lunes, 16 de enero de 2017

EL DOCE DE OCTUBRE, ¿FUNDAMENTACIÓN HISTÓRICA O CONSTRUCCIÓN DE UN PARADIGMA NACIONAL?


 EL DOCE DE OCTUBRE, ¿FUNDAMENTACIÓN HISTÓRICA O                                 CONSTRUCCIÓN DE UN PARADIGMA NACIONAL?


La efeméride del doce de octubre y los festejos que conlleva suelen ser motivo de debates y polémicas todos los años entre diversas tendencias ideológicas y políticas. Las discrepancias no vienen sólo en sí por el Día de la Fiesta Nacional, sino además por la idoneidad o no de la fecha. Las respuestas a favor y oficiales se fundamentan en  que en 1492 España era prácticamente un Estado, incluso con rasgos culturales comunes y con caracteres casi nacionales, si no carecería de sentido festejar el día de una nación en una fecha en la que aún no se ha construido dicho país. Se alegan muchos conceptos y cuestiones: encuentro de dos civilizaciones, descubrimiento de América, expansión cultural y lingüística de España, etc. En cualquier caso, lo que se celebra de facto popularmente es el día de España, de los españoles, de nuestra nacionalidad. Desfiles, pompa, boato, banderas y actos conmemorativos se entremezclan ese día.

Pero, aparte de las respuestas populares y políticamente correctas que podamos escuchar o leer, se hace necesario profundizar; esto supone ir a los fundamentos históricos de la fecha y de la celebración.

Las justificaciones son diversas, pero en lo que respecta a lo institucionalmente estipulado la respuesta a por qué se festeja la fiesta nacional el doce de octubre la estableció oficialmente la Ley 18/1987, de 7 de octubre. Pero la justificación legal necesitaba de un fundamento histórico, así según la Exposición de Motivos de la citada ley:

«La fecha elegida, el 12 de octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos».[1]

Como apreciamos, se afirma o insinúa que España está a punto de concluir el proceso de construcción de un Estado, incluso con ciertos rasgos nacionales. Y esto que establece una ley, ya venía desde mucho antes siendo un fundamento histórico y político esgrimido durante el franquismo y las primeras décadas de la democracia, incluso actualmente se sigue usando en no pocas ocasiones.

¿Existían un Estado español y un sentimiento nacional de pertenencia a un país en 1492? Problemas de construcción del Estado nacional 

Lo que más llama la atención de la argumentación histórica, política y tradicional, es esa concepción de Estado, de rasgos nacionales y de cierta unidad en España durante aquella época, última década del siglo XV. Lo cual parece insinuarse en la propia legislación, como hemos visto: «España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado (…)». Pero, ¿en qué situación político – administrativa, económica y cultural se encontraba la península ibérica durante la dinastía Trastámara y sucesorias?, ¿estaba «España», o estaban «las Españas», a punto de concluir su construcción como un Estado nacional, como parece argüir la fundamentación histórica oficial y tradicional?, ¿fue el reinado de los Reyes Católicos tan sublime como efímero (30-35 años) como para concluir en estas fechas la construcción de un Estado con rasgos nacionales?

La historiografía de corte tradicional consideraba y considera que la construcción de España como nación comenzó a vislumbrarse con la Reconquista y empezó a iniciarse con la resistencia que lidera don Pelayo en la batalla de Covadonga (722). No obstante, parece ser que empieza a estar cada vez más aceptado, aunque aún existen reticencias, que durante la llamada comúnmente «reconquista» lo que había era una gran mezcla étnica, religiosa, social, lingüística, cultural y una disparidad de reinos y condados extraordinaria. En el bando cristiano existía, pues, un conjunto de reinos con rasgos feudales, que disputaban entre sí o se unían dinásticamente o separaban según intereses de linajes; sólo les unía un espíritu de cruzada. Pero la mitificada batalla de Covadonga fue más una escaramuza que el comienzo de una “heroica guerra de liberación” de una España que aun ni existía como la podríamos entender hoy. Incluso en la famosa batalla de las Navas de Tolosa (1212), que bien podría ser considerada más importante que Covadonga, y sin embargo es menos conocida, se hizo necesaria la mediación del papa Inocencio III para crear un ejército cristiano unificado de los reinos existentes e independientes, sintomático de las diferencias de intereses.

Es importante, por lo tanto, entender que el argumento político, histórico y jurídico que trata de fundamentar que España está a punto de concluir el proceso de construcción de un Estado con caracteres nacionales en estas fechas, precisamente está en conexión con la opinión que afirma que su proceso de construcción comienza con la llamada «Reconquista» y con la batalla de Covadonga. Pero, como afirma Pierre Vilar:

«Una reserva. Desde el punto de vista nacional, la España de la Reconquista se disgrega más que se unifica. El León de los siglos IX a XI, la Castilla hasta mediados del XII, no cesaron de declararse herederos de los soberanos visigodos; sus reyes se hicieron llamar «emperadores de toda España». Pero la idea chocó con las realidades. Geográficamente, la lucha se emprendió en sus orígenes partiendo de territorios montañosos, físicamente aislados. Históricamente, la guerra contra los moros favoreció las tentativas de independencia: Castilla se desgajó de León, el Cid estuvo a punto de crear el estado de Valencia, y Portugal se desarrolló independientemente; en el este, la Reconquista tomó, en el siglo XIII, una forma federativa: Valencia y Mallorca fueron erigidas en reinos, junto a Aragón y el condado catalán; la propia división en taifas de la España mora favoreció esta fragmentación. Asturias, León y Castilla, Galicia y Portugal, Navarra, Sobrarbe, Aragón, Ribagorza, los condados catalanes se agregaron o disgregaron durante largos siglos al ritmo de las uniones matrimoniales y de las sucesiones de familia. Cada país acabó por adquirir y conservar el orgullo de sus títulos y de sus combates, la desconfianza para con sus vecinos. Señores aventureros y municipalidades libres contribuyeron a aumentar este espíritu particularista».[2]

            Por lo tanto, desde las primeras luchas entre cristianos y musulmanes en el siglo VIII y hasta el siglo XV no existió ningún atisbo, ningún síntoma, de unidad de ningún tipo, tan solo el religioso, e incluso en este aspecto se consiguen poner de acuerdo con muchos matices, dificultades, y, a veces, con mediación del papado.

Ni mucho menos se ha iniciado un sentimiento nacional o se han sentado las bases de construcción de un Estado. Otro sí, atendiendo a lo político, institucional y jurídico ha habido una amalgama de relaciones hostiles y también diplomáticas o pacíficas según los intereses y el momento. Diversos condados y reinos forman la península, limitados además por el entramado feudal y por sus propias jurisdicciones.

1. Los Reyes Católicos. Intentos frustrados


Situémonos en 1469 cuando se produce el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, el cual accede al trono aragonés en 1479, sucediendo a Juan II. Es en esa fecha cuando se produce la unión dinástica de ambas coronas[3]. En enero de 1492 este era el panorama político y cultural en la península ibérica: dos coronas independientes unidas por una dinastía,  Aragón y Castilla, por otro lado el Reino de Navarra, el Reino de Granada y el Reino de Portugal.

Ilustración 1. Las lenguas y dialectos en la Península Ibérica hacia el 1500. AAVV: Atlas histórico de España I. Ed. Istmo. Madrid, 2000, p. 166.





               Las coronas de Castilla y de Aragón solo estuvieron unidas por tres elementos comunes, no solo durante el reinado de los Reyes Católicos, sino también durante buena parte de la Edad Moderna: religión, dinastía y una cierta diplomacia exterior; siendo esto muy relativo, pues Castilla cargó con el mayor peso demográfico y económico en lo que respecta a las guerras de conquista del Imperio. Mientras Aragón en su «federalismo pactista» tenía que votar las decisiones en las cortes de cada reino. Por tanto, incluso en ciertos aspectos de política exterior no se puede considerar que hubiese una unión manifiesta, como veremos más adelante. Y esta tónica se extendió, aunque con matices, evoluciones y retrocesos, hasta la llegada de los Borbones en 1700 tras la guerra de Sucesión. No obstante, incluso durante el siglo XVIII no se puede hablar en puridad de un Estado nacional.

Vayamos por partes:


Castilla, llegaba a 1492 con un aumento del poder de la monarquía feudal sobre los señores feudales. Durante el siglo XV aparecía la figura del válido. Álvaro de Luna fue el más destacado (reinado de Juan II), este tuvo en mente un programa centralizador pro-monárquico opuesto a los intereses y derechos feudales nobiliarios; lo cual se apreció en un aumento de la centralización impositiva, una reorganización hacendística e intentos por imponer un sistema judicial más centralizado, así como en su intervención en la elección de obispos. Todo ello en detrimento del poder nobiliario, lo cual originó serias disputas entre la monarquía y la nobleza feudal. 

Por lo tanto, hablar tan solo en Castilla, en 1492 de la culminación de un proceso de construcción estatal supone falta de rigor y una realidad sesgada. La dinastía Trastámara durante el siglo XV apenas había podido, con muchas dificultades, iniciar la construcción de una monarquía sólida y autoritaria, sin poseer jurisdicción sobre todo el territorio de ambas coronas, ya que la jurisdicción señorial estaba en su esplendor. Es sintomático que en Castilla, si bien desde las partidas de Alfonso X, el Sabio, se estaba intentando imponer una justicia regia, no sería hasta los Austrias cuando se fuera consolidando un sistema polisinodial fuerte (consejos que constituirían la base del poder estatal) [4]. Este sistema de consejos, y por ende los intentos de crear un aparato estatal moderno, se inició tímidamente por los Reyes Católicos, pero no concluyó como afirma la ley. 


Ilustración 2. La Rendición de Granada. Francisco Padilla, 1882. Óleo sobre lienzo. Disponible en: http://www.senado.es/web/conocersenado/arteypatrimonio/obrapictorica/fondohistorico/detalle/index.html?id=SENPRE_014124#. Se encuentra en la Sala de Conferencias del Senado. Se encargó por el presidente del Senado de la época, Manuel García, para realzar la unidad española afínales del siglo XIX. Algo muy alejado de la realidad en tiempo de los Reyes Católicos. Como cuestión sintomática se podría destacar el lugar preeminente que ocupa Castilla representada por Isabel en primer plano y su caballo blanco, que destaca mucho más. Castilla sería la Corona que eclipsaría a Aragón en los siguientes siglos, sobre todo tras los Decretos de Nueva Planta en 1707 -1714.





