La
revolución soslayada (1917-1922)
Francisco
González Oslé. Licenciado en Historia, UCA.
Introducción
Existe un episodio en la historia del
siglo XX que, a mi juicio, no está lo suficiente valorado por la historiografía,
en general, y oficialista, en particular, probablemente por intereses
ideológicos y políticos. Me refiero a los levantamientos populares que tuvieron
lugar entre 1917 y 1922 en Europa, fundamentalmente, y a su conexión con el
rechazo extraordinario a la Gran Guerra. Los procesos que estuvieron en ciernes
entre 1917 y 1922, llamados por Hobsbawm «revolución mundial», no se han
abordado en toda su integridad, ni en plenitud de coherencia, salvo en contadas
ocasiones. Se hace relativamente difícil encontrar publicaciones, sobre todo traducidas
al castellano, dedicadas a la revolución alemana, al bienio rosso italiano o a la república soviética húngara; y más
difícil aún visiones de conjunto.
Sin embargo, sí se les otorga un
carácter ecuménico e íntegro a las oleadas liberales de los años 20, 30 y 48
del siglo XIX, más estudiadas y con un gran espacio dedicado en los manuales
académicos. Es extensísima la bibliografía dedicada a ello y las efemérides; en
Francia los aniversarios de la revolución de 1789, en España la Constitución de
1812. Sin embargo, la agitación mundial de las primeras décadas del siglo XX
recibe un tratamiento aislado, sesgado e incompleto. Esta forma desigual de
abordar ambas oleadas revolucionarias me llevan a plantear una serie de
interrogantes:
¿Cuál es la envergadura real del
proceso de 1917-1922?, ¿es equiparable cuantitativa y cualitativamente a las
oleadas liberales del siglo XIX?, ¿se debe tratar la revolución rusa como un
suceso aislado o estamos ante una revolución amplia que pone en jaque al
sistema mundial emanado de la Revolución Francesa y de la Revolución
Industrial?, ¿cuál es la importancia de la revolución en el final de la guerra
y de la guerra en la revolución?
Precedentes
A lo largo de la segunda mitad del
siglo XIX el movimiento obrero se había ido organizando a nivel nacional e
internacional. Aparecieron los primeros partidos obreros socialistas, se
constituyó en Londres en 1864 la Asociación Internacional de Trabajadores y se
produjeron experiencias revolucionarias, destacando la Comuna de París (1871).
Los movimientos populares comunales en Rusia[1]
también constituyeron un fenómeno singular, si no potencialmente revolucionarios
si embrionarios de una fraternidad asamblearia. En 1889 se constituía la II
Internacional, se declaraba el 1º de mayo Día del trabajador y en 1910 se
establecía el 8 de marzo Día de la mujer trabajadora. Pero no sería hasta el
primer cuarto del siglo XX cuando realmente el movimiento obrero y sus
fundamentos teóricos, marxistas y anarquistas, se erigiesen en alternativa de
facto y pusiesen en jaque al modelo productivo existente.
A principios del siglo XX destacaron dos
grandes revoluciones, en las que participaron las clases populares, con unas
ideas claras de emancipación en el contexto del imperialismo. Ambos procesos se
dieron geográficamente y culturalmente en zonas muy dispares: China y Méjico.
En China en 1911 se produjo la caída del viejo Imperio Chino, dinastía Qing, y
la proclamación de la república. Aunque el cambio de régimen político no supuso
un cambio social, económico, ni cultural respecto a las viejas estructuras. En
Méjico[2],
como afirma Hobsbawm, explotó:
« (…) un gran levantamiento social, el
primero de su clase, en un país agrario del «tercer mundo», el proceso mejicano
(no obstante) se vería también eclipsado por los acontecimientos ocurridos en
Rusia»[3].
La mejicana pudo haber sido una
revolución más importante que la rusa, si hubiera triunfado definitivamente su
carácter social, pero se acabaron imponiendo los intereses de la burguesía
criolla, lo cual acabó con las grandes aspiraciones de transformación de las
clases populares. Esto permitió a Rusia posteriormente erigirse en el paladín
del movimiento obrero internacional.
Por lo tanto, debemos tener en cuenta,
entre 1905 y 1917, la existencia de movimientos sociales fuera de Europa: la
revolución mejicana, movimientos estudiantiles en Argentina, movimientos
nacionalistas y estudiantiles en China. Pero sería Rusia en donde se produciría el culmen de un
comienzo de siglo agitado por las fuerzas populares.
1. Rusia,
primer punto de inflexión. El concepto ecuménico «soviet»
1.1. La
importancia de la Revolución Rusa
La Revolución Rusa es calificada por H.
Carr como «el acontecimiento más importante del siglo XX»:
«La Revolución Rusa de 1917 constituye
un punto decisivo en la historia, y bien puede ser considerada por los futuros
historiadores como el mayor acontecimiento del siglo XX.»[4]
Ilustración 1. Cartel soviético aludiendo a la revolución mundial.
Fuente: Hobsbawm, E.: Historia del siglo
xx. Barcelona, 2003. Ed. Crítica.
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Fuente: Hobsbawm, E.: Historia del siglo xx. Barcelona, 2003. Ed. Crítica.
El proletariado ruso tenía esperanza en
los trabajadores del resto del mundo y, como afirmase John Reed, los obreros
norteamericanos estaban pendientes de lo que ocurría en Rusia. Así, este
periodista, hizo de nexo entre los movimientos obreros de EEUU y Rusia. Por su
parte, el escritor y periodista ruso Víctor Sergé, el cual estuvo exiliado en
Francia y Méjico, cuando regresó en febrero de 1919 a Rusia para participar del
proceso revolucionario fue interrogado por obreros rusos y militantes
bolcheviques sobre la posición de los trabajadores acerca de «a qué esperaban
para hacer la revolución»[6].
En España tras la huelga general del verano de 1917, las noticias del triunfo
bolchevique en Rusia dieron lugar al júbilo e imprimieron fuerza para continuar
con las reivindicaciones. De este modo aparecen partidos comunistas en 1921 en
España, en Italia y en Alemania, en su mayor parte son escisiones de los
partidos socialistas.
La Revolución Rusa se convierte en la
punta del iceberg; un proceso mucho mayor que venía germinando desde hacía más
de una década, que en 1917 azotaba a más países y que se iba a extender por
Europa coadyuvado por la guerra mundial. El proceso ruso quitaría protagonismo
a la revolución mejicana y se convertiría en una revolución vanguardista y
fundamentalmente europea, que no exclusivamente. El movimiento se extendería
hasta 1922[7]
y pondría en jaque a los gobiernos liberales a los que se responsabilizará de
haber llevado a la guerra a millones de personas.
