lunes, 16 de enero de 2017

La revolución soslayada (1917-1922)


La revolución soslayada (1917-1922)
Francisco González Oslé. Licenciado en Historia, UCA. 


Introducción

Existe un episodio en la historia del siglo XX que, a mi juicio, no está lo suficiente valorado por la historiografía, en general, y oficialista, en particular, probablemente por intereses ideológicos y políticos. Me refiero a los levantamientos populares que tuvieron lugar entre 1917 y 1922 en Europa, fundamentalmente, y a su conexión con el rechazo extraordinario a la Gran Guerra. Los procesos que estuvieron en ciernes entre 1917 y 1922, llamados por Hobsbawm «revolución mundial», no se han abordado en toda su integridad, ni en plenitud de coherencia, salvo en contadas ocasiones. Se hace relativamente difícil encontrar publicaciones, sobre todo traducidas al castellano, dedicadas a la revolución alemana, al bienio rosso italiano o a la república soviética húngara; y más difícil aún visiones de conjunto.     
Sin embargo, sí se les otorga un carácter ecuménico e íntegro a las oleadas liberales de los años 20, 30 y 48 del siglo XIX, más estudiadas y con un gran espacio dedicado en los manuales académicos. Es extensísima la bibliografía dedicada a ello y las efemérides; en Francia los aniversarios de la revolución de 1789, en España la Constitución de 1812. Sin embargo, la agitación mundial de las primeras décadas del siglo XX recibe un tratamiento aislado, sesgado e incompleto. Esta forma desigual de abordar ambas oleadas revolucionarias me llevan a plantear una serie de interrogantes:
¿Cuál es la envergadura real del proceso de 1917-1922?, ¿es equiparable cuantitativa y cualitativamente a las oleadas liberales del siglo XIX?, ¿se debe tratar la revolución rusa como un suceso aislado o estamos ante una revolución amplia que pone en jaque al sistema mundial emanado de la Revolución Francesa y de la Revolución Industrial?, ¿cuál es la importancia de la revolución en el final de la guerra y de la guerra en la revolución?
  
Precedentes

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX el movimiento obrero se había ido organizando a nivel nacional e internacional. Aparecieron los primeros partidos obreros socialistas, se constituyó en Londres en 1864 la Asociación Internacional de Trabajadores y se produjeron experiencias revolucionarias, destacando la Comuna de París (1871). Los movimientos populares comunales en Rusia[1] también constituyeron un fenómeno singular, si no potencialmente revolucionarios si embrionarios de una fraternidad asamblearia. En 1889 se constituía la II Internacional, se declaraba el 1º de mayo Día del trabajador y en 1910 se establecía el 8 de marzo Día de la mujer trabajadora. Pero no sería hasta el primer cuarto del siglo XX cuando realmente el movimiento obrero y sus fundamentos teóricos, marxistas y anarquistas, se erigiesen en alternativa de facto y pusiesen en jaque al modelo productivo existente.
A principios del siglo XX destacaron dos grandes revoluciones, en las que participaron las clases populares, con unas ideas claras de emancipación en el contexto del imperialismo. Ambos procesos se dieron geográficamente y culturalmente en zonas muy dispares: China y Méjico. En China en 1911 se produjo la caída del viejo Imperio Chino, dinastía Qing, y la proclamación de la república. Aunque el cambio de régimen político no supuso un cambio social, económico, ni cultural respecto a las viejas estructuras. En Méjico[2], como afirma Hobsbawm, explotó:

« (…) un gran levantamiento social, el primero de su clase, en un país agrario del «tercer mundo», el proceso mejicano (no obstante) se vería también eclipsado por los acontecimientos ocurridos en Rusia»[3].

La mejicana pudo haber sido una revolución más importante que la rusa, si hubiera triunfado definitivamente su carácter social, pero se acabaron imponiendo los intereses de la burguesía criolla, lo cual acabó con las grandes aspiraciones de transformación de las clases populares. Esto permitió a Rusia posteriormente erigirse en el paladín del movimiento obrero internacional.
Por lo tanto, debemos tener en cuenta, entre 1905 y 1917, la existencia de movimientos sociales fuera de Europa: la revolución mejicana, movimientos estudiantiles en Argentina, movimientos nacionalistas y estudiantiles en China. Pero sería  Rusia en donde se produciría el culmen de un comienzo de siglo agitado por las fuerzas populares.

1. Rusia, primer punto de inflexión. El concepto ecuménico «soviet»

1.1. La importancia de la Revolución Rusa
La Revolución Rusa es calificada por H. Carr como «el acontecimiento más importante del siglo XX»:

«La Revolución Rusa de 1917 constituye un punto decisivo en la historia, y bien puede ser considerada por los futuros historiadores como el mayor acontecimiento del siglo XX.»[4]


Ilustración 1. Cartel soviético aludiendo a la revolución mundial. Fuente: Hobsbawm, E.: Historia del siglo xx. Barcelona, 2003. Ed. Crítica.

Hobsbawm[5], que la califica de «revolución mundial», y Antonio Fernández afirman que es un acontecimiento que goza de trascendencia y repercusiones equiparables a las de la Revolución Francesa. Y no fue casualidad que el periodista norteamericano John Reed viajase a San Petersburgo para presenciar como periodista, e incluso  para participar de la revolución soviética; así como tampoco fue fortuito que su libro testimonial se llamase Diez días que estremecieron al mundo. Desde EEUU, como nos relata John Reed, hasta algunos lugares del extremo, se contaban por millones las personas que tenían los ojos puestos en Rusia, porque ya en sus regiones existían movimientos similares y sentimientos concomitantes.



 Ilustración 1. Cartel soviético aludiendo a la revolución mundial. 
Fuente: Hobsbawm, E.: Historia del siglo xx. Barcelona, 2003. Ed. Crítica.