Por su parte, Aragón aún estaba en las antípodas de un poder monárquico absolutista, e incluso autoritario, como para construir unas instituciones estatales modernas. Esta corona se había constituido como una especie de «federación de reinos», un modelo de pactismo: Valencia, Aragón, Cataluña y Mallorca. Cada reino dentro de Aragón poseía sus cortes, sus monarcas. Como afirma Eduardo Manzano Moreno[5] en Cataluña la legislación regia estaba sometida a los derechos feudales y comunales, y debía contar con la aprobación y consentimiento de barones, señores, prelados, ciudadanos, caballeros. Cada reino dentro de la Corona de Aragón conservaba sus cortes y tenía sus competencias, por su puesto los señoríos solariegos y abadengos tenían jurisdicción propia. Las cortes aragonesas se abrían con la declaración de agravios de los estamentos, al revés que las castellanas en las que primaban los asuntos regios, esto limitaba más la actuación del monarca.

Navarra. Hasta 1512 permanece independiente. Entre la órbita francesa, la castellana y la aragonesa ha pululado siglos atrás; durante gran parte del siglo XV ha estado sumida en guerras civiles. No será anexionada hasta 1512 por Fernando el Católico, aun así conservará sus fueros y autogobierno. 

Portugal, se había desarrollado independientemente entre intereses nobiliarios pro-castellanos e intereses comerciales burgueses más cercanos a ultramar; el amiguismo inglés a lo largo del siglo XVI complicará los afanes castellanos.

El Reino Nazarí de Granada. No solo es independiente sino que encierra una diversidad étnica y religiosa, con predominio evidente de la cultura árabe y del islam. Posee pues unas formas sociales, económicas, jurídicas, religiosas y políticas peculiares y rasgos bastante distintos al resto de reinos peninsulares. 


Ilustración 3. Los distintos reinos de la península en 1480. AAVV.: Atlas histórico de España I. Ed. Istmo. Madrid, 2000, p.136.




Por lo tanto, no concluyó ningún proceso de construcción estatal en época de los Reyes Católicos[6], como afirman la legislación española al respecto y las argumentaciones políticas tradicionales, ni hay un sentimiento nacional, como se ha defendido desde posturas ideológicas particulares, ni pudo ser así por la propia naturaleza de los acontecimientos.

En época de los Reyes Católicos, no tenemos más que «unas Españas», tal como comentan algunos testimonios de la época y como afirman historiadores como Pierre Vilar o Antonio Miguel Bernal, entre otros. De este modo Manzano Moreno afirma que los defensores del propio Álvaro de Luna, válido de Juan II de Castilla, en sus testimonios del siglo XV afirmaban lo siguiente refiriéndose al mismo: «el más famoso e nombrado varón, que en nuestros tiempos, sin tener corona, en las Españas ovo»[7] . Destaca pues el concepto de «Españas» como realidades diversas e independientes dentro de un territorio que había sido denominado en la Antigüedad ya Hispania por Roma. Y aunque el término España pueda aparecer, extraoficialmente, en algunos testimonios, este no define las realidades, las cuales son que no había unidad, Estado, nación, ni nada que se le pareciese, sino particularismos. 

Cierto es que, como ocurre, en Inglaterra (dinastía Tudor), Escocia (los Estuardo) o Francia (los Valois), en España se impone brevemente (pronto llegarán los Austria) una dinastía (Trastámara) que va a sentar las bases de la monarquía plurivasallática autoritaria, pero de carácter patrimonial, es decir autoritaria en su jurisdicción. No obstante, esta monarquía sobresale por encima de otros poderes (ciudades, nobleza, clero), pero aún depende de muchas fuerzas sociales, pactos, mecanismos y medios para seguir fortaleciéndose.

Por otro lado, no debemos confundir Estado con monarquía y su fortalecimiento, aunque aquel sea creado fundamentalmente desde la institución monárquica apoyándose en la burguesía y en las ciudades, la monarquía tiene un carácter aun patrimonial más que estatal. No obstante, los Reyes Católicos sentaron unas bases para una futura construcción de un Estado moderno, pero este no prosperaría al llegar al trono la casa de Habsburgo (Austria) con otros afanes distintos más ligados a los intereses imperiales dinásticos.

           Estos fueron los elementos sentados y empleados por los Reyes Católicos para intentar crear los pilares de un poder estatal fuerte:

­­­˗ Originales elementos para una administración que fortaleciese al poder monárquico como lo fueron: la creación de los primeros consejos que darían lugar a un sistema polisinodial, la creación de chancillerías -hubo dos: Valladolid y Granada­- , la construcción de un ejército de carácter más profesional (acometieron un control de las órdenes militares), el intervencionismo regio en los municipios a través de la generalización de la figura el corregidor (delegados regios en las ciudades), reorganización hacendística y de los sistemas impositivos, creación de los juros y establecimiento de la Santa Hermandad. 

˗ Unidad religiosa tras la conquista de Granada y establecimiento del Tribunal de la Santa Inquisición. Este suceso hay que matizarlo, este tribunal pasó al control regio tras la autorización del papado, respecto a nombramientos y formas de proceder, configurándose como instrumento del poder político. Pero el problema vino de que la monarquía se topó con el rechazo a priori de las cortes aragonesas a la hora de ser establecido en dicha corona este tribunal. Estas cortes veían en esta institución regia una intromisión en sus fueros. Aunque finalmente hubo concordia y acuerdo entre rey y cortes aragonesas, en la práctica la sociedad aragonesa rechazó a los nuevos inquisidores impuestos, produciéndose protecciones de señores de la Corona de Aragón a supuestos «herejes» a los que hicieron vasallos suyos, o dándose el caso de incluso motines, terminando uno de ellos con el asesinato del inquisidor Arbués en Zaragoza. Este fue un ejemplo más de las dificultades para unificar reinos, incluso a nivel de un tribunal común como fue el de la Inquisición.

˗ Unidad dinástica. Quizás el pilar más sólido, no por ello exento de dificultades.

 ˗ Política exterior, todavía tímidamente común, como hemos mencionado antes, y llena de matices. A este respecto, a modo de ejemplo, resulta curiosa la forma en que se gestionó la cuestión de las Indias. Si bien, tal como afirma Miguel Bernal, en los documentos oficiales (cartas, capitulaciones, acuerdos, instrucciones, cédulas, etc.) figuraba la firma de los dos reyes sin aparecer exclusividad castellana o prelación. Sin embargo, en el testamento de Isabel de Castilla, esta establece la herencia de las Indias de tal manera que esgrime que deben seguir perteneciendo a los reinos castellanos, como si pertenecieran oficialmente a los mismos[8]:

«Otrosí, por cuanto las Islas e Tierra Firme del Mar Océano, e Islas de Canaria, fueron descubiertas e conquistadas a costa destos mis Reynos, e con los naturales dellos, y por esto es razón que el trato e provecho dellas se aya e trate e negocie destos mis Reynos de Castilla y de León, y en ellos venga todo lo que dellas se traxere: porende ordeno e mando que así se cumplan, así en las que fasta ahora son descubiertas, como en las que se descubrirán de aquí adelante en otra parte alguna».[9]

Esclarecedor es en el texto que ni por asomo aparece referencia alguna al Estado español en una cuestión de política exterior. Con lo que, aunque se estaban estableciendo las bases de una posible unidad futura, más acorde con interese dinásticos patrimoniales que con las realidades y sensibilidades particularistas, aun así se aprecia en el testamento el afán por preservar para Castilla los territorios de ultramar. En época de los Austrias a la hora de aprobar en cortes los presupuestos para sufragar la política exterior y el mantenimiento del Imperio carolino también se apreciarán estos problemas.

Con los Reyes Católicos, por tanto, no concluye ningún proceso estatal; mas al contrario, se atisba un proyecto que no llegará a cuajar ni tan siquiera con los Austrias. Como afirma Miguel Bernal: 

« (…) el papel de las dinastías como eje vertebrador de la unidad e integración nacional, solo adquieren carta de naturaleza cuando, tras arrancar el último tercio del siglo XV, consiguen proyectar sus reinados a lo largo del siglo XVI, que es en realidad la centuria en la que el concepto y naturaleza de Estado moderno empiezan a adquirir cierta consistencia desde la teoría y práctica políticas. Visto de este modo el papel de los Trastámara como referentes del nacionalismo hispano se diluye y queda como dinastía típicamente medieval ajena a la modernidad, y que apenas consigue proyectarse en la centuria del quinientos».[10]

            Es decir, tímida monarquía autoritaria plurivasallática, pero no nacional, con muchas limitaciones para proyectar un Estado. No obstante, esto no quiere decir que algunas tendencias, fundamentalmente asentadas en ultramar, no empezasen a mostrar un cierto sentido de pertenencia a algo común. Esto se aprecia, de acuerdo con Antonio Miguel Bernal, en cartas y testimonios de colonos y pobladores de las américas en donde aparece el término «españoles», a pesar de que aún no existe dicha nación española, ni un Estado nacional[11]. Parece ser que el sentido de pertenencia a algo común vino desde situaciones externas, pero aún no era algo sólido.

2. Los Austrias. Imperio y universalismo


A la muerte de Isabel de Castilla en 1504 hay una disputa por el trono castellano entre los intereses de los Trastámara (Fernando) y de los Habsburgo (Felipe, marido de Juana). Aunque en su testamento Isabel designa a su hija Juana como heredera, se afirma que si esta no está en condiciones de gobernar, será Fernando de Aragón el regente del Reino. Felipe, marido de Juana, consigue imponer su línea, y se considera a Juana que está en condiciones de reinar, siendo "de facto" realmente Felipe (Habsburgo) quien va a gobernar. De este modo, queda rota «de facto», aunque no jurídicamente, la unidad dinástica de los reinos de Aragón y Castilla. Es decir hablamos no ya de la inexistencia de una unidad en la práctica sino de que ni tan siquiera la dinastía Trastámara está gobernando "de facto" en ambos territorios durante este paréntesis. Así se impone en Castilla el gobierno real de los intereses de los Habsburgo y en Aragón permanece Fernando como rey, los Trastámara. Estamos en las antípodas de un Estado nacional.

            Con la llegada de los Austrias, el proyecto de Estado moderno y nacional de los Trastámara se desvirtúa y se resquebraja, por los siguientes motivos:

- El proyecto y deseo imperial patrimonial y universal, más que castellanos y nacionales, de los Austrias frustraron un posible proyecto de Estado y de nación que podría haber proseguido las bases que crearon los Reyes Católicos y Trastámaras anteriores. Sintomático de ello son, entre otros factores: la política imperial, sobre todo de Carlos V, el cual casi nunca residió en Castilla, preocupado más por la política exterior que por sus coronas ibéricas, los intentos de imponer consejeros no castellanos por parte de Carlos V y la influencia que ejercieron sobre él, la introducción de nuevas costumbres flamencas en la corte y los presupuestos arrancados a las cortes castellanas, nada más llegar, destinados al afán de conseguir el trono imperial y a financiar guerras de conquista, que obedecían más a intereses imperiales y dinásticos que nacionales. 


Por tanto, no se puede hablar con Carlos V de un Imperio Hispánico, sino dinástico y universal. No hay imperio español en estas fechas carolinas, sino que los reinos hispánicos son un apéndice más del imperio Germánico y van a remolque de dichos intereses, lo que ocasiona no pocas resistencias en la península.