En 1917, la decrepitud social,
económica, política y de los viejos valores ilustrados liberales provocada por
la guerra dio lugar a movimientos de protesta en los países beligerantes e
incluso neutrales, como España. Según Hobsbawm:
«A partir de 1917 quedó claro que los
países estables y prósperos de la sociedad burguesa occidental se verían
inmersos, de alguna forma, en los levantamientos revolucionarios globales que
comenzaron en la periferia de ese mundo único e interdependiente que esa
sociedad había creado».[8]
De tal envergadura fue el proceso que se
puede hablar casi de guerra civil en algunos países, no sólo en Rusia; teniendo
en cuenta los enfrentamientos abiertos, la cantidad de agentes sociales
participantes y de personas implicadas, las cuales se podían contar por
millones (tan sólo la CNT en España entre 1919 y 1920 alcanzó la cifra de
700.000 afiliados, cuando en 1915 sólo contaba con 15.000) y el considerable
número de víctimas. El bienio rosso
en Italia (1918-1920), el trienio bolchevique en Andalucía, el proceso
revolucionario en España (1917-1919), la revolución alemana de 1918, la
revolución húngara. Estos, y otros acontecimientos, suponen que estamos ante
una oleada que hizo temer a unos y esperanzarse a otros.
Pero, ¿por qué marca esa inflexión
Rusia? En primer lugar, porque es la primera región en la que triunfa y se
mantiene un movimiento de carácter político con raíces sociales trabajadoras y
campesinas (Lenin respiró al ver que la experiencia duraba más que la Comuna de
París). Segundo, por la extensión de este inmenso país, desde Europa oriental
hasta extremo oriente, la cantidad de regiones con las que limitaba y la
posibilidad que ello daba de extender el movimiento. En tercer lugar, por el
cumplimiento inmediato de las primeras promesas realizadas, destacando la
salida de la participación en la Gran Guerra; lo que fue visto por los
ciudadanos de otros países como algo esperanzador y se extendió la noticia de
que los «socialistas habían sacado a Rusia de la guerra». El impulso que cobró
el concepto soviet y su adjetivación «soviético/ca», así como su aplicación y
uso en otras regiones, fue sintomático de la importancia del acontecimiento.
1.2.
El concepto ecuménico de soviet
En Rusia nace el concepto «soviet»,
término sui géneris, que en manuales
y libros siempre aparece ligado o asimilado a este país, pero que se convirtió
en universal a partir de 1917. A pesar de que
actualmente se equiparan los términos soviético y ruso, y que desde 1922
se asimilaron en su significado, lo cierto es que conceptualmente no debería
ser así, ni lo fue durante la etapa que describimos. La palabra soviet
significa en puridad «consejo o asamblea» de obreros y soldados; se utilizaba
para hacer referencia a asambleas en las cuales se reunían originariamente
desde 1905, e incluso antes, obreros, soldados, bolcheviques, mencheviques y
social revolucionarios. A este respecto, en su origen, se debe tener en cuenta
la influencia de la tradición de colectividades campesinas en Rusia sometidas
siempre a la autoridad zarista, pero que suponían una cierta confraternización
entre las clase popular campesina.
La extrapolación a otras regiones de la
experiencia asamblearia siguiendo el modelo soviético es muestra de que estamos
ante algo más que una revolución en un solo país; supone que aunque el proceso
ruso es uno más es el que marcará la pauta. El término siendo ruso se convirtió
en universal para denominar no lo ruso sino lo revolucionario, el
internacionalismo y el asamblearismo. Al menos así fue hasta que la URSS desde
1922, y desde 1924 sobre todo, se erigió en un país sin visos ni posibilidad de
extender la revolución.
La palabra soviet se extendió como la
pólvora, apareciendo estos consejos en zonas tan dispares como Cuba y Alemania.
En Irlanda en 1919 el Soviet de Limerick; en España se constituyeron variantes en
el campo andaluz entre 1918 y 1919; aparecieron en Baviera y Hungría en 1918.
Hasta en algunas plantaciones de Cuba, afirma Hobsbawm, aparecieron intentos de
soviets. Que durante el trienio bolchevique en Andalucía y, posteriormente en
la II República español se escuchasen «vivas a los soviets» en manifestaciones
obreras era algo habitual y suponía un síntoma de la inflexión producida en
Rusia.
El interés internacional que cobró este
acontecimiento y este término no derivaba tan sólo del proceso ruso en sí, sino
de sus repercusiones fuera de Rusia y de que la revolución no había sido una
idea exclusiva rusa, ni un hecho aislado, sino que venía siendo un objetivo en
otras partes del mundo desde hacía tiempo. La Primera Guerra Mundial
contribuiría a la expansión del proceso y se erigiría en el segundo punto de inflexión.
2. La
guerra, segundo punto de inflexión y factor coadyuvante. La revolución fuera de
Rusia
«No hay más que una posibilidad de
mantener la paz y salvar la civilización, la de que el proletariado reúna todas
sus fuerzas y que todos los proletarios franceses, ingleses, alemanes,
italianos y rusos pidamos a esos millones de soldados que se junten para que el
latido unánime de sus corazones aleje la horrible pesadilla.»
Jean Jaurés. Discurso en Lyon. 23 de julio de 1914.[9]
Jean Jaurés. Discurso en Lyon. 23 de julio de 1914.[9]
La Primera Guerra Mundial se convirtió
en factor coadyuvante de la revolución, y esta pasó a ser un factor impulsor, a
su vez, del malestar hacia la guerra; afirmaba Lenin que la Primea Guerra
Mundial suponía «el acelerador de la historia». La guerra aceleró la revolución
en Europa y en Rusia, y la revolución, por su parte, contribuyó a la paz en
Alemania y Rusia.
2.1.
La guerra, otro punto de vista
El rechazo al conflicto comenzó
tímidamente con evasiones y deserciones, progresivamente confraternizaciones y
finalmente el motín se mezcló con la revolución. Lo que denota que no estamos
ante hechos singulares y aislados, sino ante un fenómeno histórico plural y
trascendental. Fue algo extraordinario ver como trabajadores y soldados
confraternizaban, mientras veían la solución a todos sus males en un
levantamiento fraternal. La revolución suponía luchar contra quienes los habían
obligado a ir a la guerra y, por ende, luchar contra el propio conflicto. O dicho
de otro modo; combatir la guerra era luchar contra el sistema que los había
llevado a vislumbrar la «Gorgona».