El proletariado ruso tenía esperanza en los trabajadores del resto del mundo y, como afirmase John Reed, los obreros norteamericanos estaban pendientes de lo que ocurría en Rusia. Así, este periodista, hizo de nexo entre los movimientos obreros de EEUU y Rusia. Por su parte, el escritor y periodista ruso Víctor Sergé, el cual estuvo exiliado en Francia y Méjico, cuando regresó en febrero de 1919 a Rusia para participar del proceso revolucionario fue interrogado por obreros rusos y militantes bolcheviques sobre la posición de los trabajadores acerca de «a qué esperaban para hacer la revolución»[6]. En España tras la huelga general del verano de 1917, las noticias del triunfo bolchevique en Rusia dieron lugar al júbilo e imprimieron fuerza para continuar con las reivindicaciones. De este modo aparecen partidos comunistas en 1921 en España, en Italia y en Alemania, en su mayor parte son escisiones de los partidos socialistas.
La Revolución Rusa se convierte en la punta del iceberg; un proceso mucho mayor que venía germinando desde hacía más de una década, que en 1917 azotaba a más países y que se iba a extender por Europa coadyuvado por la guerra mundial. El proceso ruso quitaría protagonismo a la revolución mejicana y se convertiría en una revolución vanguardista y fundamentalmente europea, que no exclusivamente. El movimiento se extendería hasta 1922[7] y pondría en jaque a los gobiernos liberales a los que se responsabilizará de haber llevado a la guerra a millones de personas.
En 1917, la decrepitud social, económica, política y de los viejos valores ilustrados liberales provocada por la guerra dio lugar a movimientos de protesta en los países beligerantes e incluso neutrales, como España. Según Hobsbawm:

«A partir de 1917 quedó claro que los países estables y prósperos de la sociedad burguesa occidental se verían inmersos, de alguna forma, en los levantamientos revolucionarios globales que comenzaron en la periferia de ese mundo único e interdependiente que esa sociedad había creado».[8]

De tal envergadura fue el proceso que se puede hablar casi de guerra civil en algunos países, no sólo en Rusia; teniendo en cuenta los enfrentamientos abiertos, la cantidad de agentes sociales participantes y de personas implicadas, las cuales se podían contar por millones (tan sólo la CNT en España entre 1919 y 1920 alcanzó la cifra de 700.000 afiliados, cuando en 1915 sólo contaba con 15.000) y el considerable número de víctimas. El bienio rosso en Italia (1918-1920), el trienio bolchevique en Andalucía, el proceso revolucionario en España (1917-1919), la revolución alemana de 1918, la revolución húngara. Estos, y otros acontecimientos, suponen que estamos ante una oleada que hizo temer a unos y esperanzarse a otros.
Pero, ¿por qué marca esa inflexión Rusia? En primer lugar, porque es la primera región en la que triunfa y se mantiene un movimiento de carácter político con raíces sociales trabajadoras y campesinas (Lenin respiró al ver que la experiencia duraba más que la Comuna de París). Segundo, por la extensión de este inmenso país, desde Europa oriental hasta extremo oriente, la cantidad de regiones con las que limitaba y la posibilidad que ello daba de extender el movimiento. En tercer lugar, por el cumplimiento inmediato de las primeras promesas realizadas, destacando la salida de la participación en la Gran Guerra; lo que fue visto por los ciudadanos de otros países como algo esperanzador y se extendió la noticia de que los «socialistas habían sacado a Rusia de la guerra». El impulso que cobró el concepto soviet y su adjetivación «soviético/ca», así como su aplicación y uso en otras regiones, fue sintomático de la importancia del acontecimiento.

1.2. El concepto ecuménico de soviet

En Rusia nace el concepto «soviet», término sui géneris, que en manuales y libros siempre aparece ligado o asimilado a este país, pero que se convirtió en universal a partir de 1917. A pesar de que  actualmente se equiparan los términos soviético y ruso, y que desde 1922 se asimilaron en su significado, lo cierto es que conceptualmente no debería ser así, ni lo fue durante la etapa que describimos. La palabra soviet significa en puridad «consejo o asamblea» de obreros y soldados; se utilizaba para hacer referencia a asambleas en las cuales se reunían originariamente desde 1905, e incluso antes, obreros, soldados, bolcheviques, mencheviques y social revolucionarios. A este respecto, en su origen, se debe tener en cuenta la influencia de la tradición de colectividades campesinas en Rusia sometidas siempre a la autoridad zarista, pero que suponían una cierta confraternización entre las clase popular campesina.
La extrapolación a otras regiones de la experiencia asamblearia siguiendo el modelo soviético es muestra de que estamos ante algo más que una revolución en un solo país; supone que aunque el proceso ruso es uno más es el que marcará la pauta. El término siendo ruso se convirtió en universal para denominar no lo ruso sino lo revolucionario, el internacionalismo y el asamblearismo. Al menos así fue hasta que la URSS desde 1922, y desde 1924 sobre todo, se erigió en un país sin visos ni posibilidad de extender la revolución.
La palabra soviet se extendió como la pólvora, apareciendo estos consejos en zonas tan dispares como Cuba y Alemania. En Irlanda en 1919 el Soviet de Limerick; en España se constituyeron variantes en el campo andaluz entre 1918 y 1919; aparecieron en Baviera y Hungría en 1918. Hasta en algunas plantaciones de Cuba, afirma Hobsbawm, aparecieron intentos de soviets. Que durante el trienio bolchevique en Andalucía y, posteriormente en la II República español se escuchasen «vivas a los soviets» en manifestaciones obreras era algo habitual y suponía un síntoma de la inflexión producida en Rusia.
El interés internacional que cobró este acontecimiento y este término no derivaba tan sólo del proceso ruso en sí, sino de sus repercusiones fuera de Rusia y de que la revolución no había sido una idea exclusiva rusa, ni un hecho aislado, sino que venía siendo un objetivo en otras partes del mundo desde hacía tiempo. La Primera Guerra Mundial contribuiría a la expansión del proceso y se erigiría en el segundo punto de inflexión.

2. La guerra, segundo punto de inflexión y factor coadyuvante. La revolución fuera de Rusia

«No hay más que una posibilidad de mantener la paz y salvar la civilización, la de que el proletariado reúna todas sus fuerzas y que todos los proletarios franceses, ingleses, alemanes, italianos y rusos pidamos a esos millones de soldados que se junten para que el latido unánime de sus corazones aleje la horrible pesadilla.»

                                                 Jean Jaurés. Discurso en Lyon. 23 de julio de 1914.[9]

La Primera Guerra Mundial se convirtió en factor coadyuvante de la revolución, y esta pasó a ser un factor impulsor, a su vez, del malestar hacia la guerra; afirmaba Lenin que la Primea Guerra Mundial suponía «el acelerador de la historia». La guerra aceleró la revolución en Europa y en Rusia, y la revolución, por su parte, contribuyó a la paz en Alemania y Rusia. 