Todo ello derivó a lo largo del siglo XVI en la revuelta de los comuneros castellanos, el malestar de las ciudades y las resistencias catalana-aragonesas y de la propia nobleza señorial, frente a los intentos centralizadores de los monarcas:

- La revuelta de las comunidades (1520-1521). Frente a la política de intereses imperiales que intenta imponer el recién entronizado Carlos V, los comuneros demuestran el sentimiento de pertenencia a Castilla, que no a un Estado nacional español. Lo deja bien claro el siguiente extracto del manifiesto de los comuneros:

«(…) que el rey no pueda poner corregidor en ningún logar, sino que cada ciudad e villa elijan el primero día del año tres personas de los hidalgos e otras tres de los labradores, é quel Rey e su Gobernador escojan el uno de los tres hidalgos y el otro de los labradores, é quéstos dos que escojeren sean alcaldes de cevil é criminal por tres años, (…)que los oficios de la casa Real se hayan de dar á personas que sean nascidos e bautizados en Castilla (…) quél Rey no pueda sacar ni dar licencia para que se saque moneda alguna del reino (de Castilla se entiende) ni pasta de oro ni de plata, é que en Castilla no pueda andar ni valer moneda ninguna de vellón si no fuere fundida é marcada en el reino(…)».[12]

Castellanismo sí, españolismo aún no. Como podemos comprobar son celos castellanos por temor a perder una serie de derechos comunales y forales ante el afán imperial, que no nacional, de Carlos V. Por lo tanto, particularismos frente a universalismo imperial, pero de momento nada de nacionalismo español.

˗ La corona de Aragón y los celos catalanes. Numerosos conflictos y disputas dejan patente la independencia judicial y política que poseía Aragón y sus propios reinos, así como el celo hacia lo castellano. A pesar de la preeminencia del Consejo de Castilla sobre los demás y de la progresiva influencia castellana en el territorio, Aragón, sobre todo Cataluña, permaneció con sus propios organismos e instituciones hasta prácticamente los Borbones. 


Destaca la cuestión de Antonio Pérez, secretario de Felipe II, acusado de traición y de asesinar al secretario de Juan de Austria. Antonio Pérez se refugia en Aragón y pide el amparo de los fueros. Felipe II utiliza la Inquisición, único tribunal común  a toda la monarquía, y lo acusa de hereje para ello (otro ejemplo más de que no había aún unidad judicial). El Justicia Mayor de Aragón se posiciona en favor de Antonio Pérez y niega dicha herejía. En 1591 entra en Zaragoza un ejército castellano ajusticiando al Justicia Mayor y Antonio Pérez huye a Francia.

Este no es más que un ejemplo. Podríamos citar algunos más, como las quejas de la población catalana durante la ocupación del territorio por soldados castellanos e italianos para hacer frente a las tropas francesas en la guerra con Francia a partir de 1636. Un grupo de rebeldes asesinaron incluso al virrey catalán desatando la represión castellana posteriormente, es el llamado «Corpus de Sangre». Poco después, la «revolta catalana» intentó convertir a Cataluña en Estado Independiente en 1640, lo consiguió unos años, incluso al coste de caer bajo órbita francesa durante un tiempo.

Como afirma Albert Balcells, el caso catalán será peculiar dentro de Aragón; hasta 1714 Cataluña poseyó su propia estructura institucional independiente, su moneda, sus aduanas, su propio sistema fiscal, y el catalán era la única lengua oficial[13]. En el resto de Aragón los derroteros no iban muy alejados, pero se dejó sentir más la influencia castellana.

˗ Los frustrados intentos centralizadores del conde duque de Olivares son otro ejemplo del celo señorial y de otros poderes, como las ciudades, frente a intentos de fortalecimiento estatal centralizador. De todo su programa centralizador y castellanizante, intentando unificar la legislación en torno a Castilla, solo pudo intentar la unión de armas, que también fracasó, ya que votaron en contra las cortes aragonesas, fundamentalmente las catalanas.

Por último, un dato esclarecedor; tras el matrimonio de Felipe II con María Tudor (reina de Inglaterra), Felipe intenta en 1556 que en los documentos regios que se emitan a partir de dicha fecha el título de «Rey de España» anteceda al de Inglaterra, que le correspondía como consorte. Los ingleses se negaron argumentando que era imposible que se antepusiera al título inglés uno inexistente jurídicamente. Afirmaban que los dos reinos hispánicos que sí tenían entidad constitucional eran Castilla y Aragón, y que ambos eran independientes a efectos jurídicos y a todos los niveles.

Como se puede apreciar, incluso en 1793 aún se hacía alusión a todas las regiones y reinos en la intitulación del monarca, un síntoma claro de que aún no se aludia a España como nación según el concepto moderno. En este caso estamos ante las Ordenanzas Generales de la Armada Naval, Toomo II, de 1793, conservadas en el Instituto Hidrográfico de la Marina en Cádiz.


Conclusión

Concluyendo, y para dar respuesta a las incógnitas planteadas, si en los siglos XVI y XVII costaba la formación histórica de un espíritu nacional y  la creación de un aparato estatal, no digamos en época de una dinastía efímera como la de los Reyes Católicos. Por lo tanto, es cuando menos arriesgado, parcial y sesgado afirmar que existió el culmen o la conclusión de un proceso de construcción del Estado español, y ni mucho menos con caracteres nacionales, cuando no se puede hablar de ello hasta la llegada de los Borbones en el siglo XVIII.

Pero no es mi intención argüir que en época de los Reyes Católicos y durante los Austrias no existiesen tendencias que creyesen en un proyecto unitario, como atestiguan testimonios y documentos, sino que éste no se llegó a realizar.

No será hasta los Decretos de Nueva Planta en 1707-1714, tras la guerra de Sucesión, cuando los Borbones empiecen a crear unas estructuras y organismos propios de un Estado más moderno, imponiendo a la Corona de Aragón la legislación castellana, tras derrotarla en la Guerra de Sucesión. Podemos decir que hasta el siglo XIX no concluye la gestación del Estado español, tanto a nivel del concepto jurídico como de sentimientos nacionales. Pero en «las Españas» de los Reyes Católicos y de los Austrias, los reinos disponían de sus propias leyes, monedas, en algunos casos, y particularidades constitucionales e incluso existían fronteras entre los diversos territorios. 

Gracián, jesuita y escritor español del Siglo de Oro escribe:

«Pero en la Monarquía de España, donde las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, así como es menester gran capacidad para conservar, así mucha para unir».[14]

Por su parte, Juan-Sisinio Pérez Garzón habla de monarquía plurivasallática, pero no de carácter protonacional:

« Hace referencia -la monarquía plurivasallática- no sólo a la pluralidad de reinos y de vinculaciones institucionales, sino también y de modo muy especial a las relaciones de carácter feudal del sistema señorial en toda la geografía peninsular. Por un lado, todos eran vasallos del rey hasta que las Cortes de Cádiz proclaman constitucionalmente que «la nación española no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona» -se entiende que antes del siglo XIX, por lo tanto, la nación era patrimonial y no pública, según el concepto que tenemos de Estado-[15] . Por otro lado, todos los pueblos y sus habitantes eran vasallos de un señor, hasta que la extraordinaria subversión de la abolición del régimen señorial les otorgó la condición de ciudadanos.

Por eso, por más que la palabra España aparezca en textos medievales y de la Edad Moderna, siempre fue con gran variedad de sentidos. Se han perpetrado graves anacronismos al querer hacerla coincidir con el actual significado».[16]

Si bien, es cierto que durante los siglos  XIV y XV asistimos a un fortalecimiento del poder real en Castilla, y posteriormente en ambas coronas, y que hay tendencias cortesanas con objetivos unitarios. Pero fundamentalmente, esto no debe confundirnos con el concepto de Estado. Una cosa es el fortalecimiento de la institución monárquica, los medios y herramientas que utiliza, y otro muy distinto concluir las bases del principio del Estado moderno y de carácter protonacional, lo cual se inicia muy tímidamente con los Reyes Católicos, es sesgado por la idea imperial de Carlos V, se desarrolla con muchos matices en los siglos XVI y XVII, sin triunfar, y no se consolida hasta los Borbones, a partir de los decretos de Nueva Planta. Finalmente el maridaje del centralismo borbónico y la guerra de Independencia harán surgir un sentimiento común de pertenencia a unas fronteras, que no dejan de encerrar una realidad multinacional. 

Recuperando la incógnita inicial ¿Por qué no elegir entonces otra fecha para celebrar el Día de la Fiesta Nacional?, una fecha más acorde con la soberanía popular o las realidades históricas, véase el 2 de mayo o el 19 de marzo. ¿Se está festejando realmente la soberanía de una nación y el orgullo de pertenencia a un pueblo,  o se realza realmente el nostálgico recuerdo de un Imperio que pertenecía más a una dinastía y que obedecía a unos intereses más particulares? En España nos empeñamos, pues, en hacer nacional una fecha y una época que deben obedecer a otras reflexiones y valoraciones.

Entiendo, pues, que la fundamentación histórica esgrimida por los partidarios de esta fecha parece obedecer a intereses políticos e ideológicos las más de las veces. Lo cual supone uno más de los muchos impedimentos para que la Historia ilumine como ciencia social la construcción hacia un Estado plural, multinacional, social y políticamente avanzado.

Bibliografía y documentación 

Libros

AAVV.: Atlas histórico de España I. Ed. Istmo. Madrid, 2000.
AA.VV.: La España de los  Reyes Católicos: 1474-1516. En Historia de España, Menéndez Pidal; Vo.17. Ed. Espasa Calpe. Madrid, 1919.
Balcells, A.: El nacionalismo catalán. Ed. Historia 16. Madrid, 1999.
Bernal, A. Miguel: España, proyecto inacabado. Los costes/beneficios del Imperio. Ed. Marcial Pons. Madrid, 2005.
Bernal, A. Miguel: Monarquía e Imperio. Tomo III en Historia de España (Coord. Josep Fontana y Ramón Villares). Ed. Crítica-Marcial Pons. Barcelona, 2007.
López– Cordón, Mª Victoria y Martínez Carreras, J. U.: Análisis y Comentarios de Textos Históricos. Tomo II En: Edad Moderna y Contemporánea. Ed. Alhambra. Madrid, 1978.
Manzano Moreno, E.: Épocas medievales. Tomo II en Historia de España (Coord. Josep Fontana y Ramón Villares). Ed. Crítica-Marcial Pons. Barcelona, 2015.
AAVV: España, ¿Nación de naciones? I Jornades Jaume Vicens Vives. Revista Ayer, nº 35 (1999). Ed. Marcial Pons. Madrid, 1999.
Vilar. P.: Historia de España. Ed. Crítica. Barcelona, 2004.

Legislación

España, Ley 18/1987, de 7 de octubre, que establece el día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de octubre. Publicada en el BOE el 8 de octubre. 1 página.