La deserción es un acto que puede
deberse fundamentalmente a motivos diversos, de supervivencia, ideológicos o
éticos. La deserción no era algo nuevo, pero en este caso hablamos de hechos
más extraordinarios por la cantidad de personas implicadas y por como influyó
el contexto de la revolución rusa y la salida de este país del conflicto.
Salida debida, precisamente, a una revolución llevada a cabo por soldados
desertores que confraternizaban con la causa obrera y campesina bajo el lema:
“paz, tierra y pan”.
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Ilustración 2.
Fotografía de las trincheras en el frente occidental francés. Soldados
canadienses.
Fuente: Hobsbawm, E.: Historia
del siglo XX. Barcelona, 2003. Crítica.
No obstante, los intentos de librarse
de la guerra eran casos individuales y aislados aún. La Gran Guerra no comenzó
con un rechazo masivo. Las autoridades francesas estimaron entre un 5 y un 12 %
de desertores y, sin embargo, en 1914 sólo se llegó al 1´5%. En Reino Unido
hubo 750.000 voluntarios en los dos primeros meses y un millón en los 8 meses
siguientes.[11]
Incluso en Rusia se esperaban más prófugos de los que hubo realmente. Pero ya
en 1917 hubo en Italia 49.282 prófugos y 56.286 desertores. Las cifras fueron
en aumento hasta el final de la guerra:
«La protesta pública de las mujeres
campesinas se agudizó con peticiones de paz y regreso de los maridos. En Turín,
la represión policial produjo 50 muertos, 800 heridos y 1500 detenidos.
La resistencia masculina también era
evidente. Así se produjo una oleada huelguística en 1917, que en Inglaterra
pasó de los 276 000 huelguistas de 1916 a los 872 000 de 1917; en Francia, de
41 000 a 294000; en Italia, de 136 000 a 170000; y en Alemania, de 129 000 a
667 000. En Rusia, la situación fue más grave y el descontento llegó antes: ya
en 1916 un millón de personas estaba en huelga».[12]
Progresivamente se fue imbricando el
rechazo a la guerra con el movimiento obrero. A la guerra, al fin y al cabo,
iban los pobres, y a primera línea del frente los más pobres. Desde marzo de
1918 (Paz de Brest Litovsk) se fue generalizando el pensamiento de que una
revolución como la acontecida en Rusia podía sacar de la guerra a los demás
países, en definitiva a las clases populares. Sokolov, socialista que actuó
como propagandista entre los soldados, realizó las siguientes observaciones:
«La asamblea constituyente era algo
totalmente desconocido y difícil de entender para los soldados del frente (…).
Sus simpatías estaban claramente con los soviets. Estos eran las instituciones
que les resultaban cercanas y queridas, que les recordaban sus propias asambleas
en la aldea (…)[13].
¿Para qué necesitamos una Asamblea Constituyente, si ya tenemos nuestros
soviets, en los que nuestros propios diputados pueden reunirse y decidirlo
todo?».[14]
Los testimonios son abundantes, podrían
quedar en anecdóticos sino fuera porque quedó patente progresivamente el nivel
general de rechazo popular al conflicto, hasta derivar en la revolución en
distintas regiones. Hobsbawm afirmaba:
«No puede extrañar que los censores de
Austria-Hungría, que supervisaban la correspondencia de sus tropas, comenzaran
a advertir un cambio en el tono de sus cartas. Expresiones como «si Dios
quisiera que retornara la paz» dejaron paso a frases del tipo «Ya estamos
cansados» o incluso «Dicen que los socialistas van a traer la paz»».[15]
A continuación, la carta de un soldado
inglés a su amada, en este caso en el frente francés:
«5/2/18.
Francia, por la noche.
Cariño mío,
Ahora, si
no hay problemas, vas a saber todo acerca de lo que ocurre aquí. Sé que te
llevarás una gran sorpresa cuando te llegue esta carta... ¡Si alguna autoridad
la ve! (...)
Quizá te
gustara saber cómo está el ánimo de los hombres aquí. Bien la verdad es que (y
como te dije antes, me fusilarán si alguien de importancia pilla esta misiva)
todo el mundo está totalmente harto y a ninguno le queda nada de lo que se
conoce como patriotismo. A nadie le importa un rábano si Alemania tiene
Alsacia, Bélgica o Francia. Lo único que quiere todo el mundo es acabar con
esto de una vez e irse a casa. Esta es honestamente la verdad, y cualquiera que
haya estado en los últimos meses te dirá lo mismo.
De hecho,
y esto no es una exageración, la mayor esperanza de la gran mayoría de los
hombres es que los disturbios y las protestas en casa obliguen al gobierno a
acabar como sea. Ahora ya sabes el estado real de la situación.
Yo también
puedo añadir que he perdido prácticamente todo el patriotismo que me quedaba,
solo me queda el pensar en todos los que estáis allí, todos a los que amo y que
confían en mí para que contribuya al esfuerzo necesario para vuestra seguridad
y libertad. Esto es lo único que mantiene y me da fuerzas para aguantarlo. En
cuanto a la religión, que Dios me perdone, no es algo que ocupe ni uno entre un
millón de todos los pensamientos que ocupan las mentes de los hombres aquí.
Dios te
bendiga cariño y a todos los que amo y me aman, porque sin su amor y confianza,
desfallecería y fracasaría. Pero no te preocupes corazón mío porque continuaré
hasta el final, sea bueno o malo (...)
Laurie».[16]
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La confraternización, durante estos
años, no fue exclusiva de la Gran Guerra, también sucedió en Rusia, antes de la
revolución y durante la guerra civil, y en otras regiones. A principios del
siglo XX se habían dado casos extraordinarios, ya en la revolución fallida de
Rusia de 1905 destacó el motín del acorazado Potemkin. En Francia en 1907
arruinados por .unas ventas catastróficas los viñadores del Languedoc se
sublevaron, Clemeceau ordenó al ejército disparar y estos se negaron y
confraternizaron con los manifestantes. En junio de 1917, en plena guerra
mundial, cuando el gobierno provisional ruso ordenó atacar a una muchedumbre el
ejército se negó y los soldados y campesinos regresaron a sus aldeas para
llevar a cabo un reparto de la tierra, eran conatos previos a la revolución
bolchevique de octubre. Recordemos, por otro lado, el episodio reflejado en la
película Doctor Zhivago, en el cual
militares desertores se encuentran en el camino de vuelta a soldados que
marchan al frente, confraternizan con los mismos y todos se niegan a continuar
la guerra desobedeciendo a sus oficiales.