2.1. La guerra, otro punto de vista

El rechazo al conflicto comenzó tímidamente con evasiones y deserciones, progresivamente confraternizaciones y finalmente el motín se mezcló con la revolución. Lo que denota que no estamos ante hechos singulares y aislados, sino ante un fenómeno histórico plural y trascendental. Fue algo extraordinario ver como trabajadores y soldados confraternizaban, mientras veían la solución a todos sus males en un levantamiento fraternal. La revolución suponía luchar contra quienes los habían obligado a ir a la guerra y, por ende, luchar contra el propio conflicto. O dicho de otro modo; combatir la guerra era luchar contra el sistema que los había llevado a vislumbrar la «Gorgona».
La deserción es un acto que puede deberse fundamentalmente a motivos diversos, de supervivencia, ideológicos o éticos. La deserción no era algo nuevo, pero en este caso hablamos de hechos más extraordinarios por la cantidad de personas implicadas y por como influyó el contexto de la revolución rusa y la salida de este país del conflicto. Salida debida, precisamente, a una revolución llevada a cabo por soldados desertores que confraternizaban con la causa obrera y campesina bajo el lema: “paz, tierra y pan”.




Ilustración 2. Fotografía de las trincheras en el frente occidental francés. Soldados canadienses. 
Fuente: Hobsbawm, E.: Historia del siglo XX. Barcelona, 2003. Crítica. 

Antes de iniciarse la guerra se habían producido algunos intentos de evasión durante los reconocimientos médicos para el reclutamiento. Se llegaron a producir autolesiones e intentos de aparentar enfermedades. En Inglaterra, antes de votarse la Ley de Reclutamientos ya hubo juicios y condenas  por deserciones; algunos datos son reveladores: en agosto de 1915 fueron 15 los trabajadores condenados, en julio de 1916 el número se elevó a 772. En Francia destacó la persecución de sindicalistas y en el frente durante las primeras semanas sobresalió la pésima dirección de Joffre y su elusión de responsabilidades por las derrotas, inventando responsables y sacrificando efectivos en operaciones descabelladas, lo que hacía que muchos soldados de infantería no quisieran avanzar.[10]
No obstante, los intentos de librarse de la guerra eran casos individuales y aislados aún. La Gran Guerra no comenzó con un rechazo masivo. Las autoridades francesas estimaron entre un 5 y un 12 % de desertores y, sin embargo, en 1914 sólo se llegó al 1´5%. En Reino Unido hubo 750.000 voluntarios en los dos primeros meses y un millón en los 8 meses siguientes.[11] Incluso en Rusia se esperaban más prófugos de los que hubo realmente. Pero ya en 1917 hubo en Italia 49.282 prófugos y 56.286 desertores. Las cifras fueron en aumento hasta el final de la guerra:

«La protesta pública de las mujeres campesinas se agudizó con peticiones de paz y regreso de los maridos. En Turín, la represión policial produjo 50 muertos, 800 heridos y 1500 detenidos.
La resistencia masculina también era evidente. Así se produjo una oleada huelguística en 1917, que en Inglaterra pasó de los 276 000 huelguistas de 1916 a los 872 000 de 1917; en Francia, de 41 000 a 294000; en Italia, de 136 000 a 170000; y en Alemania, de 129 000 a 667 000. En Rusia, la situación fue más grave y el descontento llegó antes: ya en 1916 un millón de personas estaba en huelga».[12]

Progresivamente se fue imbricando el rechazo a la guerra con el movimiento obrero. A la guerra, al fin y al cabo, iban los pobres, y a primera línea del frente los más pobres. Desde marzo de 1918 (Paz de Brest Litovsk) se fue generalizando el pensamiento de que una revolución como la acontecida en Rusia podía sacar de la guerra a los demás países, en definitiva a las clases populares. Sokolov, socialista que actuó como propagandista entre los soldados, realizó las siguientes observaciones:

«La asamblea constituyente era algo totalmente desconocido y difícil de entender para los soldados del frente (…). Sus simpatías estaban claramente con los soviets. Estos eran las instituciones que les resultaban cercanas y queridas, que les recordaban sus propias asambleas en la aldea (…)[13]. ¿Para qué necesitamos una Asamblea Constituyente, si ya tenemos nuestros soviets, en los que nuestros propios diputados pueden reunirse y decidirlo todo?».[14]

Los testimonios son abundantes, podrían quedar en anecdóticos sino fuera porque quedó patente progresivamente el nivel general de rechazo popular al conflicto, hasta derivar en la revolución en distintas regiones. Hobsbawm afirmaba:

«No puede extrañar que los censores de Austria-Hungría, que supervisaban la correspondencia de sus tropas, comenzaran a advertir un cambio en el tono de sus cartas. Expresiones como «si Dios quisiera que retornara la paz» dejaron paso a frases del tipo «Ya estamos cansados» o incluso «Dicen que los socialistas van a traer la paz»».[15]

A continuación, la carta de un soldado inglés a su amada, en este caso en el frente francés:


«5/2/18. Francia, por la noche.
Cariño mío,
Ahora, si no hay problemas, vas a saber todo acerca de lo que ocurre aquí. Sé que te llevarás una gran sorpresa cuando te llegue esta carta... ¡Si alguna autoridad la ve! (...)
Quizá te gustara saber cómo está el ánimo de los hombres aquí. Bien la verdad es que (y como te dije antes, me fusilarán si alguien de importancia pilla esta misiva) todo el mundo está totalmente harto y a ninguno le queda nada de lo que se conoce como patriotismo. A nadie le importa un rábano si Alemania tiene Alsacia, Bélgica o Francia. Lo único que quiere todo el mundo es acabar con esto de una vez e irse a casa. Esta es honestamente la verdad, y cualquiera que haya estado en los últimos meses te dirá lo mismo.
De hecho, y esto no es una exageración, la mayor esperanza de la gran mayoría de los hombres es que los disturbios y las protestas en casa obliguen al gobierno a acabar como sea. Ahora ya sabes el estado real de la situación.
Yo también puedo añadir que he perdido prácticamente todo el patriotismo que me quedaba, solo me queda el pensar en todos los que estáis allí, todos a los que amo y que confían en mí para que contribuya al esfuerzo necesario para vuestra seguridad y libertad. Esto es lo único que mantiene y me da fuerzas para aguantarlo. En cuanto a la religión, que Dios me perdone, no es algo que ocupe ni uno entre un millón de todos los pensamientos que ocupan las mentes de los hombres aquí.
Dios te bendiga cariño y a todos los que amo y me aman, porque sin su amor y confianza, desfallecería y fracasaría. Pero no te preocupes corazón mío porque continuaré hasta el final, sea bueno o malo  (...)
Laurie».[16]




Progresivamente se llegó a casos de confraternización entre soldados de diferentes países. Hubo algunos casos al empezar la guerra, popular es el de la Navidad de 1914; tan sólo unos meses después del inicio de la Gran Guerra, los soldados alemanes, franceses e ingleses del frente francés confraternizaron entre sí; salieron de sus trincheras, intercambiaron alimentos, bebidas, cigarrillos y hasta jugaron un partido de fútbol. Al día siguiente no tenía sentido la guerra, pero se les obligó a continuar.