Páginas web







[1] España, Ley 18/1987, de 7 de octubre, que establece el día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de octubre. Publicada en el BOE el 8 de octubre. 1 página. Disponible en: https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-1987-22831
[2] Vilar, P.: Historia de España, p. 31. Ed. Crítica. Barcelona, 2004.
[3] La influencia de la política castellana ya se había hecho notar en la Corona de Aragón. En el contexto de las guerras en el seno de Aragón entre pro-catalanistas y anti-catalanistas, en 1412 a través del Compromiso de Caspe, y tras reunirse los compromisarios de los distintos reinos de Aragón, se decide que Fernando de Antequera (dinastía Trastámara), regente de Castilla, sea el heredero al trono aragonés, frente al candidato Jaime de Urgell, pro-catalanista, apoyado este por Cataluña. Es desde entonces cuando una aún tímida influencia castellana, por la extracción política y natural del candidato, empiece a ejercerse sobre Aragón.
[4] El sistema polisinodial fue inaugurado por los Reyes Católicos con los consejos de Aragón, de Castilla y del Santo Oficio.
[5] Manzano Moreno, E.: Épocas medievales. Tomo II en Historia de España, (Coord. Josep Fontana y Ramón Villares), pp. 631-632 Ed. Crítica – Marcial Pons. Barcelona, 2015.
[6] Ni tan siquiera los Reyes Católicos se hicieron llamar reyes de España, por ello en su intitulación figuraban todos sus reinos.
[7] Manzano Moreno, E. Ibídem, pp. 633.
[8] Realmente, y curiosamente, hasta las Cortes de Valladolid de 1518 los territorios americanos no pasaron a ser reconocidos oficialmente como pertenecientes a la Corona de Castilla. Es decir, una vez terminado el reinado de los Reyes Católicos. Esto pareció hacerse con la intención de evitar que las indias cayesen bajo la órbita de poder de los nuevos consejeros flamencos de Carlos o acabasen ligadas más a intereses imperiales que a castellanos. Aunque otros indican pretensiones de exclusión respecto a aragoneses y catalanes, tras el periodo de regencia de Fernando el Católico cuando empezaron a formar parte del gobierno de las indias personalidades aragonesas.
[9] Testamento de la Señora Reina Católica Doña Isabel, hecho en la villa de Medina del Campo, a doce de octubre del año 1504.Disponible en: http://www.delsolmedina.com/TestamentoCodiciloIsabelCatolica.htm#9. No obstante, se debe matizar a este respecto que según Luis Suárez Fernández, en su obra Análisis del Testamento de Isabel la Católica, los aragoneses fueron equiparados a los castellanos en 1478.
 [10] Bernal, A. Miguel: Monarquía e Imperio. Tomo III en Historia de España, (Coord. Josep Fontana y Ramón Villares), pp. 14 y 15. Ed. Crítica – Marcial Pons. Barcelona, 2007.
[11] Ibídem, Capitulo 6, pp. 295 – 351.
[12] López – Cordón, Mª Victoria y Martínez Carreras, J. U.: Análisis y Comentarios de Textos Históricos. Tomo II en Edad Moderna y Contemporánea, pp. 53 – 56. Madrid, 1978. Ed. Alhambra.
[13] Balcells, A.: El nacionalismo catalán,  p.9. Ed. Historia 16.Madrid, 1999.
[14] Gracián, B.: El político Fernando El Católico. P.497. Disponible en Biblioteca Virtual: http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/09250620855781628632268/ima0004.htm
[15] El entre guiones es mío.
[16] Pérez Garzón, J.S.: «El nacionalismo español en sus orígenes: factores de configuración», en España, ¿Nación de naciones? I Jornades Jaume Vicens Vives. Revista Ayer, nº 35 (1999). Ed. Marcial Pons. Madrid, 1999.


Francisco González Oslé. Profesor de Geografía e Historia.



La revolución soslayada (1917-1922)


La revolución soslayada (1917-1922)
Francisco González Oslé. Licenciado en Historia, UCA. 


Introducción

Existe un episodio en la historia del siglo XX que, a mi juicio, no está lo suficiente valorado por la historiografía, en general, y oficialista, en particular, probablemente por intereses ideológicos y políticos. Me refiero a los levantamientos populares que tuvieron lugar entre 1917 y 1922 en Europa, fundamentalmente, y a su conexión con el rechazo extraordinario a la Gran Guerra. Los procesos que estuvieron en ciernes entre 1917 y 1922, llamados por Hobsbawm «revolución mundial», no se han abordado en toda su integridad, ni en plenitud de coherencia, salvo en contadas ocasiones. Se hace relativamente difícil encontrar publicaciones, sobre todo traducidas al castellano, dedicadas a la revolución alemana, al bienio rosso italiano o a la república soviética húngara; y más difícil aún visiones de conjunto.     
Sin embargo, sí se les otorga un carácter ecuménico e íntegro a las oleadas liberales de los años 20, 30 y 48 del siglo XIX, más estudiadas y con un gran espacio dedicado en los manuales académicos. Es extensísima la bibliografía dedicada a ello y las efemérides; en Francia los aniversarios de la revolución de 1789, en España la Constitución de 1812. Sin embargo, la agitación mundial de las primeras décadas del siglo XX recibe un tratamiento aislado, sesgado e incompleto. Esta forma desigual de abordar ambas oleadas revolucionarias me llevan a plantear una serie de interrogantes:
¿Cuál es la envergadura real del proceso de 1917-1922?, ¿es equiparable cuantitativa y cualitativamente a las oleadas liberales del siglo XIX?, ¿se debe tratar la revolución rusa como un suceso aislado o estamos ante una revolución amplia que pone en jaque al sistema mundial emanado de la Revolución Francesa y de la Revolución Industrial?, ¿cuál es la importancia de la revolución en el final de la guerra y de la guerra en la revolución?
  
Precedentes

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX el movimiento obrero se había ido organizando a nivel nacional e internacional. Aparecieron los primeros partidos obreros socialistas, se constituyó en Londres en 1864 la Asociación Internacional de Trabajadores y se produjeron experiencias revolucionarias, destacando la Comuna de París (1871). Los movimientos populares comunales en Rusia[1] también constituyeron un fenómeno singular, si no potencialmente revolucionarios si embrionarios de una fraternidad asamblearia. En 1889 se constituía la II Internacional, se declaraba el 1º de mayo Día del trabajador y en 1910 se establecía el 8 de marzo Día de la mujer trabajadora. Pero no sería hasta el primer cuarto del siglo XX cuando realmente el movimiento obrero y sus fundamentos teóricos, marxistas y anarquistas, se erigiesen en alternativa de facto y pusiesen en jaque al modelo productivo existente.
A principios del siglo XX destacaron dos grandes revoluciones, en las que participaron las clases populares, con unas ideas claras de emancipación en el contexto del imperialismo. Ambos procesos se dieron geográficamente y culturalmente en zonas muy dispares: China y Méjico. En China en 1911 se produjo la caída del viejo Imperio Chino, dinastía Qing, y la proclamación de la república. Aunque el cambio de régimen político no supuso un cambio social, económico, ni cultural respecto a las viejas estructuras. En Méjico[2], como afirma Hobsbawm, explotó:

« (…) un gran levantamiento social, el primero de su clase, en un país agrario del «tercer mundo», el proceso mejicano (no obstante) se vería también eclipsado por los acontecimientos ocurridos en Rusia»[3].

La mejicana pudo haber sido una revolución más importante que la rusa, si hubiera triunfado definitivamente su carácter social, pero se acabaron imponiendo los intereses de la burguesía criolla, lo cual acabó con las grandes aspiraciones de transformación de las clases populares. Esto permitió a Rusia posteriormente erigirse en el paladín del movimiento obrero internacional.
Por lo tanto, debemos tener en cuenta, entre 1905 y 1917, la existencia de movimientos sociales fuera de Europa: la revolución mejicana, movimientos estudiantiles en Argentina, movimientos nacionalistas y estudiantiles en China. Pero sería  Rusia en donde se produciría el culmen de un comienzo de siglo agitado por las fuerzas populares.

1. Rusia, primer punto de inflexión. El concepto ecuménico «soviet»

1.1. La importancia de la Revolución Rusa
La Revolución Rusa es calificada por H. Carr como «el acontecimiento más importante del siglo XX»:

«La Revolución Rusa de 1917 constituye un punto decisivo en la historia, y bien puede ser considerada por los futuros historiadores como el mayor acontecimiento del siglo XX.»[4]


Ilustración 1. Cartel soviético aludiendo a la revolución mundial. Fuente: Hobsbawm, E.: Historia del siglo xx. Barcelona, 2003. Ed. Crítica.

Hobsbawm[5], que la califica de «revolución mundial», y Antonio Fernández afirman que es un acontecimiento que goza de trascendencia y repercusiones equiparables a las de la Revolución Francesa. Y no fue casualidad que el periodista norteamericano John Reed viajase a San Petersburgo para presenciar como periodista, e incluso  para participar de la revolución soviética; así como tampoco fue fortuito que su libro testimonial se llamase Diez días que estremecieron al mundo. Desde EEUU, como nos relata John Reed, hasta algunos lugares del extremo, se contaban por millones las personas que tenían los ojos puestos en Rusia, porque ya en sus regiones existían movimientos similares y sentimientos concomitantes.



 Ilustración 1. Cartel soviético aludiendo a la revolución mundial. 
Fuente: Hobsbawm, E.: Historia del siglo xx. Barcelona, 2003. Ed. Crítica.