Después de la paz de Brest Litovsk
(1918) quedó de manifiesto que los bolcheviques en este punto no habían faltado
a su palabra, ni a las «tesis de abril» de Lenin, y habían sacado a Rusia de la
tragedia de la guerra, no sin concesiones amplias y una derrota territorial
importante y sin paliativos. El armisticio ocasionaría dos efectos:
- El temor de los gobiernos de los
países aliados a que el espíritu revolucionario y de confraternización
entre pueblos y ejércitos acabase no sólo con la guerra sino con el propio
sistema que mantenía la guerra y sus gobiernos.
- La esperanza en las poblaciones
europeas, y en muchos soldados en el frente, de que una revolución pudiese
acabar con el conflicto bélico.
De este modo los países aliados de la entente empezaron a ver a Rusia
como enemiga ideológica. Según Marc Ferro en el verano de 1918, tras Brest
Litovsk, Clemeceu y Churchill se plantearon nuevos objetivos para derrotar, no
sólo a Alemania y a Austria-Hungría, sino también a la Rusia bolchevique; «ya
no se trataba tanto de derrotar a Alemania como al enemigo social». Afirma
Ferro que Clemenceu afirmaba: «Los aliados deben forzar la caída de los
soviets»[17].
Pero durante la guerra civil, como dijimos, sorprendieron nuevos episodios de
confraternización y motines, siendo muy destacada la rebelión de un batallón de
soldados franceses en Arkangelsk en 1918 que se negaron a luchar contra el
ejército rojo.
Así se llegó al nivel más alto, el
motín y la revolución. A partir de
1916 eran cada vez más los combatientes de primera línea que se volvían atrás o
se rezagaban. En mayo de 1916 se produjo una insubordinación colectiva, en
Verdún el 154º regimiento francés se negó a abandonar la trinchera para salir a
combatir (a este respecto es muy conocido el caso retratado en la película Senderos de Gloria, de Stanley Kubrick,
en la que aparece reflejada la negativa de algunos soldados y de su superior de
llevar a cabo ciertas ordenes descabelladas, lo que les costó un consejo de
guerra y varios fusilamientos). En la primavera de 1917 se extendieron los
motines entre las unidades del ejército francés, los soldados galos estaban
hartos de la miseria en la que estaban sumidos y de la forma de dirigir la
guerra, sacrificándose por una causa que cada día les era más ajena. Sus
necesidades eran las mismas que las de los soldados alemanes, austríacos o
italianos; se sentían cada vez más cercanos entre ellos y más alejados de sus
estados mayores y de los gobiernos que los habían condenado a la miseria y al
horror.
El miedo a un desmoronamiento del frente, entre otras cuestiones, llevó
a dimitir al gobierno francés de Painlevé, siendo sustituido por Clemenceau; no
sería el único país donde caería un gobierno belicoso. El gobierno Clemenceau
desató una severa represión con fusilamientos de unos 49 soldados, de 554 que
habían sido condenados. El soldado se mostraba explotado y reprimido como un
obrero más, en una guerra que no le incumbía.
En Italia el malestar creció sobre todo desde 1917, tras la derrota de Caporetto en noviembre. Se produjeron
grandes manifestaciones pacifistas; el 1 de mayo del mismo año ya hubo 1000
detenidos, destacando en las protestas mujeres campesinas. De la guerra a la
revolución había un paso y, aunque Italia estaba efervescente y en Francia
había caído un gobierno, éste paso se dio en Alemania. Antes veamos que ocurrió
en España.
2.2.
España. Un caso particular
En España, país neutral, el proceso
revolucionario estuvo ligado al fracaso del sistema de la Restauración y a sus circunstancias internas, coadyuvado a su
vez por algunos problemas derivados del conflicto bélico. Bajo estas
peculiaridades en España se produjo
la crisis de 1917 y posteriormente el «trienio bolchevique» entre 1918 y 1920.
Los beneficios obtenidos por la
economía española, debido al papel de España como país neutral y suministrador
de manufacturas a los estados beligerantes, no supusieron una mejora en la
situación económica y social general de las clases más populares. El aumento de
la demanda exterior, la disminución de las importaciones y el crecimiento de
las exportaciones, dieron lugar a escasez interior de determinados productos. Se
produjo una gran inflación, mientras los beneficios de grandes sectores
empresariales aumentaban los salarios se mantenían o subían muy poco, lo que
produjo un aumento del coste de la vida
de los trabajadores y un ambiente de crispación.
La situación favorable en el concierto
internacional para una parte de España puso de manifiesto otras realidades más trágicas
para otra parte del país; realidades ya latentes en el siglo XIX como la
desestructuración social y económica, la ausencia de una clase media amplia, la
falta de productividad, el escaso tejido industrial, la desarticulación entre
el campo y la ciudad; de hecho a nivel sociolaboral las huelgas de 1917 no
tienen un seguimiento en el campo, aunque sí parecen más articuladas las
movilizaciones de 1918-1920. Por su parte, las burguesías agraria e industrial tenían
intereses contrapuestos entre sí; se veían más como contrincantes que como
socios económicos. Se imbrica esta oposición en la diatriba centro agrario - periferia
más industrializada.
El malestar social y económico de los trabajadores,
unido al recelo de la burguesía liberal progresista (sobre todo catalana, La Lliga) y sus partidos políticos por
el adulterado sistema electoral («turnismo canovista»), añadido todo ello al
movimiento juntista de los militares, derivó en una crisis social y política
que explotó en el verano de 1917. A pesar de la represión la revolución rusa
contribuyó al mantenimiento de la lucha en los años venideros.
Entre 1918 y 1919 hubo una auténtica
explosión revolucionaria, con una situación agravada por la crisis posbélica en
España, al terminar progresivamente su papel de proveedor y quebrar muchas
empresas que ya no eran rentables. Crecieron los sindicatos (UGT 200.000
afiliados, CNT alcanzó los 700.000 afiliados, cuando curiosamente los bolcheviques
en Rusia eran unos 250.000 y el Partido Comunista Ruso llegó a los 600.000
posteriormente). En 1918 la situación de miseria del campesinado era
extraordinaria, sobre todo el andaluz y el extremeño (el jornal solía ser de 1
peseta o 1´50, más comida, mientras un operario calificado solía ganar una
media de 5 a 5´50 pesetas).Veamos en los siguientes cuadros una comparativa
entre inflación de precios, beneficios industriales y determinados salarios:
Cuadro 1.
