capitalismo y su mayor crisis, es por eso que utilizo aquí el término “proto-fascistas”.
2. Ya el propio Immanuel Kant intentó conciliar el racionalismo del continente con el empirismo inglés, sentado un claro precedente del positivismo.
3. Es importante resaltar que el positivismo sufrió una evolución desde sus orígenes hasta fines de siglo XX. A principio del siglo XX surgió lo que se denominó el positivismo lógico, un grupo de pensadores rechazó que la verdadera base del conocimiento estuviera en la experiencia personal y resaltó la importancia de la comprobación científica y el empleo de la lógica formal.


Francisco González Oslé. Profesor de Geografía e Historia.

martes, 4 de marzo de 2014

LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO II



LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO II. La Ilustración. Idealismo y revolución política. La revolución francesa


1. El contexto. 

Como vimos en el artículo Las grandes escuelas del pensamiento historiográfico I. La economía política. Evolución mecánica, determinismo económico e Historia, en las islas británicas predominaban: el empirismo, la experiencia sensible y sustancial, el determinismo económico y mecánico. En definitiva, el corpus doctrinario que formaba la denominada economía política. Pero esto era una evolución sin revolución política, sin ruptura. Aquello fue un pacto entre la nueva burguesía vanguardista, que empujaba desde su posición económica cada vez más potente, y la aristocracia y los valores e instituciones políticas del antiguo régimen inglés. Una burguesía comercial e industrial que controlaba ya los modos y medios de producción , pero que aún no se había hecho totalmente con el poder político, lo cual le interesaba para hacer una legislación acorde con los nuevos tiempos y conforme  a sus intereses.

            En el continente las circunstancias eran muy distintas, los cambios estaban produciéndose de otra manera y todavía tenía mucho peso el racionalismo de Descartes, cuya teoría del conocimiento afirmaba que el hombre podía conocer, no a través de la experiencia sino de ideas innatas que poseía en su mente (se podía conocer a Dios a través de la razón).

A su vez la influencia del idealismo trascendental del alemán Immanuel Kant también tuvo su peso; aunque el Kant maduro estableció ya una síntesis del empirismo y del idealismo. Pero era evidente que el movimiento de los ilustrados franceses era un movimiento de ideas que quería influir en las mentalidades. 

Por lo tanto, en Francia se daba un gran importancia a las ideas, no había que esperar a que la evolución económica trajese una nueva forma de gobierno al servicio de la burguesía; no bastaba con eso, había que hacer la revolución. Una revolución política en la que jugaba una gran importancia la liberación intelectual de las masas a través de la Ilustración. Para ello se hizo, como sabemos, esa gran obra que fue la Enciclopedia en la que participaron teóricos como Voltaire, Diderot o Rousseau, entre otros. 

¿En qué desembocó todo ello?, pues en una revolución política, en la cual se dio un paso más. La burguesía no pactó con la nobleza, como ocurrió en Gran Bretaña, sino con el pueblo llano y el campesinado. Esto provocó a la larga un miedo terrible entre la propia burguesía a posteriori, pues temieron no poder parar la revolución en el momento oportuno y que los que empujaban desde más abajo se hiciesen con el poder.

Veamos el siguiente esquema: 

INGLATERRA:

- Empirismo: conocimiento a través de la experiencia sensible
- Evolución económica y mecánica sin revolución política.
- Cambios sociales, dos posturas:     
                              
  •  Radicales: abolir la propiedad.
  • Conservadores: Conservar la propiedad.
- Los radicales tienen menos peso que en Francia.
- Pacto entre nobleza y burguesía.
- La monarquía se mantiene: monarquía parlamentaria. Como luego ocurriría en Prusia o España. 

FRANCIA: 

- Idealismo y racionalismo conocimiento a través de las ideas. Ilustración.    
- Necesidad de revolución política.
- Cambios sociales, dos posturas: 

  • Radicales: abolir la propiedad. Iguales de Babeuff. Radicales más peso que en Inglaterra.
  • Conservadores.  Conservar la propiedad. 
- Colaboración entre campesinado y gran masa de trabajadores y burguesía.
-Ruptura política: república.