            Estas actitudes muchos las pagarían caro; hubo fusilamientos, juicios sumarios y correctivos ejemplarizantes. Aunque en todos los frentes hubo una política militar basada en correctivos severos y ejemplarizantes destacó el Estado Mayor francés, que entre 1914 y 1915 fusiló a más de 500 soldados franceses. Ha afirmado Ricardo Artola que la tregua del desayuno existió durante toda la guerra y en muchas zonas del frente estaba instituido dejar ese momento de tranquilidad. Las ofensivas eran al amanecer o al anochecer.


La confraternización, durante estos años, no fue exclusiva de la Gran Guerra, también sucedió en Rusia, antes de la revolución y durante la guerra civil, y en otras regiones. A principios del siglo XX se habían dado casos extraordinarios, ya en la revolución fallida de Rusia de 1905 destacó el motín del acorazado Potemkin. En Francia en 1907 arruinados por .unas ventas catastróficas los viñadores del Languedoc se sublevaron, Clemeceau ordenó al ejército disparar y estos se negaron y confraternizaron con los manifestantes. En junio de 1917, en plena guerra mundial, cuando el gobierno provisional ruso ordenó atacar a una muchedumbre el ejército se negó y los soldados y campesinos regresaron a sus aldeas para llevar a cabo un reparto de la tierra, eran conatos previos a la revolución bolchevique de octubre. Recordemos, por otro lado, el episodio reflejado en la película Doctor Zhivago, en el cual militares desertores se encuentran en el camino de vuelta a soldados que marchan al frente, confraternizan con los mismos y todos se niegan a continuar la guerra desobedeciendo a sus oficiales.
Después de la paz de Brest Litovsk (1918) quedó de manifiesto que los bolcheviques en este punto no habían faltado a su palabra, ni a las «tesis de abril» de Lenin, y habían sacado a Rusia de la tragedia de la guerra, no sin concesiones amplias y una derrota territorial importante y sin paliativos. El armisticio ocasionaría dos efectos:

  • El temor de los gobiernos de los países aliados a que el espíritu revolucionario y de confraternización entre pueblos y ejércitos acabase no sólo con la guerra sino con el propio sistema que mantenía la guerra y sus gobiernos.
  • La esperanza en las poblaciones europeas, y en muchos soldados en el frente, de que una revolución pudiese acabar con el conflicto bélico.

   De este modo los países aliados de la entente empezaron a ver a Rusia como enemiga ideológica. Según Marc Ferro en el verano de 1918, tras Brest Litovsk, Clemeceu y Churchill se plantearon nuevos objetivos para derrotar, no sólo a Alemania y a Austria-Hungría, sino también a la Rusia bolchevique; «ya no se trataba tanto de derrotar a Alemania como al enemigo social». Afirma Ferro que Clemenceu afirmaba: «Los aliados deben forzar la caída de los soviets»[17]. Pero durante la guerra civil, como dijimos, sorprendieron nuevos episodios de confraternización y motines, siendo muy destacada la rebelión de un batallón de soldados franceses en Arkangelsk en 1918 que se negaron a luchar contra el ejército rojo.
   Así se llegó al nivel más alto, el motín y la revolución. A partir de 1916 eran cada vez más los combatientes de primera línea que se volvían atrás o se rezagaban. En mayo de 1916 se produjo una insubordinación colectiva, en Verdún el 154º regimiento francés se negó a abandonar la trinchera para salir a combatir (a este respecto es muy conocido el caso retratado en la película Senderos de Gloria, de Stanley Kubrick, en la que aparece reflejada la negativa de algunos soldados y de su superior de llevar a cabo ciertas ordenes descabelladas, lo que les costó un consejo de guerra y varios fusilamientos). En la primavera de 1917 se extendieron los motines entre las unidades del ejército francés, los soldados galos estaban hartos de la miseria en la que estaban sumidos y de la forma de dirigir la guerra, sacrificándose por una causa que cada día les era más ajena. Sus necesidades eran las mismas que las de los soldados alemanes, austríacos o italianos; se sentían cada vez más cercanos entre ellos y más alejados de sus estados mayores y de los gobiernos que los habían condenado a la miseria y al horror.
  El miedo a un desmoronamiento del frente, entre otras cuestiones, llevó a dimitir al gobierno francés de Painlevé, siendo sustituido por Clemenceau; no sería el único país donde caería un gobierno belicoso. El gobierno Clemenceau desató una severa represión con fusilamientos de unos 49 soldados, de 554 que habían sido condenados. El soldado se mostraba explotado y reprimido como un obrero más, en una guerra que no le incumbía.
   En Italia el malestar creció sobre todo desde 1917, tras la derrota de Caporetto en noviembre. Se produjeron grandes manifestaciones pacifistas; el 1 de mayo del mismo año ya hubo 1000 detenidos, destacando en las protestas mujeres campesinas. De la guerra a la revolución había un paso y, aunque Italia estaba efervescente y en Francia había caído un gobierno, éste paso se dio en Alemania. Antes veamos que ocurrió en España.