Índice de precios al por mayor. Tuñón de Lara, M.: La España del siglo XX, 1. La quiebra de una forma de Estado.
Barcelona. Ed. Laia, 1981, p. 25.
Cuadro 3.
Salarios en la mina. Tuñón de Lara, M. Ibídem, p. 34. Cuadro 2. Beneficios de industrias carboníferas. Tuñón de Lara, M, Ibidem, p. 28.
Como podemos observar la diferencia era
clara entre el binomio inflación-beneficios y el componente salarial. Las más
perjudicadas fueron las clases bajas en general. Tomando como 100 el año de
1913 tenemos que: las patatas aumentaron en 218´2, el azúcar en 153´2, las
sardinas en 140, el vino en 133´3, los huevos en 121´2, el trigo en 117´1, la
carne de vaca en 182, la carne de cerdo en 196´7, el aceite en 160.[18]
El aumento de los salarios mineros e
industriales entre 1917 y 1918 obedeció a la presión ejercida por la gran
huelga minera del verano de 1917, pero no era suficiente, la situación del
campesinado seguía siendo calamitosa. La actividad huelguística alcanzó su
apogeo entre el otoño de 1918 y el verano de 1919; se invadieron campos, se
repartieron propiedades, municipios enteros pasaron a ser gestionados por
comités obreros, proliferaron las asambleas al estilo de los soviets. Lo cual
se prolongó hasta 1920 en lo que se ha denominado el «trienio bolchevique», que
afectó sobre todo a Andalucía.
En febrero de 1919 se produjo la huelga
de la compañía eléctrica La Canadiense;
se inició el 5 de febrero de 1919 en Barcelona prolongándose durante 44 días,
en los que se convirtió en huelga general,
paralizándose Barcelona y el 70% de toda la industria
catalana.[19]
La huelga se extendió a otros puntos del país y a más sectores.
El movimiento, a pesar de ser reprimido,
arrancó derechos convirtiéndose en todo un éxito. Se consiguieron: la jornada
de ocho horas, el sistema público de pensiones, subidas salariales importantes
(fundamentalmente en Asturias, País Vasco y Cataluña), formación de comisiones
mixtas con representación de los trabajadores para conflictos laborales, la
creación del Ministerio del Trabajo y la dimisión del gobierno Romanones. El
miedo se había apoderado del gobierno y de los grandes poderes empresariales.
2.3.
La guerra y la revolución en el resto de Europa. El cénit alemán y el finiquito
italiano
«El proletariado socialista ha luchado
durante largos años contra el militarismo. Pero los partidos socialistas y las
organizaciones obreras de algunos países, pese a haber contribuido a la elaboración
de estas decisiones, se han desentendido, desde el comienzo de la guerra, de
las obligaciones que aquellas implicaban
Proletarios!!!
Desde el desencadenamiento de la guerra
habéis puesto todas vuestras fuerzas, todo vuestro valor y vuestra resistencia
al servicio de las clases poseedoras para mataros los unos a los otros. Es
necesario que hoy volváis al campo de la lucha de clases y actuéis por vuestra
propia causa, por el sagrado objetivo del socialismo, por la emancipación de
los pueblos oprimidos y de las clases sometidas.»
Manifiesto de Zimmerwald, 7 de
septiembre de 1915.[20]
El malestar por la guerra en el caso de
Rusia fue más claro y rápido que en otros países. Era un país muy atrasado con
respecto a los estados liberales e industrializados del occidente europeo y
cuyo pueblo había vivido ya la penuria y la tragedia económica de la guerra
ruso-japonesa de 1905. Las levas de campesinos no despertaban un sentimiento
nacional sino de rechazo al zarismo y al régimen autocrático y señorial. La
guerra no era vista como un objetivo popular, ni identitario; los problemas
nacionales eran para la inmensa mayoría el hambre y la tierra. Además las
circunstancias penosas en las que los rusos iban al frente no hacían más que
crispar los ánimos: había un fusil para cada dos soldados, se pasaba hambre y
necesidad, faltaban vituallas y provisiones, las subidas de impuestos sobre los
campesinos para sufragar la guerra. La guerra era vista como causa de todos los
males en Rusia, malestar que empezó a extenderse por otras regiones de Europa.
Veamos el testimonio del periodista John Red, en su entrevista a Trotsky:
“Nuestro primer acto será el armisticio
inmediato en todos los frentes y una conferencia de los pueblos para discutir
los términos de la paz democrática (…). Al salir de esta guerra veo a Europa
regenerada, no por los diplomáticos, sino por el proletariado. Lo que más
conviene a la república Federativa Europea, los Estados Unidos de Europa. La
autonomía nacional ya no basta, la evolución económica exige la abolición de
las fronteras nacionales. Si Europa sigue dividida en grupos nacionales, el
imperialismo volverá a las andadas. Sólo una República Federativa europea dará
la paz al mundo”[21].
Si la revolución en Rusia supuso «la
punta del iceberg», la revolución
alemana constituiría el cénit de la oleada. Alemania era un país altamente industrializado, cualificado y con una
poderosa clase burguesa industrial. Esta tenía un carácter marcial e imperial
prusiano, y estaba desnuda del republicanismo y refinamiento intelectual
francés. Una burguesía más propicia a pactar con la aristocracia y con un
concepto de nacionalismo más ligado al idealismo filosófico y espiritual que al
racionalismo.
La clase obrera urbana, era abundante,
políticamente instruida y mayoritariamente adherida al SPD (Partido
Socialdemócrata Alemán), revestido de un carácter reformista, renunciando a la
revolución para transformar la sociedad y favorable a la democracia para
realizar reformas sociales. La clase trabajadora alemana estaba bastante
influida por estos preceptos y no era potencialmente revolucionaria. Por ello,
en Alemania, la revolución estuvo más ligada a la guerra que a otros factores
estructurales.
Desde 1915 llegaban ya algunas misivas
del frente maldiciendo la guerra, aún eran casos aislados:
«Una y otra vez quiero deciros algo:
vosotros, que permanecéis en la patria, no olvidéis cuán horrible es la guerra.
No dejéis de rezar. Actuad con seriedad. Abandonad toda superficialidad.