2. El liberalismo idealista y racionalista de la Ilustración.  

Desde 1789 y a lo largo de todo el siglo XIX Francia fue un eterno y doloroso parto hasta que se impuso la república. Hubo un continuum de acción y reacción en el cual se debatían por el poder desde la gran burguesía conservadora, que deseaba un pacto con la nobleza y la monarquía, hasta la pequeña burguesía más exaltada, los jacobinos de Danton, Marat o Robespierre y sus herederos decimonónicos, que preferían contar con el apoyo de las clases más populares y sus ideólogos, como los Sans Culottes o los Iguales de Babeuff

«La revolución francesa no es más que el heraldo de otra revolución mayor que será la última (...). La ley agraria o el reparto de los campos fue el voto inmediato de algunos soldados sin principios, de algunos poblados movidos por su instinto más que por la razón. ¡Nosotros tendemos a algo más sublime y más equitativo, el “bien común” o la “comunidad de los bienes”!. No más propiedad individual de las tierras, “la tierra no es de nadie”. Reclamamos, queremos el disfrute en común de los frutos de la tierra: “los frutos son de todos”. Declaramos no poder seguir sufriendo que la inmensa mayoría de los hombres trabaje y se esfuerce al servicio y para el placer de la pequeña minoría (...)»1.

Actitudes y sentimientos como los de los Iguales o los Sans Culottes, y episodios como la quema de propiedades y de los libros de cuentas de los señores feudales en el campo, pusieron el grito en el cielo de la burguesía más conservadora y de la nobleza (2). La revolución francesa ya no tenía nada que ver con la Gloriosa de Inglaterra; se había ido más lejos. Las circunstancias sociales de Francia y la influencia de la Ilustración y el idealismo habían demostrado al pueblo llano y a los campesinos que a través de una revolución política llevada a cabo por hombres, en el momento adecuado de confluencia de factores, se podía dar un paso más hacia una nueva sociedad. No había que dejarse llevar por ninguna evolución económica determinista y mecánica, por ningún laissez feur, laissez paseur. Los hombres podían hacer su propia historia y transformar la sociedad. 

Pero todas estas actitudes serían aplastadas una y otra vez en ese círculo vicioso y en esa dinámica innata de la revolución francesa a lo largo del siglo XIX. Cuanto más presionaban los de abajo y los más radicales y más cerca estaban del poder, más se radicalizaban los conservadores y más se homogeneizaba el bloque conservador. Así fue como se llegó al Directorio, al Imperio de Napoleón y al autogolpe de Luis Napoleón Bonaparte en 1851.

Esta dialéctica que se dio en Francia desde 1789 y en varios momentos del siglo XIX, fue un antecedente ejemplar de lo que pasaría en muchas jóvenes y débiles democracias burguesas ante problemas sociales y cuestiones de todo tipo a las que no sabían dar salida. Ocurriría por ejemplo en episodios del siglo XX como la crisis de la república de Weimar en Alemania o la tensión de la II República española. La democracia burguesa se presentaba siempre como término medio y solución objetiva a todos los problemas. Pero cuando las clases populares, de acuerdo con unas determinadas circunstancias personales y coyunturales, se decidían a exigir y a ocupar campos y fábricas y a hacer la revolución el pánico cundía en los sectores más conservadores, y la burguesía moderada se «caía» hacia la derecha más ultra. Estos han sido momentos en la historia de guerras civiles o de ascenso de regímenes autoritarios como el franquismo o el ascenso del nazismo en Alemania. Toda la burguesía se atrinchera en un fuerte aparato estatal burocrático y militar para hacer frente a la revolución. Es así como la democracia burguesa genera sus propias condiciones de autodestrucción. La burguesía no se da cuenta, o sí, de que su gobierno democrático la destruye a ella misma, desapareciendo el libre mercado y apareciendo un proteccionismo estatal y centralizado, pero preservándose siempre la propiedad privada y los monopolios. 

Este tipo de planteamientos son analizados con gran clarividencia por Marx en El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte. Elisa Chuliá, en una introducción a esta obra de Marx afirma lo siguiente

«Fija (Marx) su atención principalmente en las motivaciones y estrategias de la burguesía, que empujada por las contradicciones del sistema que contribuyó a edificar tras la Revolución de 1789, abandona las demandas políticas supuestamente propias de su clase, es decir, el mantenimiento de un régimen liberal. Cede, por tanto, su poder de gobierno a cambio de ver preservados sus intereses económicos y recibir protección ante la amenaza obrera. ¡Dura lección la que la segunda República enseña a los burgueses, que “sólo pueden continuar explotando a las otras clases y gozando tranquilamente de la propiedad, la familia, la religión y el orden, bajo la condición de que su clase sea condenada, junto con las otras, a la misma unidad política!» (3).

Por lo tanto, volviendo a la Revolución Francesa, esta había ido mucho más lejos. De la concepción Whig de la historia propia de las islas británicas y de la escuela escocesa, que favorecía plenamente y estaba hecha por y para la burguesía, se había pasado a otra interpretación donde el gobierno de la burguesía estaba en peligro, ya fuese por la revolución social o por la reacción más autoritaria. Los ilustrados más exaltados y el peso del idealismo en el continente habían echado por tierra el evolucionismo economicista que aseguraba a la burguesía en el poder.