El proletariado ruso tenía esperanza en los trabajadores del resto del mundo y, como afirmase John Reed, los obreros norteamericanos estaban pendientes de lo que ocurría en Rusia. Así, este periodista, hizo de nexo entre los movimientos obreros de EEUU y Rusia. Por su parte, el escritor y periodista ruso Víctor Sergé, el cual estuvo exiliado en Francia y Méjico, cuando regresó en febrero de 1919 a Rusia para participar del proceso revolucionario fue interrogado por obreros rusos y militantes bolcheviques sobre la posición de los trabajadores acerca de «a qué esperaban para hacer la revolución»[6]. En España tras la huelga general del verano de 1917, las noticias del triunfo bolchevique en Rusia dieron lugar al júbilo e imprimieron fuerza para continuar con las reivindicaciones. De este modo aparecen partidos comunistas en 1921 en España, en Italia y en Alemania, en su mayor parte son escisiones de los partidos socialistas.
La Revolución Rusa se convierte en la punta del iceberg; un proceso mucho mayor que venía germinando desde hacía más de una década, que en 1917 azotaba a más países y que se iba a extender por Europa coadyuvado por la guerra mundial. El proceso ruso quitaría protagonismo a la revolución mejicana y se convertiría en una revolución vanguardista y fundamentalmente europea, que no exclusivamente. El movimiento se extendería hasta 1922[7] y pondría en jaque a los gobiernos liberales a los que se responsabilizará de haber llevado a la guerra a millones de personas.
En 1917, la decrepitud social, económica, política y de los viejos valores ilustrados liberales provocada por la guerra dio lugar a movimientos de protesta en los países beligerantes e incluso neutrales, como España. Según Hobsbawm:

«A partir de 1917 quedó claro que los países estables y prósperos de la sociedad burguesa occidental se verían inmersos, de alguna forma, en los levantamientos revolucionarios globales que comenzaron en la periferia de ese mundo único e interdependiente que esa sociedad había creado».[8]

De tal envergadura fue el proceso que se puede hablar casi de guerra civil en algunos países, no sólo en Rusia; teniendo en cuenta los enfrentamientos abiertos, la cantidad de agentes sociales participantes y de personas implicadas, las cuales se podían contar por millones (tan sólo la CNT en España entre 1919 y 1920 alcanzó la cifra de 700.000 afiliados, cuando en 1915 sólo contaba con 15.000) y el considerable número de víctimas. El bienio rosso en Italia (1918-1920), el trienio bolchevique en Andalucía, el proceso revolucionario en España (1917-1919), la revolución alemana de 1918, la revolución húngara. Estos, y otros acontecimientos, suponen que estamos ante una oleada que hizo temer a unos y esperanzarse a otros.
Pero, ¿por qué marca esa inflexión Rusia? En primer lugar, porque es la primera región en la que triunfa y se mantiene un movimiento de carácter político con raíces sociales trabajadoras y campesinas (Lenin respiró al ver que la experiencia duraba más que la Comuna de París). Segundo, por la extensión de este inmenso país, desde Europa oriental hasta extremo oriente, la cantidad de regiones con las que limitaba y la posibilidad que ello daba de extender el movimiento. En tercer lugar, por el cumplimiento inmediato de las primeras promesas realizadas, destacando la salida de la participación en la Gran Guerra; lo que fue visto por los ciudadanos de otros países como algo esperanzador y se extendió la noticia de que los «socialistas habían sacado a Rusia de la guerra». El impulso que cobró el concepto soviet y su adjetivación «soviético/ca», así como su aplicación y uso en otras regiones, fue sintomático de la importancia del acontecimiento.

1.2. El concepto ecuménico de soviet

En Rusia nace el concepto «soviet», término sui géneris, que en manuales y libros siempre aparece ligado o asimilado a este país, pero que se convirtió en universal a partir de 1917. A pesar de que  actualmente se equiparan los términos soviético y ruso, y que desde 1922 se asimilaron en su significado, lo cierto es que conceptualmente no debería ser así, ni lo fue durante la etapa que describimos. La palabra soviet significa en puridad «consejo o asamblea» de obreros y soldados; se utilizaba para hacer referencia a asambleas en las cuales se reunían originariamente desde 1905, e incluso antes, obreros, soldados, bolcheviques, mencheviques y social revolucionarios. A este respecto, en su origen, se debe tener en cuenta la influencia de la tradición de colectividades campesinas en Rusia sometidas siempre a la autoridad zarista, pero que suponían una cierta confraternización entre las clase popular campesina.
La extrapolación a otras regiones de la experiencia asamblearia siguiendo el modelo soviético es muestra de que estamos ante algo más que una revolución en un solo país; supone que aunque el proceso ruso es uno más es el que marcará la pauta. El término siendo ruso se convirtió en universal para denominar no lo ruso sino lo revolucionario, el internacionalismo y el asamblearismo. Al menos así fue hasta que la URSS desde 1922, y desde 1924 sobre todo, se erigió en un país sin visos ni posibilidad de extender la revolución.
La palabra soviet se extendió como la pólvora, apareciendo estos consejos en zonas tan dispares como Cuba y Alemania. En Irlanda en 1919 el Soviet de Limerick; en España se constituyeron variantes en el campo andaluz entre 1918 y 1919; aparecieron en Baviera y Hungría en 1918. Hasta en algunas plantaciones de Cuba, afirma Hobsbawm, aparecieron intentos de soviets. Que durante el trienio bolchevique en Andalucía y, posteriormente en la II República español se escuchasen «vivas a los soviets» en manifestaciones obreras era algo habitual y suponía un síntoma de la inflexión producida en Rusia.
El interés internacional que cobró este acontecimiento y este término no derivaba tan sólo del proceso ruso en sí, sino de sus repercusiones fuera de Rusia y de que la revolución no había sido una idea exclusiva rusa, ni un hecho aislado, sino que venía siendo un objetivo en otras partes del mundo desde hacía tiempo. La Primera Guerra Mundial contribuiría a la expansión del proceso y se erigiría en el segundo punto de inflexión.

2. La guerra, segundo punto de inflexión y factor coadyuvante. La revolución fuera de Rusia

«No hay más que una posibilidad de mantener la paz y salvar la civilización, la de que el proletariado reúna todas sus fuerzas y que todos los proletarios franceses, ingleses, alemanes, italianos y rusos pidamos a esos millones de soldados que se junten para que el latido unánime de sus corazones aleje la horrible pesadilla.»

                                                 Jean Jaurés. Discurso en Lyon. 23 de julio de 1914.[9]

La Primera Guerra Mundial se convirtió en factor coadyuvante de la revolución, y esta pasó a ser un factor impulsor, a su vez, del malestar hacia la guerra; afirmaba Lenin que la Primea Guerra Mundial suponía «el acelerador de la historia». La guerra aceleró la revolución en Europa y en Rusia, y la revolución, por su parte, contribuyó a la paz en Alemania y Rusia. 

2.1. La guerra, otro punto de vista

El rechazo al conflicto comenzó tímidamente con evasiones y deserciones, progresivamente confraternizaciones y finalmente el motín se mezcló con la revolución. Lo que denota que no estamos ante hechos singulares y aislados, sino ante un fenómeno histórico plural y trascendental. Fue algo extraordinario ver como trabajadores y soldados confraternizaban, mientras veían la solución a todos sus males en un levantamiento fraternal. La revolución suponía luchar contra quienes los habían obligado a ir a la guerra y, por ende, luchar contra el propio conflicto. O dicho de otro modo; combatir la guerra era luchar contra el sistema que los había llevado a vislumbrar la «Gorgona».
La deserción es un acto que puede deberse fundamentalmente a motivos diversos, de supervivencia, ideológicos o éticos. La deserción no era algo nuevo, pero en este caso hablamos de hechos más extraordinarios por la cantidad de personas implicadas y por como influyó el contexto de la revolución rusa y la salida de este país del conflicto. Salida debida, precisamente, a una revolución llevada a cabo por soldados desertores que confraternizaban con la causa obrera y campesina bajo el lema: “paz, tierra y pan”.




Ilustración 2. Fotografía de las trincheras en el frente occidental francés. Soldados canadienses. 
Fuente: Hobsbawm, E.: Historia del siglo XX. Barcelona, 2003. Crítica. 

Antes de iniciarse la guerra se habían producido algunos intentos de evasión durante los reconocimientos médicos para el reclutamiento. Se llegaron a producir autolesiones e intentos de aparentar enfermedades. En Inglaterra, antes de votarse la Ley de Reclutamientos ya hubo juicios y condenas  por deserciones; algunos datos son reveladores: en agosto de 1915 fueron 15 los trabajadores condenados, en julio de 1916 el número se elevó a 772. En Francia destacó la persecución de sindicalistas y en el frente durante las primeras semanas sobresalió la pésima dirección de Joffre y su elusión de responsabilidades por las derrotas, inventando responsables y sacrificando efectivos en operaciones descabelladas, lo que hacía que muchos soldados de infantería no quisieran avanzar.[10]
No obstante, los intentos de librarse de la guerra eran casos individuales y aislados aún. La Gran Guerra no comenzó con un rechazo masivo. Las autoridades francesas estimaron entre un 5 y un 12 % de desertores y, sin embargo, en 1914 sólo se llegó al 1´5%. En Reino Unido hubo 750.000 voluntarios en los dos primeros meses y un millón en los 8 meses siguientes.[11] Incluso en Rusia se esperaban más prófugos de los que hubo realmente. Pero ya en 1917 hubo en Italia 49.282 prófugos y 56.286 desertores. Las cifras fueron en aumento hasta el final de la guerra:

«La protesta pública de las mujeres campesinas se agudizó con peticiones de paz y regreso de los maridos. En Turín, la represión policial produjo 50 muertos, 800 heridos y 1500 detenidos.
La resistencia masculina también era evidente. Así se produjo una oleada huelguística en 1917, que en Inglaterra pasó de los 276 000 huelguistas de 1916 a los 872 000 de 1917; en Francia, de 41 000 a 294000; en Italia, de 136 000 a 170000; y en Alemania, de 129 000 a 667 000. En Rusia, la situación fue más grave y el descontento llegó antes: ya en 1916 un millón de personas estaba en huelga».[12]

Progresivamente se fue imbricando el rechazo a la guerra con el movimiento obrero. A la guerra, al fin y al cabo, iban los pobres, y a primera línea del frente los más pobres. Desde marzo de 1918 (Paz de Brest Litovsk) se fue generalizando el pensamiento de que una revolución como la acontecida en Rusia podía sacar de la guerra a los demás países, en definitiva a las clases populares. Sokolov, socialista que actuó como propagandista entre los soldados, realizó las siguientes observaciones:

«La asamblea constituyente era algo totalmente desconocido y difícil de entender para los soldados del frente (…). Sus simpatías estaban claramente con los soviets. Estos eran las instituciones que les resultaban cercanas y queridas, que les recordaban sus propias asambleas en la aldea (…)[13]. ¿Para qué necesitamos una Asamblea Constituyente, si ya tenemos nuestros soviets, en los que nuestros propios diputados pueden reunirse y decidirlo todo?».[14]

Los testimonios son abundantes, podrían quedar en anecdóticos sino fuera porque quedó patente progresivamente el nivel general de rechazo popular al conflicto, hasta derivar en la revolución en distintas regiones. Hobsbawm afirmaba:

«No puede extrañar que los censores de Austria-Hungría, que supervisaban la correspondencia de sus tropas, comenzaran a advertir un cambio en el tono de sus cartas. Expresiones como «si Dios quisiera que retornara la paz» dejaron paso a frases del tipo «Ya estamos cansados» o incluso «Dicen que los socialistas van a traer la paz»».[15]

A continuación, la carta de un soldado inglés a su amada, en este caso en el frente francés:


«5/2/18. Francia, por la noche.
Cariño mío,
Ahora, si no hay problemas, vas a saber todo acerca de lo que ocurre aquí. Sé que te llevarás una gran sorpresa cuando te llegue esta carta... ¡Si alguna autoridad la ve! (...)
Quizá te gustara saber cómo está el ánimo de los hombres aquí. Bien la verdad es que (y como te dije antes, me fusilarán si alguien de importancia pilla esta misiva) todo el mundo está totalmente harto y a ninguno le queda nada de lo que se conoce como patriotismo. A nadie le importa un rábano si Alemania tiene Alsacia, Bélgica o Francia. Lo único que quiere todo el mundo es acabar con esto de una vez e irse a casa. Esta es honestamente la verdad, y cualquiera que haya estado en los últimos meses te dirá lo mismo.
De hecho, y esto no es una exageración, la mayor esperanza de la gran mayoría de los hombres es que los disturbios y las protestas en casa obliguen al gobierno a acabar como sea. Ahora ya sabes el estado real de la situación.
Yo también puedo añadir que he perdido prácticamente todo el patriotismo que me quedaba, solo me queda el pensar en todos los que estáis allí, todos a los que amo y que confían en mí para que contribuya al esfuerzo necesario para vuestra seguridad y libertad. Esto es lo único que mantiene y me da fuerzas para aguantarlo. En cuanto a la religión, que Dios me perdone, no es algo que ocupe ni uno entre un millón de todos los pensamientos que ocupan las mentes de los hombres aquí.
Dios te bendiga cariño y a todos los que amo y me aman, porque sin su amor y confianza, desfallecería y fracasaría. Pero no te preocupes corazón mío porque continuaré hasta el final, sea bueno o malo  (...)
Laurie».[16]




Progresivamente se llegó a casos de confraternización entre soldados de diferentes países. Hubo algunos casos al empezar la guerra, popular es el de la Navidad de 1914; tan sólo unos meses después del inicio de la Gran Guerra, los soldados alemanes, franceses e ingleses del frente francés confraternizaron entre sí; salieron de sus trincheras, intercambiaron alimentos, bebidas, cigarrillos y hasta jugaron un partido de fútbol. Al día siguiente no tenía sentido la guerra, pero se les obligó a continuar.


            Estas actitudes muchos las pagarían caro; hubo fusilamientos, juicios sumarios y correctivos ejemplarizantes. Aunque en todos los frentes hubo una política militar basada en correctivos severos y ejemplarizantes destacó el Estado Mayor francés, que entre 1914 y 1915 fusiló a más de 500 soldados franceses. Ha afirmado Ricardo Artola que la tregua del desayuno existió durante toda la guerra y en muchas zonas del frente estaba instituido dejar ese momento de tranquilidad. Las ofensivas eran al amanecer o al anochecer.


La confraternización, durante estos años, no fue exclusiva de la Gran Guerra, también sucedió en Rusia, antes de la revolución y durante la guerra civil, y en otras regiones. A principios del siglo XX se habían dado casos extraordinarios, ya en la revolución fallida de Rusia de 1905 destacó el motín del acorazado Potemkin. En Francia en 1907 arruinados por .unas ventas catastróficas los viñadores del Languedoc se sublevaron, Clemeceau ordenó al ejército disparar y estos se negaron y confraternizaron con los manifestantes. En junio de 1917, en plena guerra mundial, cuando el gobierno provisional ruso ordenó atacar a una muchedumbre el ejército se negó y los soldados y campesinos regresaron a sus aldeas para llevar a cabo un reparto de la tierra, eran conatos previos a la revolución bolchevique de octubre. Recordemos, por otro lado, el episodio reflejado en la película Doctor Zhivago, en el cual militares desertores se encuentran en el camino de vuelta a soldados que marchan al frente, confraternizan con los mismos y todos se niegan a continuar la guerra desobedeciendo a sus oficiales.
Después de la paz de Brest Litovsk (1918) quedó de manifiesto que los bolcheviques en este punto no habían faltado a su palabra, ni a las «tesis de abril» de Lenin, y habían sacado a Rusia de la tragedia de la guerra, no sin concesiones amplias y una derrota territorial importante y sin paliativos. El armisticio ocasionaría dos efectos:

  • El temor de los gobiernos de los países aliados a que el espíritu revolucionario y de confraternización entre pueblos y ejércitos acabase no sólo con la guerra sino con el propio sistema que mantenía la guerra y sus gobiernos.
  • La esperanza en las poblaciones europeas, y en muchos soldados en el frente, de que una revolución pudiese acabar con el conflicto bélico.

   De este modo los países aliados de la entente empezaron a ver a Rusia como enemiga ideológica. Según Marc Ferro en el verano de 1918, tras Brest Litovsk, Clemeceu y Churchill se plantearon nuevos objetivos para derrotar, no sólo a Alemania y a Austria-Hungría, sino también a la Rusia bolchevique; «ya no se trataba tanto de derrotar a Alemania como al enemigo social». Afirma Ferro que Clemenceu afirmaba: «Los aliados deben forzar la caída de los soviets»[17]. Pero durante la guerra civil, como dijimos, sorprendieron nuevos episodios de confraternización y motines, siendo muy destacada la rebelión de un batallón de soldados franceses en Arkangelsk en 1918 que se negaron a luchar contra el ejército rojo.
   Así se llegó al nivel más alto, el motín y la revolución. A partir de 1916 eran cada vez más los combatientes de primera línea que se volvían atrás o se rezagaban. En mayo de 1916 se produjo una insubordinación colectiva, en Verdún el 154º regimiento francés se negó a abandonar la trinchera para salir a combatir (a este respecto es muy conocido el caso retratado en la película Senderos de Gloria, de Stanley Kubrick, en la que aparece reflejada la negativa de algunos soldados y de su superior de llevar a cabo ciertas ordenes descabelladas, lo que les costó un consejo de guerra y varios fusilamientos). En la primavera de 1917 se extendieron los motines entre las unidades del ejército francés, los soldados galos estaban hartos de la miseria en la que estaban sumidos y de la forma de dirigir la guerra, sacrificándose por una causa que cada día les era más ajena. Sus necesidades eran las mismas que las de los soldados alemanes, austríacos o italianos; se sentían cada vez más cercanos entre ellos y más alejados de sus estados mayores y de los gobiernos que los habían condenado a la miseria y al horror.
  El miedo a un desmoronamiento del frente, entre otras cuestiones, llevó a dimitir al gobierno francés de Painlevé, siendo sustituido por Clemenceau; no sería el único país donde caería un gobierno belicoso. El gobierno Clemenceau desató una severa represión con fusilamientos de unos 49 soldados, de 554 que habían sido condenados. El soldado se mostraba explotado y reprimido como un obrero más, en una guerra que no le incumbía.
   En Italia el malestar creció sobre todo desde 1917, tras la derrota de Caporetto en noviembre. Se produjeron grandes manifestaciones pacifistas; el 1 de mayo del mismo año ya hubo 1000 detenidos, destacando en las protestas mujeres campesinas. De la guerra a la revolución había un paso y, aunque Italia estaba efervescente y en Francia había caído un gobierno, éste paso se dio en Alemania. Antes veamos que ocurrió en España.

2.2. España. Un caso particular

En España, país neutral, el proceso revolucionario estuvo ligado al fracaso del sistema de la Restauración y  a sus circunstancias internas, coadyuvado a su vez por algunos problemas derivados del conflicto bélico. Bajo estas peculiaridades en España se produjo la crisis de 1917 y posteriormente el «trienio bolchevique» entre 1918 y 1920.
Los beneficios obtenidos por la economía española, debido al papel de España como país neutral y suministrador de manufacturas a los estados beligerantes, no supusieron una mejora en la situación económica y social general de las clases más populares. El aumento de la demanda exterior, la disminución de las importaciones y el crecimiento de las exportaciones, dieron lugar a escasez interior de determinados productos. Se produjo una gran inflación, mientras los beneficios de grandes sectores empresariales aumentaban los salarios se mantenían o subían muy poco, lo que produjo un  aumento del coste de la vida de los trabajadores y un ambiente de crispación.
La situación favorable en el concierto internacional para una parte de España puso de manifiesto otras realidades más trágicas para otra parte del país; realidades ya latentes en el siglo XIX como la desestructuración social y económica, la ausencia de una clase media amplia, la falta de productividad, el escaso tejido industrial, la desarticulación entre el campo y la ciudad; de hecho a nivel sociolaboral las huelgas de 1917 no tienen un seguimiento en el campo, aunque sí parecen más articuladas las movilizaciones de 1918-1920. Por su parte, las burguesías agraria e industrial tenían intereses contrapuestos entre sí; se veían más como contrincantes que como socios económicos. Se imbrica esta oposición en la diatriba centro agrario - periferia más industrializada.
El malestar social y económico de los trabajadores, unido al recelo de la burguesía liberal progresista (sobre todo catalana, La Lliga) y sus partidos políticos por el adulterado sistema electoral («turnismo canovista»), añadido todo ello al movimiento juntista de los militares, derivó en una crisis social y política que explotó en el verano de 1917. A pesar de la represión la revolución rusa contribuyó al mantenimiento de la lucha en los años venideros.
Entre 1918 y 1919 hubo una auténtica explosión revolucionaria, con una situación agravada por la crisis posbélica en España, al terminar progresivamente su papel de proveedor y quebrar muchas empresas que ya no eran rentables. Crecieron los sindicatos (UGT 200.000 afiliados, CNT alcanzó los 700.000 afiliados, cuando curiosamente los bolcheviques en Rusia eran unos 250.000 y el Partido Comunista Ruso llegó a los 600.000 posteriormente). En 1918 la situación de miseria del campesinado era extraordinaria, sobre todo el andaluz y el extremeño (el jornal solía ser de 1 peseta o 1´50, más comida, mientras un operario calificado solía ganar una media de 5 a 5´50 pesetas).Veamos en los siguientes cuadros una comparativa entre inflación de precios, beneficios industriales y determinados salarios:

Cuadro 1. Índice de precios al por mayor. Tuñón de Lara, M.: La España del siglo XX,  1. La quiebra de una forma de Estado. Barcelona. Ed. Laia, 1981, p. 25.




Cuadro 2. Beneficios de industrias carboníferas. Tuñón de Lara, M, Ibidem, p. 28.



Cuadro 3. Salarios en la mina. Tuñón de  Lara, M. Ibídem, p. 34.Cuadro 2. Beneficios de industrias carboníferas. Tuñón de Lara, M, Ibidem, p. 28.