Arrojad de teatros y conciertos a los que ríen y bromean mientras sus defensores
sufren y se desangran y mueren. De nuevo he vivido durante tres días (del 1 al
4 de enero) la más sangrienta y horrible batalla de la historia, a doscientos
metros del enemigo, en una trinchera provisional excavada a toda prisa. Durante
tres días y tres noches han caído granadas y más granadas: estallidos,
silbidos, sonidos guturales, gritos y gemidos ¡Malditos aquellos que nos
condujeron a esta guerra!»
Carta de un estudiante
alemán desde el frente. Enero de 1915.[22]
En este tipo de cartas, se
responsabilizaba claramente, sin asignar nombres o pertenencia a clase social
alguna, a «aquellos que condujeron a la guerra». A pesar de la sutileza todos
sabían quiénes eran «aquellos»: los grandes empresarios que se vieron
beneficiados del crecimiento armamentístico y del imperialismo, la aristocracia
militarista y los políticos que legislaban y gobernaban a favor del
nacionalismo e imperialismo más recalcitrantes. El paso que dieron muchos
soldados y trabajadores de identificarse con valores superficiales y frívolos
(como la patria entendida como algo intangible y abstracto:
«Abandonad toda superficialidad.
Arrojad de teatros y conciertos a los que ríen y bromean… ») a sentirse
identificados con el padecimiento común, derivó en el abandono del socialismo
democrático y el abrazo a la revolución y a la desobediencia activa. La guerra
abrió el camino en Alemania a la vía del universalismo de los soviets, el paso
del nacionalismo al internacionalismo.
Ya en 1917 se producían motines
aislados en algunos sectores de la armada. En enero de 1918 tuvo lugar una
huelga general en gran parte de Alemania, formándose los primeros consejos de
obreros y soldados siguiendo el modelo de los soviets. Verano de 1918, la
situación se complicaba, estaba claro que Alemania perdería la guerra. El
comandante Hindenburg, el general Ludendorff y su Estado Mayor hablaban en
secreto de pactar la paz y así se lo hicieron saber al emperador, Guillermo II.
Se decidió que el gobierno pasase de los militares a los civiles, al parlamento
(Reichstag), recayendo en una
coalición de los tres partidos mayoritarios, destacando por la izquierda el
SPD. Esta era una forma de abordar el malestar social creciente y evitar un
levantamiento. No obstante, posteriormente los aliados impusieron una serie de
condiciones que Ludendorff no quiso aceptar, por ello fue destituido.
A pesar de que finalmente se acordó el
armisticio, a principios de octubre, la paz se precipitó. La armada quería
realizar un último ataque en el Mar del Norte, pero tras las órdenes del almirante
Scheer se produjo algo extraordinario, que recuerda al motín del acorazado
Potemkin. 29 de octubre, base naval de Kiel, las tripulaciones de dos buques (Thüringen
y Helgoland) desobedecían
las órdenes y no zarpaban, los marineros no querían morir en vano. Los días
siguientes, soldados y trabajadores confraternizaban en Kiel, se liberó a
marineros amotinados que habían sido apresados, se crearon consejos de obreros
y soldados. Mientras se intentaba reprimir una de las manifestaciones se
desarmó a oficiales y se abrió fuego contra los mismos, cuando intentaban
violentamente acabar con el movimiento. La revolución acabó extendiéndose por
muchos otros estados alemanes, viéndose obligados a abdicar muchos príncipes y
reyes que, aún con un carácter semifeudal, estaban al frente de regiones de
Alemania. Ciudades como Hannover, Brunswick o Múnich fueron controladas por
obreros y soldados, organizados en consejos.
El SPD se puso al frente del movimiento
revolucionario, temiendo que este cayera en manos del USPD (ala izquierda
escindida del SPD) y de los espartaquistas, evitando así que la revolución
triunfase en sus preceptos socialistas en puridad. No obstante, el emperador
Guillermo II se vio obligado a abdicar y a marchar al exilio. La revolución no
triunfó porque el SPD no quiso, pero acabó con el Imperio y los residuos
monárquicos regionales más propios del Antiguo Régimen.
En enero de 1919 se celebraron
elecciones constituyentes y en agosto se aprobó la constitución que convertía a
Alemania en una república y que acababa finalmente con el Imperio y la monarquía.
Durante este mes hubo movilizaciones todavía, y muchos consejos de obreros y
soldados de algunas municipalidades, sobre todo en Berlín y Múnich, se negaron
a ceder su soberanía, produciéndose una represión y siendo detenidos y
asesinados por el oficialismo militar los líderes espartaquistas, Karl
Liebknetch y Rosa Luxemburg.
La revolución fue desnudada de su
esencia desde el momento en que el SPD apaciguó las exigencias. Para algunos
historiadores y políticos, como Sebastián Haffner o Fernando Claudín, la
revolución, que había sido realizada por las bases militantes del SPD, fue
traicionada por sus dirigentes. La República de Weimar sería una república de
derechas finalmente, en la que se mantuvieron las viejas estructuras
productivas económicas, sociales y culturales, hubo escasas reformas sociales.
La propia república se apoyó progresivamente en fuerzas militaristas
nacionalistas y patronales que abrirían paso al nazismo, sin mayor oposición
desde la cancillería.
Los últimos reductos de la revolución
estuvieron dirigidos por miembros del USPD y los espartaquistas. Destaca a este
respecto el estado de Baviera; en este había sido destronado el último rey de
Baviera, Luis III, y se había proclamado una república independiente liderada y
presidida por Eisner, del USPD. Tras el asesinato de Eisner en febrero los
nuevos líderes de Baviera proclamaron en abril el socialismo, radicalizándose
la forma política de Baviera, adoptándose el control de los medios de
producción, el control obrero de fábricas y creándose un ejército rojo. Esta
situación llevó al canciller Noske a reprimir e intervenir el estado de
Baviera. Un ejército de unos 35.000 hombres acabó con la experiencia soviética
bávara en mayo.
La revolución alemana fue la clave que
pudo cambiar la historia de Europa, sólo hubiera faltado Polonia para enlazar
Alemania con Rusia. Pero los soldados polacos no confraternizaron con los rusos
durante la guerra civil rusa y permanecieron fieles a su gobierno. Aun así en
enero de 1918, tras el triunfo de la revolución en Rusia y cansados de la
guerra y sus padecimientos, una oleada de huelgas y manifestaciones se extendió
por Europa central. Según Hobsbawm, esta oleada se propagó desde Viena hasta
Alemania, pasando por regiones checas y eslovenas.