2.2. España. Un caso particular

En España, país neutral, el proceso revolucionario estuvo ligado al fracaso del sistema de la Restauración y  a sus circunstancias internas, coadyuvado a su vez por algunos problemas derivados del conflicto bélico. Bajo estas peculiaridades en España se produjo la crisis de 1917 y posteriormente el «trienio bolchevique» entre 1918 y 1920.
Los beneficios obtenidos por la economía española, debido al papel de España como país neutral y suministrador de manufacturas a los estados beligerantes, no supusieron una mejora en la situación económica y social general de las clases más populares. El aumento de la demanda exterior, la disminución de las importaciones y el crecimiento de las exportaciones, dieron lugar a escasez interior de determinados productos. Se produjo una gran inflación, mientras los beneficios de grandes sectores empresariales aumentaban los salarios se mantenían o subían muy poco, lo que produjo un  aumento del coste de la vida de los trabajadores y un ambiente de crispación.
La situación favorable en el concierto internacional para una parte de España puso de manifiesto otras realidades más trágicas para otra parte del país; realidades ya latentes en el siglo XIX como la desestructuración social y económica, la ausencia de una clase media amplia, la falta de productividad, el escaso tejido industrial, la desarticulación entre el campo y la ciudad; de hecho a nivel sociolaboral las huelgas de 1917 no tienen un seguimiento en el campo, aunque sí parecen más articuladas las movilizaciones de 1918-1920. Por su parte, las burguesías agraria e industrial tenían intereses contrapuestos entre sí; se veían más como contrincantes que como socios económicos. Se imbrica esta oposición en la diatriba centro agrario - periferia más industrializada.
El malestar social y económico de los trabajadores, unido al recelo de la burguesía liberal progresista (sobre todo catalana, La Lliga) y sus partidos políticos por el adulterado sistema electoral («turnismo canovista»), añadido todo ello al movimiento juntista de los militares, derivó en una crisis social y política que explotó en el verano de 1917. A pesar de la represión la revolución rusa contribuyó al mantenimiento de la lucha en los años venideros.
Entre 1918 y 1919 hubo una auténtica explosión revolucionaria, con una situación agravada por la crisis posbélica en España, al terminar progresivamente su papel de proveedor y quebrar muchas empresas que ya no eran rentables. Crecieron los sindicatos (UGT 200.000 afiliados, CNT alcanzó los 700.000 afiliados, cuando curiosamente los bolcheviques en Rusia eran unos 250.000 y el Partido Comunista Ruso llegó a los 600.000 posteriormente). En 1918 la situación de miseria del campesinado era extraordinaria, sobre todo el andaluz y el extremeño (el jornal solía ser de 1 peseta o 1´50, más comida, mientras un operario calificado solía ganar una media de 5 a 5´50 pesetas).Veamos en los siguientes cuadros una comparativa entre inflación de precios, beneficios industriales y determinados salarios:

Cuadro 1. Índice de precios al por mayor. Tuñón de Lara, M.: La España del siglo XX,  1. La quiebra de una forma de Estado. Barcelona. Ed. Laia, 1981, p. 25.




Cuadro 2. Beneficios de industrias carboníferas. Tuñón de Lara, M, Ibidem, p. 28.



Cuadro 3. Salarios en la mina. Tuñón de  Lara, M. Ibídem, p. 34.Cuadro 2. Beneficios de industrias carboníferas. Tuñón de Lara, M, Ibidem, p. 28.

Como podemos observar la diferencia era clara entre el binomio inflación-beneficios y el componente salarial. Las más perjudicadas fueron las clases bajas en general. Tomando como 100 el año de 1913 tenemos que: las patatas aumentaron en 218´2, el azúcar en 153´2, las sardinas en 140, el vino en 133´3, los huevos en 121´2, el trigo en 117´1, la carne de vaca en 182, la carne de cerdo en 196´7, el aceite en 160.[18]
El aumento de los salarios mineros e industriales entre 1917 y 1918 obedeció a la presión ejercida por la gran huelga minera del verano de 1917, pero no era suficiente, la situación del campesinado seguía siendo calamitosa. La actividad huelguística alcanzó su apogeo entre el otoño de 1918 y el verano de 1919; se invadieron campos, se repartieron propiedades, municipios enteros pasaron a ser gestionados por comités obreros, proliferaron las asambleas al estilo de los soviets. Lo cual se prolongó hasta 1920 en lo que se ha denominado el «trienio bolchevique», que afectó sobre todo a Andalucía.
En febrero de 1919 se produjo la huelga de la compañía eléctrica La Canadiense; se inició el 5 de febrero de 1919 en Barcelona prolongándose durante 44 días, en los que se convirtió en huelga general, paralizándose Barcelona y el 70% de toda la industria catalana.[19] La huelga se extendió a otros puntos del país y a más sectores.
El movimiento, a pesar de ser reprimido, arrancó derechos convirtiéndose en todo un éxito. Se consiguieron: la jornada de ocho horas, el sistema público de pensiones, subidas salariales importantes (fundamentalmente en Asturias, País Vasco y Cataluña), formación de comisiones mixtas con representación de los trabajadores para conflictos laborales, la creación del Ministerio del Trabajo y la dimisión del gobierno Romanones. El miedo se había apoderado del gobierno y de los grandes poderes empresariales.

2.3. La guerra y la revolución en el resto de Europa. El cénit alemán y el finiquito italiano

«El proletariado socialista ha luchado durante largos años contra el militarismo. Pero los partidos socialistas y las organizaciones obreras de algunos países, pese a haber contribuido a la elaboración de estas decisiones, se han desentendido, desde el comienzo de la guerra, de las obligaciones que aquellas implicaban
Proletarios!!!
Desde el desencadenamiento de la guerra habéis puesto todas vuestras fuerzas, todo vuestro valor y vuestra resistencia al servicio de las clases poseedoras para mataros los unos a los otros. Es necesario que hoy volváis al campo de la lucha de clases y actuéis por vuestra propia causa, por el sagrado objetivo del socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y de las clases sometidas.»

         Manifiesto de Zimmerwald, 7 de septiembre de 1915.[20]

El malestar por la guerra en el caso de Rusia fue más claro y rápido que en otros países. Era un país muy atrasado con respecto a los estados liberales e industrializados del occidente europeo y cuyo pueblo había vivido ya la penuria y la tragedia económica de la guerra ruso-japonesa de 1905. Las levas de campesinos no despertaban un sentimiento nacional sino de rechazo al zarismo y al régimen autocrático y señorial. La guerra no era vista como un objetivo popular, ni identitario; los problemas nacionales eran para la inmensa mayoría el hambre y la tierra. Además las circunstancias penosas en las que los rusos iban al frente no hacían más que crispar los ánimos: había un fusil para cada dos soldados, se pasaba hambre y necesidad, faltaban vituallas y provisiones, las subidas de impuestos sobre los campesinos para sufragar la guerra. La guerra era vista como causa de todos los males en Rusia, malestar que empezó a extenderse por otras regiones de Europa. Veamos el testimonio del periodista John Red, en su entrevista a Trotsky:

“Nuestro primer acto será el armisticio inmediato en todos los frentes y una conferencia de los pueblos para discutir los términos de la paz democrática (…). Al salir de esta guerra veo a Europa regenerada, no por los diplomáticos, sino por el proletariado. Lo que más conviene a la república Federativa Europea, los Estados Unidos de Europa. La autonomía nacional ya no basta, la evolución económica exige la abolición de las fronteras nacionales. Si Europa sigue dividida en grupos nacionales, el imperialismo volverá a las andadas. Sólo una República Federativa europea dará la paz al mundo”[21].