Como podemos observar la diferencia era clara entre el binomio inflación-beneficios y el componente salarial. Las más perjudicadas fueron las clases bajas en general. Tomando como 100 el año de 1913 tenemos que: las patatas aumentaron en 218´2, el azúcar en 153´2, las sardinas en 140, el vino en 133´3, los huevos en 121´2, el trigo en 117´1, la carne de vaca en 182, la carne de cerdo en 196´7, el aceite en 160.[18]
El aumento de los salarios mineros e industriales entre 1917 y 1918 obedeció a la presión ejercida por la gran huelga minera del verano de 1917, pero no era suficiente, la situación del campesinado seguía siendo calamitosa. La actividad huelguística alcanzó su apogeo entre el otoño de 1918 y el verano de 1919; se invadieron campos, se repartieron propiedades, municipios enteros pasaron a ser gestionados por comités obreros, proliferaron las asambleas al estilo de los soviets. Lo cual se prolongó hasta 1920 en lo que se ha denominado el «trienio bolchevique», que afectó sobre todo a Andalucía.
En febrero de 1919 se produjo la huelga de la compañía eléctrica La Canadiense; se inició el 5 de febrero de 1919 en Barcelona prolongándose durante 44 días, en los que se convirtió en huelga general, paralizándose Barcelona y el 70% de toda la industria catalana.[19] La huelga se extendió a otros puntos del país y a más sectores.
El movimiento, a pesar de ser reprimido, arrancó derechos convirtiéndose en todo un éxito. Se consiguieron: la jornada de ocho horas, el sistema público de pensiones, subidas salariales importantes (fundamentalmente en Asturias, País Vasco y Cataluña), formación de comisiones mixtas con representación de los trabajadores para conflictos laborales, la creación del Ministerio del Trabajo y la dimisión del gobierno Romanones. El miedo se había apoderado del gobierno y de los grandes poderes empresariales.

2.3. La guerra y la revolución en el resto de Europa. El cénit alemán y el finiquito italiano

«El proletariado socialista ha luchado durante largos años contra el militarismo. Pero los partidos socialistas y las organizaciones obreras de algunos países, pese a haber contribuido a la elaboración de estas decisiones, se han desentendido, desde el comienzo de la guerra, de las obligaciones que aquellas implicaban
Proletarios!!!
Desde el desencadenamiento de la guerra habéis puesto todas vuestras fuerzas, todo vuestro valor y vuestra resistencia al servicio de las clases poseedoras para mataros los unos a los otros. Es necesario que hoy volváis al campo de la lucha de clases y actuéis por vuestra propia causa, por el sagrado objetivo del socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y de las clases sometidas.»

         Manifiesto de Zimmerwald, 7 de septiembre de 1915.[20]

El malestar por la guerra en el caso de Rusia fue más claro y rápido que en otros países. Era un país muy atrasado con respecto a los estados liberales e industrializados del occidente europeo y cuyo pueblo había vivido ya la penuria y la tragedia económica de la guerra ruso-japonesa de 1905. Las levas de campesinos no despertaban un sentimiento nacional sino de rechazo al zarismo y al régimen autocrático y señorial. La guerra no era vista como un objetivo popular, ni identitario; los problemas nacionales eran para la inmensa mayoría el hambre y la tierra. Además las circunstancias penosas en las que los rusos iban al frente no hacían más que crispar los ánimos: había un fusil para cada dos soldados, se pasaba hambre y necesidad, faltaban vituallas y provisiones, las subidas de impuestos sobre los campesinos para sufragar la guerra. La guerra era vista como causa de todos los males en Rusia, malestar que empezó a extenderse por otras regiones de Europa. Veamos el testimonio del periodista John Red, en su entrevista a Trotsky:

“Nuestro primer acto será el armisticio inmediato en todos los frentes y una conferencia de los pueblos para discutir los términos de la paz democrática (…). Al salir de esta guerra veo a Europa regenerada, no por los diplomáticos, sino por el proletariado. Lo que más conviene a la república Federativa Europea, los Estados Unidos de Europa. La autonomía nacional ya no basta, la evolución económica exige la abolición de las fronteras nacionales. Si Europa sigue dividida en grupos nacionales, el imperialismo volverá a las andadas. Sólo una República Federativa europea dará la paz al mundo”[21].

Si la revolución en Rusia supuso «la punta del iceberg», la revolución alemana constituiría el cénit de la oleada. Alemania era un país altamente industrializado, cualificado y con una poderosa clase burguesa industrial. Esta tenía un carácter marcial e imperial prusiano, y estaba desnuda del republicanismo y refinamiento intelectual francés. Una burguesía más propicia a pactar con la aristocracia y con un concepto de nacionalismo más ligado al idealismo filosófico y espiritual que al racionalismo.
La clase obrera urbana, era abundante, políticamente instruida y mayoritariamente adherida al SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), revestido de un carácter reformista, renunciando a la revolución para transformar la sociedad y favorable a la democracia para realizar reformas sociales. La clase trabajadora alemana estaba bastante influida por estos preceptos y no era potencialmente revolucionaria. Por ello, en Alemania, la revolución estuvo más ligada a la guerra que a otros factores estructurales.
Desde 1915 llegaban ya algunas misivas del frente maldiciendo la guerra, aún eran casos aislados:

«Una y otra vez quiero deciros algo: vosotros, que permanecéis en la patria, no olvidéis cuán horrible es la guerra. No dejéis de rezar. Actuad con seriedad. Abandonad toda superficialidad. Arrojad de teatros y conciertos a los que ríen y bromean mientras sus defensores sufren y se desangran y mueren. De nuevo he vivido durante tres días (del 1 al 4 de enero) la más sangrienta y horrible batalla de la historia, a doscientos metros del enemigo, en una trinchera provisional excavada a toda prisa. Durante tres días y tres noches han caído granadas y más granadas: estallidos, silbidos, sonidos guturales, gritos y gemidos ¡Malditos aquellos que nos condujeron a esta guerra!»

        Carta de un estudiante alemán desde el frente. Enero de 1915.[22]

En este tipo de cartas, se responsabilizaba claramente, sin asignar nombres o pertenencia a clase social alguna, a «aquellos que condujeron a la guerra». A pesar de la sutileza todos sabían quiénes eran «aquellos»: los grandes empresarios que se vieron beneficiados del crecimiento armamentístico y del imperialismo, la aristocracia militarista y los políticos que legislaban y gobernaban a favor del nacionalismo e imperialismo más recalcitrantes. El paso que dieron muchos soldados y trabajadores de identificarse con valores superficiales y frívolos (como la patria entendida como algo intangible y abstracto:
«Abandonad toda superficialidad. Arrojad de teatros y conciertos a los que ríen y bromean… ») a sentirse identificados con el padecimiento común, derivó en el abandono del socialismo democrático y el abrazo a la revolución y a la desobediencia activa. La guerra abrió el camino en Alemania a la vía del universalismo de los soviets, el paso del nacionalismo al internacionalismo.
Ya en 1917 se producían motines aislados en algunos sectores de la armada. En enero de 1918 tuvo lugar una huelga general en gran parte de Alemania, formándose los primeros consejos de obreros y soldados siguiendo el modelo de los soviets. Verano de 1918, la situación se complicaba, estaba claro que Alemania perdería la guerra. El comandante Hindenburg, el general Ludendorff y su Estado Mayor hablaban en secreto de pactar la paz y así se lo hicieron saber al emperador, Guillermo II. Se decidió que el gobierno pasase de los militares a los civiles, al parlamento (Reichstag), recayendo en una coalición de los tres partidos mayoritarios, destacando por la izquierda el SPD. Esta era una forma de abordar el malestar social creciente y evitar un levantamiento. No obstante, posteriormente los aliados impusieron una serie de condiciones que Ludendorff no quiso aceptar, por ello fue destituido.
A pesar de que finalmente se acordó el armisticio, a principios de octubre, la paz se precipitó. La armada quería realizar un último ataque en el Mar del Norte, pero tras las órdenes del almirante Scheer se produjo algo extraordinario, que recuerda al motín del acorazado Potemkin. 29 de octubre, base naval de Kiel, las tripulaciones de dos buques (Thüringen y Helgoland) desobedecían las órdenes y no zarpaban, los marineros no querían morir en vano. Los días siguientes, soldados y trabajadores confraternizaban en Kiel, se liberó a marineros amotinados que habían sido apresados, se crearon consejos de obreros y soldados. Mientras se intentaba reprimir una de las manifestaciones se desarmó a oficiales y se abrió fuego contra los mismos, cuando intentaban violentamente acabar con el movimiento. La revolución acabó extendiéndose por muchos otros estados alemanes, viéndose obligados a abdicar muchos príncipes y reyes que, aún con un carácter semifeudal, estaban al frente de regiones de Alemania. Ciudades como Hannover, Brunswick o Múnich fueron controladas por obreros y soldados, organizados en consejos.
El SPD se puso al frente del movimiento revolucionario, temiendo que este cayera en manos del USPD (ala izquierda escindida del SPD) y de los espartaquistas, evitando así que la revolución triunfase en sus preceptos socialistas en puridad. No obstante, el emperador Guillermo II se vio obligado a abdicar y a marchar al exilio. La revolución no triunfó porque el SPD no quiso, pero acabó con el Imperio y los residuos monárquicos regionales más propios del Antiguo Régimen.
En enero de 1919 se celebraron elecciones constituyentes y en agosto se aprobó la constitución que convertía a Alemania en una república y que acababa finalmente con el Imperio y la monarquía. Durante este mes hubo movilizaciones todavía, y muchos consejos de obreros y soldados de algunas municipalidades, sobre todo en Berlín y Múnich, se negaron a ceder su soberanía, produciéndose una represión y siendo detenidos y asesinados por el oficialismo militar los líderes espartaquistas, Karl Liebknetch y Rosa Luxemburg.
La revolución fue desnudada de su esencia desde el momento en que el SPD apaciguó las exigencias. Para algunos historiadores y políticos, como Sebastián Haffner o Fernando Claudín, la revolución, que había sido realizada por las bases militantes del SPD, fue traicionada por sus dirigentes. La República de Weimar sería una república de derechas finalmente, en la que se mantuvieron las viejas estructuras productivas económicas, sociales y culturales, hubo escasas reformas sociales. La propia república se apoyó progresivamente en fuerzas militaristas nacionalistas y patronales que abrirían paso al nazismo, sin mayor oposición desde la cancillería.
Los últimos reductos de la revolución estuvieron dirigidos por miembros del USPD y los espartaquistas. Destaca a este respecto el estado de Baviera; en este había sido destronado el último rey de Baviera, Luis III, y se había proclamado una república independiente liderada y presidida por Eisner, del USPD. Tras el asesinato de Eisner en febrero los nuevos líderes de Baviera proclamaron en abril el socialismo, radicalizándose la forma política de Baviera, adoptándose el control de los medios de producción, el control obrero de fábricas y creándose un ejército rojo. Esta situación llevó al canciller Noske a reprimir e intervenir el estado de Baviera. Un ejército de unos 35.000 hombres acabó con la experiencia soviética bávara en mayo.
La revolución alemana fue la clave que pudo cambiar la historia de Europa, sólo hubiera faltado Polonia para enlazar Alemania con Rusia. Pero los soldados polacos no confraternizaron con los rusos durante la guerra civil rusa y permanecieron fieles a su gobierno. Aun así en enero de 1918, tras el triunfo de la revolución en Rusia y cansados de la guerra y sus padecimientos, una oleada de huelgas y manifestaciones se extendió por Europa central. Según Hobsbawm, esta oleada se propagó desde Viena hasta Alemania, pasando por regiones checas y eslovenas.
En Hungría en la primavera de 1919 se proclamó una efímera república soviética, coincidiendo con la de Baviera, liderada por una coalición entre el partido socialdemócrata y el comunista. La derrota de Hungría en la guerra había despertado aún más las pasiones revolucionarias. Tras el armisticio húngaro las condiciones de paz acordadas en el acuerdo de Belgrado no habían sido respetadas por los aliados de la entente, de tal modo que hacia febrero de 1919 aún había disputas por territorios fronterizos y se mantenía la ocupación por las fuerzas de la entente. Hay que entender la revolución húngara, pues, en el contexto de la ocupación aliada y de la impopularidad de los gobiernos que habían llevado a la guerra al país. El control que ejercieron los países vencedores al terminar la guerra en la zona central y oriental de Europa era algo sintomático de su preocupación por la expansión de la revolución. Finalmente la república soviética húngara fue sofocada con la ayuda de la intervención del ejército rumano. 