En
Hungría en la primavera de
1919 se proclamó una efímera república soviética, coincidiendo con la de
Baviera, liderada por una coalición entre el partido socialdemócrata y el
comunista. La derrota de Hungría en la guerra había despertado aún más las
pasiones revolucionarias. Tras el armisticio húngaro las condiciones de paz
acordadas en el acuerdo de Belgrado no habían sido respetadas por los aliados
de la entente, de tal modo que hacia febrero de 1919 aún había disputas por
territorios fronterizos y se mantenía la ocupación por las fuerzas de la
entente. Hay que entender la revolución húngara, pues, en el contexto de la
ocupación aliada y de la impopularidad de los gobiernos que habían llevado a la
guerra al país. El control que ejercieron los países vencedores al terminar la
guerra en la zona central y oriental de Europa era algo sintomático de su
preocupación por la expansión de la revolución. Finalmente la república
soviética húngara fue sofocada con la ayuda de la intervención del ejército
rumano.
Movimientos sociales, motines y revoluciones. Fuente: Elaboración propia.
Movimientos sociales, motines y revoluciones. Fuente: Elaboración propia.
Movimientos sociales, motines y
revoluciones. Fuente: Traverzo, Enzo: «Pero Europa no se derrumba». En El Atlas Histórico. Historia crítica del
siglo XX. Valencia. Ed. Ediciones Cibermonde. Le Monde Diplomatique, 2011,
pp. 22-23.
Aún quedaba un último y agonizante
proceso, el italiano Bienio Rosso (1918-1920). Las
protestas provocadas por la interminable guerra se sucedían sobre todo desde
1917, los padecimientos habían llevado a una cierta admiración por los
socialistas. El estallido se produjo sobre todo tras el final de la contienda;
la escasez generada por la guerra, la inflación galopante de los precios
mientras los salarios se mantenían, el aumento del desempleo (2 millones de
desempleados), fueron los detonantes más directos.
En esta tesitura se produjeron
numerosas huelgas presididas por la violencia, la ocupación de tierras y de
fábricas, destacando el caso paradigmático de la ocupación de la Fiat en Turín.
El norte fue la zona más controlada por los trabajadores, extendiéndose las
huelgas y el control de fábricas y tierras por los mismos en zonas de Piamonte,
Lombardía, Venetto o Las Marcas. Sobresalió la dirección del movimiento por el
anarcosindicalismo con líderes como Gramsci o Enrrico Malatesta, se crearon
consejos de dirección y gestión obreros, se constituyó una guardia roja en
muchas unidades obreras y ciudades.
En el norte de Italia se estuvo cerca
de la revolución, pero en Alemania se estuvo más cerca de acceder al poder
político. No obstante, se consiguieron subidas de salarios, entre otros
derechos, pero pronto la organización de la reacción por parte de los grandes
empresarios y terratenientes, con más medios y recursos oficiales e
institucionales, dio al traste con el movimiento. Mussolini y sus «camisas
negras» se pusieron al frente del movimiento de reacción de la patronal, de los
bancos y del régimen. Entonces se generó un clima de guerra civil,
caracterizado por la violencia de las escuadras fascistas y la permisividad
constatada del oficialismo. Produciéndose finalmente la marcha sobre Roma de
Mussolini y la llegada de este al poder en noviembre de 1922, poder cedido por
el rey Víctor Manuel. La revolución alemana de 1918 supuso el cenit y el bienio rosso, en Italia, el corolario y
punto final de la expansión revolucionaria en el continente.
3. El
final de la revolución
Muchos historiadores han interpretado
los 14 puntos de Wilson y el mantenimiento de los ejércitos aliados en zonas de
Europa central como una práctica tendente a fomentar el nacionalismo frente al
internacionalismo, ante esta efervescencia anarquista y socialista en Europa; dando
lugar posteriormente a la creación de estados tapón alrededor de Rusia aislando
así el peligro del bolchevismo. Pero, además de esto, se podría decir que hay
tres momentos históricos que marcan definitivamente el finiquito de las oleadas
revolucionarias de 1917-1922: el acceso de Mussolini al poder, la creación de
la URSS y la estalinización del proceso soviético a partir de 1924.
- 1922. La llegada del fascismo al
poder en Italia significa el epitafio del último intento revolucionario
potente en el continente siguiendo la esencia internacionalista de los
soviets. Y la llegada al poder, por primera vez, del fascismo.
- 1922. La creación de la URSS
supuso una paradoja sin igual. Por un lado, era un intento de borrar las
fronteras nacionales en pos del internacionalismo en una extensísima
región del mundo. Ahora lo que importaría serían las uniones de regiones
asamblearias, la solidaridad y la fraternidad, así lo atestigua en puridad
su nombre: Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (sin chauvinismos
nacionales). Sin embargo, por otro
lado, la definición oficial de esta nomenclatura conllevaba realmente unas
fronteras que no se iban a extender más y finalmente una preeminencia rusa
que desdibujaría la experiencia y suprimiría su esencia.
- Llegamos a 1924, la dirección de Stalin supone además la renuncia a la revolución mundial, el reconocimiento real del repliegue y la «asimilación de soviético a ruso». El socialismo en un solo país. La revolución europea quedaba clausurada y la rusa deformada para el resto de su existencia.
De todo este gran proceso
revolucionario, que sólo hemos introducido, se pueden extraer las siguientes
conclusiones:
La Revolución Rusa no debe ser
divulgada ni estudiada como un caso aislado, sino en consonancia con los demás
movimientos existentes y coetáneos. No obstante, es el que triunfa y se
convierte en la vanguardia del proceso. Estamos ante un proceso que va in crescendo entre 1917 y 1922 y que
está apunto de unir Alemania con Rusia.
Por otro lado, es de resaltar que la
Primera Guerra Mundial tiene un
final condicionado, entre otros factores, sobre todo en Rusia y Alemania, por
la propia revolución. Esta es a la vez consecuencia de la guerra y causa de la
aceleración de su final. La guerra termina por provocar el efecto contrario en
muchas personas respecto a su objetivo
inicial, por ello los soldados confraternizan entre sí, sintiéndose proletarios
explotados, pasando del nacionalismo al internacionalismo, del sentimiento de
identidad delimitado por fronteras al sentimiento de pertenencia a una clase
internacional y a unos valores distintos.
Por último, se debe otorgar a este
acontecimiento europeo, y en parte mundial, la importancia debida,
equiparándolo a las oleadas liberales del siglo XIX. El hecho de que los
sistemas políticos contemporáneos deriven de las revoluciones liberales de los
siglos XVIII y XIX no debe eclipsar otra realidad: que los sistemas sociales
actuales derivan, «o derivaron», de una pugna entre las clases populares
inconformistas y sus gobiernos liberales y sus poderes fácticos que los
llevaron a la guerra.