Si la revolución en Rusia supuso «la punta del iceberg», la revolución alemana constituiría el cénit de la oleada. Alemania era un país altamente industrializado, cualificado y con una poderosa clase burguesa industrial. Esta tenía un carácter marcial e imperial prusiano, y estaba desnuda del republicanismo y refinamiento intelectual francés. Una burguesía más propicia a pactar con la aristocracia y con un concepto de nacionalismo más ligado al idealismo filosófico y espiritual que al racionalismo.
La clase obrera urbana, era abundante, políticamente instruida y mayoritariamente adherida al SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), revestido de un carácter reformista, renunciando a la revolución para transformar la sociedad y favorable a la democracia para realizar reformas sociales. La clase trabajadora alemana estaba bastante influida por estos preceptos y no era potencialmente revolucionaria. Por ello, en Alemania, la revolución estuvo más ligada a la guerra que a otros factores estructurales.
Desde 1915 llegaban ya algunas misivas del frente maldiciendo la guerra, aún eran casos aislados:

«Una y otra vez quiero deciros algo: vosotros, que permanecéis en la patria, no olvidéis cuán horrible es la guerra. No dejéis de rezar. Actuad con seriedad. Abandonad toda superficialidad. Arrojad de teatros y conciertos a los que ríen y bromean mientras sus defensores sufren y se desangran y mueren. De nuevo he vivido durante tres días (del 1 al 4 de enero) la más sangrienta y horrible batalla de la historia, a doscientos metros del enemigo, en una trinchera provisional excavada a toda prisa. Durante tres días y tres noches han caído granadas y más granadas: estallidos, silbidos, sonidos guturales, gritos y gemidos ¡Malditos aquellos que nos condujeron a esta guerra!»

        Carta de un estudiante alemán desde el frente. Enero de 1915.[22]

En este tipo de cartas, se responsabilizaba claramente, sin asignar nombres o pertenencia a clase social alguna, a «aquellos que condujeron a la guerra». A pesar de la sutileza todos sabían quiénes eran «aquellos»: los grandes empresarios que se vieron beneficiados del crecimiento armamentístico y del imperialismo, la aristocracia militarista y los políticos que legislaban y gobernaban a favor del nacionalismo e imperialismo más recalcitrantes. El paso que dieron muchos soldados y trabajadores de identificarse con valores superficiales y frívolos (como la patria entendida como algo intangible y abstracto:
«Abandonad toda superficialidad. Arrojad de teatros y conciertos a los que ríen y bromean… ») a sentirse identificados con el padecimiento común, derivó en el abandono del socialismo democrático y el abrazo a la revolución y a la desobediencia activa. La guerra abrió el camino en Alemania a la vía del universalismo de los soviets, el paso del nacionalismo al internacionalismo.
Ya en 1917 se producían motines aislados en algunos sectores de la armada. En enero de 1918 tuvo lugar una huelga general en gran parte de Alemania, formándose los primeros consejos de obreros y soldados siguiendo el modelo de los soviets. Verano de 1918, la situación se complicaba, estaba claro que Alemania perdería la guerra. El comandante Hindenburg, el general Ludendorff y su Estado Mayor hablaban en secreto de pactar la paz y así se lo hicieron saber al emperador, Guillermo II. Se decidió que el gobierno pasase de los militares a los civiles, al parlamento (Reichstag), recayendo en una coalición de los tres partidos mayoritarios, destacando por la izquierda el SPD. Esta era una forma de abordar el malestar social creciente y evitar un levantamiento. No obstante, posteriormente los aliados impusieron una serie de condiciones que Ludendorff no quiso aceptar, por ello fue destituido.
A pesar de que finalmente se acordó el armisticio, a principios de octubre, la paz se precipitó. La armada quería realizar un último ataque en el Mar del Norte, pero tras las órdenes del almirante Scheer se produjo algo extraordinario, que recuerda al motín del acorazado Potemkin. 29 de octubre, base naval de Kiel, las tripulaciones de dos buques (Thüringen y Helgoland) desobedecían las órdenes y no zarpaban, los marineros no querían morir en vano. Los días siguientes, soldados y trabajadores confraternizaban en Kiel, se liberó a marineros amotinados que habían sido apresados, se crearon consejos de obreros y soldados. Mientras se intentaba reprimir una de las manifestaciones se desarmó a oficiales y se abrió fuego contra los mismos, cuando intentaban violentamente acabar con el movimiento. La revolución acabó extendiéndose por muchos otros estados alemanes, viéndose obligados a abdicar muchos príncipes y reyes que, aún con un carácter semifeudal, estaban al frente de regiones de Alemania. Ciudades como Hannover, Brunswick o Múnich fueron controladas por obreros y soldados, organizados en consejos.
El SPD se puso al frente del movimiento revolucionario, temiendo que este cayera en manos del USPD (ala izquierda escindida del SPD) y de los espartaquistas, evitando así que la revolución triunfase en sus preceptos socialistas en puridad. No obstante, el emperador Guillermo II se vio obligado a abdicar y a marchar al exilio. La revolución no triunfó porque el SPD no quiso, pero acabó con el Imperio y los residuos monárquicos regionales más propios del Antiguo Régimen.
En enero de 1919 se celebraron elecciones constituyentes y en agosto se aprobó la constitución que convertía a Alemania en una república y que acababa finalmente con el Imperio y la monarquía. Durante este mes hubo movilizaciones todavía, y muchos consejos de obreros y soldados de algunas municipalidades, sobre todo en Berlín y Múnich, se negaron a ceder su soberanía, produciéndose una represión y siendo detenidos y asesinados por el oficialismo militar los líderes espartaquistas, Karl Liebknetch y Rosa Luxemburg.
La revolución fue desnudada de su esencia desde el momento en que el SPD apaciguó las exigencias. Para algunos historiadores y políticos, como Sebastián Haffner o Fernando Claudín, la revolución, que había sido realizada por las bases militantes del SPD, fue traicionada por sus dirigentes. La República de Weimar sería una república de derechas finalmente, en la que se mantuvieron las viejas estructuras productivas económicas, sociales y culturales, hubo escasas reformas sociales. La propia república se apoyó progresivamente en fuerzas militaristas nacionalistas y patronales que abrirían paso al nazismo, sin mayor oposición desde la cancillería.
Los últimos reductos de la revolución estuvieron dirigidos por miembros del USPD y los espartaquistas. Destaca a este respecto el estado de Baviera; en este había sido destronado el último rey de Baviera, Luis III, y se había proclamado una república independiente liderada y presidida por Eisner, del USPD. Tras el asesinato de Eisner en febrero los nuevos líderes de Baviera proclamaron en abril el socialismo, radicalizándose la forma política de Baviera, adoptándose el control de los medios de producción, el control obrero de fábricas y creándose un ejército rojo. Esta situación llevó al canciller Noske a reprimir e intervenir el estado de Baviera. Un ejército de unos 35.000 hombres acabó con la experiencia soviética bávara en mayo.
La revolución alemana fue la clave que pudo cambiar la historia de Europa, sólo hubiera faltado Polonia para enlazar Alemania con Rusia. Pero los soldados polacos no confraternizaron con los rusos durante la guerra civil rusa y permanecieron fieles a su gobierno. Aun así en enero de 1918, tras el triunfo de la revolución en Rusia y cansados de la guerra y sus padecimientos, una oleada de huelgas y manifestaciones se extendió por Europa central. Según Hobsbawm, esta oleada se propagó desde Viena hasta Alemania, pasando por regiones checas y eslovenas.
En Hungría en la primavera de 1919 se proclamó una efímera república soviética, coincidiendo con la de Baviera, liderada por una coalición entre el partido socialdemócrata y el comunista. La derrota de Hungría en la guerra había despertado aún más las pasiones revolucionarias. Tras el armisticio húngaro las condiciones de paz acordadas en el acuerdo de Belgrado no habían sido respetadas por los aliados de la entente, de tal modo que hacia febrero de 1919 aún había disputas por territorios fronterizos y se mantenía la ocupación por las fuerzas de la entente. Hay que entender la revolución húngara, pues, en el contexto de la ocupación aliada y de la impopularidad de los gobiernos que habían llevado a la guerra al país. El control que ejercieron los países vencedores al terminar la guerra en la zona central y oriental de Europa era algo sintomático de su preocupación por la expansión de la revolución. Finalmente la república soviética húngara fue sofocada con la ayuda de la intervención del ejército rumano. 