Movimientos sociales, motines y revoluciones. Fuente: Elaboración propia.



Movimientos sociales, motines y revoluciones. Fuente: Traverzo, Enzo: «Pero Europa no se derrumba». En El Atlas Histórico. Historia crítica del siglo XX. Valencia. Ed. Ediciones Cibermonde. Le Monde Diplomatique, 2011, pp. 22-23.

Aún quedaba un último y agonizante proceso, el italiano Bienio Rosso (1918-1920). Las protestas provocadas por la interminable guerra se sucedían sobre todo desde 1917, los padecimientos habían llevado a una cierta admiración por los socialistas. El estallido se produjo sobre todo tras el final de la contienda; la escasez generada por la guerra, la inflación galopante de los precios mientras los salarios se mantenían, el aumento del desempleo (2 millones de desempleados), fueron los detonantes más directos.
En esta tesitura se produjeron numerosas huelgas presididas por la violencia, la ocupación de tierras y de fábricas, destacando el caso paradigmático de la ocupación de la Fiat en Turín. El norte fue la zona más controlada por los trabajadores, extendiéndose las huelgas y el control de fábricas y tierras por los mismos en zonas de Piamonte, Lombardía, Venetto o Las Marcas. Sobresalió la dirección del movimiento por el anarcosindicalismo con líderes como Gramsci o Enrrico Malatesta, se crearon consejos de dirección y gestión obreros, se constituyó una guardia roja en muchas unidades obreras y ciudades.
En el norte de Italia se estuvo cerca de la revolución, pero en Alemania se estuvo más cerca de acceder al poder político. No obstante, se consiguieron subidas de salarios, entre otros derechos, pero pronto la organización de la reacción por parte de los grandes empresarios y terratenientes, con más medios y recursos oficiales e institucionales, dio al traste con el movimiento. Mussolini y sus «camisas negras» se pusieron al frente del movimiento de reacción de la patronal, de los bancos y del régimen. Entonces se generó un clima de guerra civil, caracterizado por la violencia de las escuadras fascistas y la permisividad constatada del oficialismo. Produciéndose finalmente la marcha sobre Roma de Mussolini y la llegada de este al poder en noviembre de 1922, poder cedido por el rey Víctor Manuel. La revolución alemana de 1918 supuso el cenit y el bienio rosso, en Italia, el corolario y punto final de la expansión revolucionaria en el continente.

3. El final de la revolución

Muchos historiadores han interpretado los 14 puntos de Wilson y el mantenimiento de los ejércitos aliados en zonas de Europa central como una práctica tendente a fomentar el nacionalismo frente al internacionalismo, ante esta efervescencia anarquista y socialista en Europa; dando lugar posteriormente a la creación de estados tapón alrededor de Rusia aislando así el peligro del bolchevismo. Pero, además de esto, se podría decir que hay tres momentos históricos que marcan definitivamente el finiquito de las oleadas revolucionarias de 1917-1922: el acceso de Mussolini al poder, la creación de la URSS y la estalinización del proceso soviético a partir de 1924.

  • 1922. La llegada del fascismo al poder en Italia significa el epitafio del último intento revolucionario potente en el continente siguiendo la esencia internacionalista de los soviets. Y la llegada al poder, por primera vez, del fascismo.
  • 1922. La creación de la URSS supuso una paradoja sin igual. Por un lado, era un intento de borrar las fronteras nacionales en pos del internacionalismo en una extensísima región del mundo. Ahora lo que importaría serían las uniones de regiones asamblearias, la solidaridad y la fraternidad, así lo atestigua en puridad su nombre: Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (sin chauvinismos nacionales). Sin embargo,  por otro lado, la definición oficial de esta nomenclatura conllevaba realmente unas fronteras que no se iban a extender más y finalmente una preeminencia rusa que desdibujaría la experiencia y suprimiría su esencia.
  • Llegamos a 1924, la dirección de Stalin supone además la renuncia a la revolución mundial, el reconocimiento real del repliegue y la «asimilación de soviético a ruso». El socialismo en un solo país. La revolución europea quedaba clausurada y la rusa deformada para el resto de su existencia.
Conclusión    

             De todo este gran proceso revolucionario, que sólo hemos introducido, se pueden extraer las siguientes conclusiones:
            La Revolución Rusa no debe ser divulgada ni estudiada como un caso aislado, sino en consonancia con los demás movimientos existentes y coetáneos. No obstante, es el que triunfa y se convierte en la vanguardia del proceso. Estamos ante un proceso que va in crescendo entre 1917 y 1922 y que está apunto de unir Alemania con Rusia.
Por otro lado, es de resaltar que la Primera Guerra Mundial tiene un final condicionado, entre otros factores, sobre todo en Rusia y Alemania, por la propia revolución. Esta es a la vez consecuencia de la guerra y causa de la aceleración de su final. La guerra termina por provocar el efecto contrario en muchas personas respecto a su  objetivo inicial, por ello los soldados confraternizan entre sí, sintiéndose proletarios explotados, pasando del nacionalismo al internacionalismo, del sentimiento de identidad delimitado por fronteras al sentimiento de pertenencia a una clase internacional y a unos valores distintos.
Por último, se debe otorgar a este acontecimiento europeo, y en parte mundial, la importancia debida, equiparándolo a las oleadas liberales del siglo XIX. El hecho de que los sistemas políticos contemporáneos deriven de las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX no debe eclipsar otra realidad: que los sistemas sociales actuales derivan, «o derivaron», de una pugna entre las clases populares inconformistas y sus gobiernos liberales y sus poderes fácticos que los llevaron a la guerra.
Logros como los derechos laborales y sociales en general, la jornada de ocho horas, las 40 horas semanales laborables, las vacaciones pagadas, los seguros sociales, la extensión del estado del bienestar, la sanidad y educación públicas y universales, derivan de una serie de circunstancias que se iniciaron en el primer cuarto del siglo XX y que darían lugar a dos sistemas antagónicos en donde se competía no sólo en materia económica, militarista, ideológica o política, sino también en ofrecer una serie de mejoras sociales extensibles a las clases trabajadoras y a la ciudadanía en general. Estos son sólo algunos elementos que derivaron de estos procesos.
Festejar e investigar fechas históricas desde las instituciones, como el triunfo del sistema liberal derivado de las oleadas revolucionarias del siglo XIX, pero soslayar y omitir la envergadura y trascendencia mundiales de las oleadas revolucionarias populares del siglo XX, supone ocultar una realidad histórica de la que deriva nuestro mundo actual y los derechos adquiridos en el siglo XX.

Bibliografía

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Sergé, V.: El año I de la Revolución Rusa. Madrid, 1972. Ed. Siglo XXI.





[1] Desde1860, venía dándose un movimiento popular campesino de carácter comunal, eran los llamados narodniki.
[2] Sobre la revolución mejicana destacamos: Reed, J.: México insurgente. Barcelona. Ed. Crítica, 2000.
[3] Hobsbawm, E.: La era del Imperio, 1875 – 1914. Barcelona. Ed. Crítica, 2001. P. 295.
[4] Car, E. H.: La Revolución Rusa de Lenin a Stalin, 1917 – 1929. Madrid, Alianza Editorial, 1981. P, 11.
[5] Eric Hobsbawm. Op. Cit. P.63.
[6] Para más información: Sergé, V.: El año I de la Revolución Rusa. Madrid. Ed. Siglo XXI. 1972.
[7] Si bien historiadores como Hobsbawm han destacado la influencia del movimiento más allá de 1922, estaba claro que potencialmente éste dejó de ser una amenaza para el orden existente a partir de dicho año.
[8] Hobsbawm, E.: La era del Imperio, 1875 – 1914. Barcelona. Ed. Crítica, 2001. P. 286.
[9] El 31 de julio de 1914 el socialista Jean Jaures era asesinado por un nacionalista exaltado.
[10] Podemos encontrar información a este respecto en: Fraenkel, Roger: «El general Joffre: el asno que comandaba leones», en El Atlas Histórico. Historia crítica del siglo XX. Valencia. Ed. Ediciones Cibermonde. Le Monde Diplomatique, 2011, pp. 16 – 17.
[11] Datos extraídos de: http://www.claseshistoria.com/1guerramundial/%2Bcrisis17oposicionguerra.htm, pertenecientes al libro de Gabriel Cardona: "Los horrores de la guerra", en VVAA (1996) La Gran Guerra. Historia universal del S XX. Volumen 5.
[12] Ibídem.
[13] Anteriormente ya hablamos de la tradición de las reuniones en las colectividades agrarias rusas durante el zarismo, en este texto se hace una clara alusión a esa costumbre arraigada y que hacía de los soviets algo no tan nuevo para algunos, o al menos no tan original.
[14] Avilés Farré, J.: La Revolución Rusa. Madrid. Ed. Santillana. 1997. P.59.
[15] Hobsbawm, E.: Historia del siglo XX. 1914 – 1991. Barcelona. Ed. Crítica, 2003. P. 67.
[16] Este extracto se puede encontrar en distintas fuentes, en nuestro caso destacamos el siguiente link:
[17] Ferro, M.: «Diez ejércitos extranjeros contra la Revolución Rusa», en El Atlas Histórico. Historia crítica del siglo XX. Valencia. Ed. Ediciones Cibermonde. Le Monde Diplomatique, 2011, pp. 40 – 41.

[18] Tuñón de Lara, M.: La España del siglo XX,  1. La quiebra de una forma de Estado. Barcelona. Ed. Laia, 1981. Pp. 25, 26 y 27.
[20] La conferencia de Zimmerwald reunión a 38 representantes socialistas de distintos países para trata el tema de la guerra, después de que muchos partidos socialistas la hubiesen apoyado en sus respectivos países. Su manifiesto fue redactado por Trostsky.
[21] Red, J.: Diez días que estremecieron al mundo. Madrid. Ediciones Akal, 1998. P.77.
[22] Fuente: http://www.claseshistoria.com/1guerramundial/%2Bguerrafrente.htm