Logros como los derechos laborales y
sociales en general, la jornada de ocho horas, las 40 horas semanales
laborables, las vacaciones pagadas, los seguros sociales, la extensión del
estado del bienestar, la sanidad y educación públicas y universales, derivan de
una serie de circunstancias que se iniciaron en el primer cuarto del siglo XX y
que darían lugar a dos sistemas antagónicos en donde se competía no sólo en
materia económica, militarista, ideológica o política, sino también en ofrecer
una serie de mejoras sociales extensibles a las clases trabajadoras y a la
ciudadanía en general. Estos son sólo algunos elementos que derivaron de estos
procesos.
Festejar e investigar fechas históricas
desde las instituciones, como el triunfo del sistema liberal derivado de las
oleadas revolucionarias del siglo XIX, pero soslayar y omitir la envergadura y
trascendencia mundiales de las oleadas revolucionarias populares del siglo XX,
supone ocultar una realidad histórica de la que deriva nuestro mundo actual y
los derechos adquiridos en el siglo XX.
Bibliografía
Avilés Farré, J.: La Revolución Rusa. Madrid, 1997. Ed. Santillana.
AAVV: El Atlas Histórico. Historia Crítica del siglo XX. Valencia, 2015.
Ed. Le Monde Diplomatique. Ediciones Cybermonde S.L.
AAVV: Atlas de historia crítica y comparada. De la revolución industrial a
nuestros días. Valencia, 2011. Ed.
Le Monde Diplomatique. Ediciones Cybermonde S.L.
Balcells, A.: Cataluña contemporánea,
II, 1900-1939 (Estudios de Historia Contemporánea).
Madrid, 1984. Siglo XXI editores.
Broué, P.: Revolución en Alemania. Barcelona, 1973. A. redondo.
Carr, E. H.: La Revolución Rusa de Lenin a Stalin, 1917 – 1929. Madrid, 1981.
Alianza Editorial.
Fernández, A.: Historia Universal. Edad
Contemporánea. Barcelona, 2011. Vicen Vives.
Gil Pecharromán, J.: La Gran Guerra. Años de sangre, ruinas y
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Haffner, S: La Revolución Alemana 1918 – 1919. Barcelona, 2005. Inédita.
Hermann, K. y Hilgemann, W.: Atlas Histórico Mundial (II). De la
revolución francesa a nuestros días. Madrid, 1996. ISTMO.
Hobsbawm, E.: Historia del siglo XX. Barcelona, 2003. Crítica.
Hobsbawm, E.: La era del Imperio, 1875 – 1914. Barcelona, 2001. Crítica
Reed, J.: Diez días que estremecieron al mundo. Madrid,
1998. Ediciones Akal.
López Cordón, Mº Victoria y Martínez
Carreras, J.U.: Análisis y Comentarios
de Textos Históricos. II. Edad Moderna y Contemporánea. Madrid, 1978.
Alhambra.
Sergé, V.: El año I de la Revolución Rusa. Madrid,
1972. Ed. Siglo XXI.
[1] Desde1860, venía dándose un movimiento
popular campesino de carácter comunal, eran los llamados narodniki.
[2] Sobre la revolución mejicana destacamos:
Reed, J.: México insurgente.
Barcelona. Ed. Crítica, 2000.
[4] Car, E. H.: La Revolución Rusa de Lenin a Stalin, 1917 – 1929. Madrid, Alianza
Editorial, 1981. P, 11.
[5] Eric Hobsbawm. Op. Cit. P.63.
[6] Para más información: Sergé, V.: El año I de la Revolución Rusa. Madrid.
Ed. Siglo XXI. 1972.
[7] Si bien historiadores como Hobsbawm han
destacado la influencia del movimiento más allá de 1922, estaba claro que
potencialmente éste dejó de ser una amenaza para el orden existente a partir de
dicho año.
[8] Hobsbawm, E.: La era del Imperio, 1875 – 1914. Barcelona. Ed. Crítica, 2001. P.
286.
[9] El 31 de julio de 1914 el socialista Jean
Jaures era asesinado por un nacionalista exaltado.
[10] Podemos encontrar información a este
respecto en: Fraenkel, Roger: «El general Joffre: el asno que comandaba
leones», en El Atlas Histórico. Historia
crítica del siglo XX. Valencia. Ed. Ediciones Cibermonde. Le Monde
Diplomatique, 2011, pp. 16 – 17.
[11] Datos extraídos de: http://www.claseshistoria.com/1guerramundial/%2Bcrisis17oposicionguerra.htm, pertenecientes al libro de Gabriel
Cardona: "Los horrores de la
guerra", en VVAA (1996) La Gran
Guerra. Historia universal del S XX. Volumen 5.
[13] Anteriormente ya hablamos de la tradición
de las reuniones en las colectividades agrarias rusas durante el zarismo, en
este texto se hace una clara alusión a esa costumbre arraigada y que hacía de
los soviets algo no tan nuevo para algunos, o al menos no tan original.
[14] Avilés Farré, J.: La Revolución Rusa. Madrid. Ed. Santillana. 1997. P.59.
[15] Hobsbawm, E.: Historia del siglo XX. 1914 – 1991. Barcelona. Ed. Crítica, 2003.
P. 67.
[16] Este extracto se puede encontrar en
distintas fuentes, en nuestro caso destacamos el siguiente link:
[17] Ferro, M.: «Diez ejércitos extranjeros
contra la Revolución Rusa», en El Atlas
Histórico. Historia crítica del siglo XX. Valencia. Ed. Ediciones Cibermonde.
Le Monde Diplomatique, 2011, pp. 40 – 41.
[18] Tuñón de Lara, M.: La España del siglo XX, 1. La quiebra de una forma de Estado.
Barcelona. Ed. Laia, 1981. Pp. 25, 26 y 27.
[20] La conferencia de Zimmerwald reunión a 38
representantes socialistas de distintos países para trata el tema de la guerra,
después de que muchos partidos socialistas la hubiesen apoyado en sus
respectivos países. Su manifiesto fue redactado por Trostsky.
[21] Red, J.: Diez días que estremecieron al mundo. Madrid. Ediciones Akal, 1998. P.77.
[22] Fuente:
http://www.claseshistoria.com/1guerramundial/%2Bguerrafrente.htm
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