Movimientos sociales, motines y revoluciones. Fuente: Elaboración propia.



Movimientos sociales, motines y revoluciones. Fuente: Traverzo, Enzo: «Pero Europa no se derrumba». En El Atlas Histórico. Historia crítica del siglo XX. Valencia. Ed. Ediciones Cibermonde. Le Monde Diplomatique, 2011, pp. 22-23.

Aún quedaba un último y agonizante proceso, el italiano Bienio Rosso (1918-1920). Las protestas provocadas por la interminable guerra se sucedían sobre todo desde 1917, los padecimientos habían llevado a una cierta admiración por los socialistas. El estallido se produjo sobre todo tras el final de la contienda; la escasez generada por la guerra, la inflación galopante de los precios mientras los salarios se mantenían, el aumento del desempleo (2 millones de desempleados), fueron los detonantes más directos.
En esta tesitura se produjeron numerosas huelgas presididas por la violencia, la ocupación de tierras y de fábricas, destacando el caso paradigmático de la ocupación de la Fiat en Turín. El norte fue la zona más controlada por los trabajadores, extendiéndose las huelgas y el control de fábricas y tierras por los mismos en zonas de Piamonte, Lombardía, Venetto o Las Marcas. Sobresalió la dirección del movimiento por el anarcosindicalismo con líderes como Gramsci o Enrrico Malatesta, se crearon consejos de dirección y gestión obreros, se constituyó una guardia roja en muchas unidades obreras y ciudades.
En el norte de Italia se estuvo cerca de la revolución, pero en Alemania se estuvo más cerca de acceder al poder político. No obstante, se consiguieron subidas de salarios, entre otros derechos, pero pronto la organización de la reacción por parte de los grandes empresarios y terratenientes, con más medios y recursos oficiales e institucionales, dio al traste con el movimiento. Mussolini y sus «camisas negras» se pusieron al frente del movimiento de reacción de la patronal, de los bancos y del régimen. Entonces se generó un clima de guerra civil, caracterizado por la violencia de las escuadras fascistas y la permisividad constatada del oficialismo. Produciéndose finalmente la marcha sobre Roma de Mussolini y la llegada de este al poder en noviembre de 1922, poder cedido por el rey Víctor Manuel. La revolución alemana de 1918 supuso el cenit y el bienio rosso, en Italia, el corolario y punto final de la expansión revolucionaria en el continente.

3. El final de la revolución

Muchos historiadores han interpretado los 14 puntos de Wilson y el mantenimiento de los ejércitos aliados en zonas de Europa central como una práctica tendente a fomentar el nacionalismo frente al internacionalismo, ante esta efervescencia anarquista y socialista en Europa; dando lugar posteriormente a la creación de estados tapón alrededor de Rusia aislando así el peligro del bolchevismo. Pero, además de esto, se podría decir que hay tres momentos históricos que marcan definitivamente el finiquito de las oleadas revolucionarias de 1917-1922: el acceso de Mussolini al poder, la creación de la URSS y la estalinización del proceso soviético a partir de 1924.