Conclusión.

Había que idear nuevas formas de hacer historia para preservar el statu quo al nuevo gobierno burgués.  Surgieron nuevas escuelas historiográficas en el continente que darían el soporte a este problema, destacando la escuela rankeana. Esta forma de hacer historia también se autodenominaría de científica, objetiva y rigurosa, y estaba influida, al igual que la Ilustración y la Revolución Francesa, por la filosofía idealista del continente, pero sería un idealismo más irracional, espiritual, el espíritu de las naciones frente a las revoluciones sociales. Ahora no se trataba de transformar sino de preservar la sociedad capitalista frente a la revolución social. Es ahora cuando entra en juego la escuela rankeana y el positivismo que veremos en otra ocasión.

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1. Fontana, J.: Historia: análisis del pasado y proyecto social. Ed. Crítica. Este texto extraído de esta obra de Fontana y cuyo autor es Sylvain Maréchal, expone muy bien el sentimiento del movimiento de los Iguales.
2. Tal es el pánico que despertaron estos episodios que, como sabemos, la ocupación y quema de las propiedades señoriales se ha denominado en muchos libros de historia la Grande peur, es decir el gran miedo.
3. Marx, K.: El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte. Ed. Alianza Editorial.


Francisco González Oslé. Profesor de Geografía e Historia.

sábado, 1 de marzo de 2014

Vuelven viejos fantasmas a Europa. Ucrania y la crisis de Crimea.




Vuelven viejos fantasmas a Europa. Ucrania y la crisis de Crimea (2014).

Francisco González Oslé
Licenciado en Historia. Universidad de Cádiz.
CAP. Universidad Complutense de Madrid.


Antes de comenzar  me gustaría aclarar que esto no es ningún alegato en contra de los alemanes aunque pudiera parecerlo, sino una breve reflexión sobre las disputas existentes en Europa Oriental, más concretamente en Ucrania, haciendo retrospectiva histórica. Es evidente que tanto Alemania como Rusia tienen intereses en la zona. La susodicha reflexión no supone eximir a unos ni culpar a otros como ciudadanos, pero si esclarecer la responsabilidad política e histórica de los actores implicados.

El conflicto.

A 1 de marzo de 2014 lo que está sucediendo en Ucrania es más que un golpe de estado pro-Unión Europea, que también lo es en la práctica, es más que un ascenso de los grupos paramilitares neofascistas, que también lo es, es más que un malestar social por la corrupción y la desigualdad social desde la caída del socialismo, que también lo es. Es además una muestra más del antagonismo que se produce cada vez que Alemania o Mitteleuropa, según se quiera, se expande hacia el este ya sea militar, política  o económicamente.

Desde 1870 cuando se forma la «pequeña Alemania» en torno a Prusia la expansión hacia el este de Alemania ha sido uno de los grandes quebraderos de cabeza de Europa. Primero fue apoyando a Austria - Hungría, desencadenándose la Primera Guerra Mundial, y luego fue por la propia expansión del III Reich alemán. Y tras un largo período de 50 años, que permaneció dividida entre el férreo socialismo y la influencia de EEUU, desde 1990 Alemania llevó acabó una vez más su «milagro»; un vertiginoso crecimiento económico y un despliegue institucional convirtiendo a la UE en su plataforma para legislar en favor de sus influencias en Europa del Este y sus capitales. Afirma Jacques Le Rider en su libro Mittleeuropa:

«El día después de la Primera Guerra Mundial, pese a los tratados de Versalles y de Saint German, la industria y los capitales alemanes no tardaron en hacer de la Europa central un coto privado. El gran Realpolitiker de los nuevos equilibrios europeos, Gustav Stresemann, opinaba que Alemania se equivocaría si se arriesgaba a una nueva guerra, ya que con una buena diplomacia, sostenida por la expansión económica y comercial, podía obtener resultados igualmente satisfactorios (…)»[1]

Evidentemente parece que estos consejos fueron en vano a juzgar por la política del III Reich. Pero, continúa Jacques Le Rider: 

«Desde 1949, a medida que la Ostpolitik le abría, poco a poco, mercados cada vez mayores, de nuevo fue por el comercio y sus créditos por lo que la RFA alcanzó una posición de primer plano al este de sus fronteras, y después de 1989-1990, muchos de los observadores temen la reconstrucción de una hegemonía económica alemana en el centro y este de Europa. Temores atenazados, es verdad, por el espectáculo de las muy graves dificultades económicas y sociales de la Alemania reunificada y de los estados liberados dl yugo soviético»[2].