  • 1922. La llegada del fascismo al poder en Italia significa el epitafio del último intento revolucionario potente en el continente siguiendo la esencia internacionalista de los soviets. Y la llegada al poder, por primera vez, del fascismo.
  • 1922. La creación de la URSS supuso una paradoja sin igual. Por un lado, era un intento de borrar las fronteras nacionales en pos del internacionalismo en una extensísima región del mundo. Ahora lo que importaría serían las uniones de regiones asamblearias, la solidaridad y la fraternidad, así lo atestigua en puridad su nombre: Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (sin chauvinismos nacionales). Sin embargo,  por otro lado, la definición oficial de esta nomenclatura conllevaba realmente unas fronteras que no se iban a extender más y finalmente una preeminencia rusa que desdibujaría la experiencia y suprimiría su esencia.
  • Llegamos a 1924, la dirección de Stalin supone además la renuncia a la revolución mundial, el reconocimiento real del repliegue y la «asimilación de soviético a ruso». El socialismo en un solo país. La revolución europea quedaba clausurada y la rusa deformada para el resto de su existencia.
Conclusión    

             De todo este gran proceso revolucionario, que sólo hemos introducido, se pueden extraer las siguientes conclusiones:
            La Revolución Rusa no debe ser divulgada ni estudiada como un caso aislado, sino en consonancia con los demás movimientos existentes y coetáneos. No obstante, es el que triunfa y se convierte en la vanguardia del proceso. Estamos ante un proceso que va in crescendo entre 1917 y 1922 y que está apunto de unir Alemania con Rusia.
Por otro lado, es de resaltar que la Primera Guerra Mundial tiene un final condicionado, entre otros factores, sobre todo en Rusia y Alemania, por la propia revolución. Esta es a la vez consecuencia de la guerra y causa de la aceleración de su final. La guerra termina por provocar el efecto contrario en muchas personas respecto a su  objetivo inicial, por ello los soldados confraternizan entre sí, sintiéndose proletarios explotados, pasando del nacionalismo al internacionalismo, del sentimiento de identidad delimitado por fronteras al sentimiento de pertenencia a una clase internacional y a unos valores distintos.
Por último, se debe otorgar a este acontecimiento europeo, y en parte mundial, la importancia debida, equiparándolo a las oleadas liberales del siglo XIX. El hecho de que los sistemas políticos contemporáneos deriven de las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX no debe eclipsar otra realidad: que los sistemas sociales actuales derivan, «o derivaron», de una pugna entre las clases populares inconformistas y sus gobiernos liberales y sus poderes fácticos que los llevaron a la guerra.
Logros como los derechos laborales y sociales en general, la jornada de ocho horas, las 40 horas semanales laborables, las vacaciones pagadas, los seguros sociales, la extensión del estado del bienestar, la sanidad y educación públicas y universales, derivan de una serie de circunstancias que se iniciaron en el primer cuarto del siglo XX y que darían lugar a dos sistemas antagónicos en donde se competía no sólo en materia económica, militarista, ideológica o política, sino también en ofrecer una serie de mejoras sociales extensibles a las clases trabajadoras y a la ciudadanía en general. Estos son sólo algunos elementos que derivaron de estos procesos.
Festejar e investigar fechas históricas desde las instituciones, como el triunfo del sistema liberal derivado de las oleadas revolucionarias del siglo XIX, pero soslayar y omitir la envergadura y trascendencia mundiales de las oleadas revolucionarias populares del siglo XX, supone ocultar una realidad histórica de la que deriva nuestro mundo actual y los derechos adquiridos en el siglo XX.

Bibliografía

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Sergé, V.: El año I de la Revolución Rusa. Madrid, 1972. Ed. Siglo XXI.





[1] Desde1860, venía dándose un movimiento popular campesino de carácter comunal, eran los llamados narodniki.
[2] Sobre la revolución mejicana destacamos: Reed, J.: México insurgente. Barcelona. Ed. Crítica, 2000.
[3] Hobsbawm, E.: La era del Imperio, 1875 – 1914. Barcelona. Ed. Crítica, 2001. P. 295.
[4] Car, E. H.: La Revolución Rusa de Lenin a Stalin, 1917 – 1929. Madrid, Alianza Editorial, 1981. P, 11.
[5] Eric Hobsbawm. Op. Cit. P.63.
[6] Para más información: Sergé, V.: El año I de la Revolución Rusa. Madrid. Ed. Siglo XXI. 1972.
[7] Si bien historiadores como Hobsbawm han destacado la influencia del movimiento más allá de 1922, estaba claro que potencialmente éste dejó de ser una amenaza para el orden existente a partir de dicho año.
[8] Hobsbawm, E.: La era del Imperio, 1875 – 1914. Barcelona. Ed. Crítica, 2001. P. 286.
[9] El 31 de julio de 1914 el socialista Jean Jaures era asesinado por un nacionalista exaltado.
[10] Podemos encontrar información a este respecto en: Fraenkel, Roger: «El general Joffre: el asno que comandaba leones», en El Atlas Histórico. Historia crítica del siglo XX. Valencia. Ed. Ediciones Cibermonde. Le Monde Diplomatique, 2011, pp. 16 – 17.
[11] Datos extraídos de: http://www.claseshistoria.com/1guerramundial/%2Bcrisis17oposicionguerra.htm, pertenecientes al libro de Gabriel Cardona: "Los horrores de la guerra", en VVAA (1996) La Gran Guerra. Historia universal del S XX. Volumen 5.
[12] Ibídem.
[13] Anteriormente ya hablamos de la tradición de las reuniones en las colectividades agrarias rusas durante el zarismo, en este texto se hace una clara alusión a esa costumbre arraigada y que hacía de los soviets algo no tan nuevo para algunos, o al menos no tan original.
[14] Avilés Farré, J.: La Revolución Rusa. Madrid. Ed. Santillana. 1997. P.59.
[15] Hobsbawm, E.: Historia del siglo XX. 1914 – 1991. Barcelona. Ed. Crítica, 2003. P. 67.
[16] Este extracto se puede encontrar en distintas fuentes, en nuestro caso destacamos el siguiente link:
[17] Ferro, M.: «Diez ejércitos extranjeros contra la Revolución Rusa», en El Atlas Histórico. Historia crítica del siglo XX. Valencia. Ed. Ediciones Cibermonde. Le Monde Diplomatique, 2011, pp. 40 – 41.

[18] Tuñón de Lara, M.: La España del siglo XX,  1. La quiebra de una forma de Estado. Barcelona. Ed. Laia, 1981. Pp. 25, 26 y 27.
[20] La conferencia de Zimmerwald reunión a 38 representantes socialistas de distintos países para trata el tema de la guerra, después de que muchos partidos socialistas la hubiesen apoyado en sus respectivos países. Su manifiesto fue redactado por Trostsky.
[21] Red, J.: Diez días que estremecieron al mundo. Madrid. Ediciones Akal, 1998. P.77.
[22] Fuente: http://www.claseshistoria.com/1guerramundial/%2Bguerrafrente.htm


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