La expansión de capitales hacia los países del este fue un hecho desde la caída del socialismo y parecen probados sus intereses en la desintegración de Yugoslavia  (para ello recomiendo el libro Ubú en Kosovo de la editorial El Viejo Topo).

Ahondando más en la cuestión, esto es lo que afirma un ciudadano de Crimea según el periódico El País: «Tengo origen ruso, un apellido alemán y soy ciudadano de Ucrania». Creo que es la frase que mejor resume el choque Alemania - Rusia en la zona  y la herencia a nivel humano que ha dejado la historia contemporánea en la zona. 

Viejos fantasmas del pasado pululan por la zona. La participación y el ascenso de grupos neofascistas organizados bajo una disciplina y jerarquía paramilitar han sido incluso bien vistas por parte de la población que protesta y totalmente callada por la mayoría de los medios de los países de la UE. Estos grupos neonazis se componen de viejos nostálgicos germanófilos y neofascistas de nuevo cuño en Ucrania e intentan canalizar el malestar social a su favor.

Estamos ante dos cuestiones transversales y estructurales, que perviven desde antaño y cada cierto tiempo resurgen. Dos vectores:

- De un lado, el choque Alemania (U)-Rusia.

- De otro, una crisis social, económica y política, acompañada de corrupción.

Ambos vectores se entrelazan, siendo el segundo canalizado por el primero según las zonas de influencia. La zona occidental más pro-europeísta ve la solución en la UE y el acercamiento a Alemania y la oriental, de mayoría rusa, mira a Rusia con la nostalgia del socialismo, a pesar de que Rusia nada tiene que ver con el socialismo; pero equivocadamente identifican socialismo con Rusia y con la liberación durante la II Guerra Mundial. 

En cualquier caso no pretendo extenderme más sobre el caso, sino mostrar una pequeña reflexión. Mi pretensión es con estos breves párrafos dejar constancia de que más allá de los conflictos étnicos, sociales, políticos, los cuales existen y se entrelazan, vuelven los fantasmas del pasado. Muchos ingenuamente pensaban que las fronteras de los viejos Estados-Naciones ya no existían, que ahora mandaban las transnacionales, pero se equivocaban, las transnacionales legislan desde sus Estados y estos son los que establecen las fronteras, al menos por ahora, al tiempo que la incertidumbre social del ciclo actual del capitalismo ha derivado en un resurgir de los nacionalismos más rancios, impulsivos e irracionales. 

La Historia una vez más demuestra comportamientos repetitivos, no iguales pero sí similares, y adoptando diversas formas. Alemania, como hizo tras la Primera Guerra Mundial, se recuperó en una década de su división en dos tipos de Estados y consiguió erigirse en la economía de Europa utilizando a la UE para extender sus influencias legalmente. Aquellos que pensaban que con la caída del socialismo vendría la calma olvidaban que la dinámica del sistema capitalista volvía a sus antiguos derroteros, los choques de intereses entre las grandes potencias y los nacionalismos.

Conclusión 

Recuerdo que desde que cayó la URSS y todo el bloque socialista, el discurso del neoliberalismo era que ya no habría más conflictos entre países. Que lo único que podía desequilibrar el panorama internacional eran los terrorismos o el choque entre religiones. La política no existiría del mismo modo que hasta entonces, solo existiría la economía de las multinacionales y de las transnacionales, lo cual se tomaba como algo positivo, armonioso y estabilizador. No habría fronteras prácticamente, mandarían las leyes del mercado transnacional, como elementos de poder en general. Se habló de la crisis del Estado-nación incluso. Pues bien yo era uno de esos historiadores que defendía la tesis de que el Estado-Nación, integrado en algunos casos en macro-unidades supranacionales, seguía existiendo tal cual representantes y defensores de las respectivas multinacionales y capitales en general. El ejemplo de Ucrania es uno más de que así es, el otro gran ejemplo es el rescate público del Estado - Nación a los bancos. Las teorías neoliberales se olvidaron de que el capitalismo continúa con sus contradicciones poniendo frente a frente a los propios intereses capitalistas. 

La crisis de Crimea que estamos viviendo es la máxima tensión que recuerdo desde la caída del socialismo. Esta tensión la preveía un profesor mío y otros tantos historiadores  en las universidades hace ya más de 10 años. La Historia no sólo es retrospectiva, sino que en algunos casos puede ser prospectiva.
 




[1] Le redier, J.: Mittleruropa. Posición histórica de Alemania en la Europa central. Barcelona, 2000. Ed. Idea Books.

[2] Ibídem.