domingo, 9 de marzo de 2014

LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO III.


LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO III. La escuela rankeana. Historicismo y positivismo.



Introducción.

Prosiguiendo y en consonancia con el artículo LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO II. La Ilustración. Idealismo y revolución política. La revolución francesa; ¿Cómo podían solventar los teóricos y los historiadores que tenían esa fe ciega en el capitalismo, como última forma de progreso y como cúspide suprema de la especie humana, el problema de las clases trabajadoras que pensaban que: al igual que la burguesía se había hecho con del poder ellos también podían? 

         En Francia las teorías racionalistas e idealistas y de revolución política, como hemos visto, habían roto con la interpretación de la escuela escocesa de la economía política, que era la que otorgaba a la economía un carácter mecánico, autónomo e independiente del hombre, sin que este pudiera intervenir prácticamente, como vimos en el artículo anterior. Esto era muy peligroso para los intereses de la clase burguesa, ya que demostraba que el factor humano tenía un peso muy importante en la historia. Por lo tanto, las clases más bajas podían adquirir conciencia de su inmenso poder, eran mayoría y no tenían que temer ya a ningún statu quo inamovible, celestial y mecánico. A todos estos problemas se dio salida no sólo a través de represiones y reacciones autoritarias y proto-fascistas (1), como se podría comprobar a lo largo del siglo XIX, sino también elaborando una nueva forma de hacer historia que se autodenominó científica.

1. Historicismo y positivismo.

La escuela rankeana, el historicismo y el positivismo fueron los pilares de una nueva historia durante buena parte del siglo XIX y XX, que nos presentaba el orden establecido con unas características que siempre había tenido y que siempre tendría; porque como afirma Fontana: «Romanticismo, historicismo, interpretación Whig de la historia, positivismo, etc., son estrategias para un mismo objetivo: la preservación del orden burgués».
 
Ahora destacarían, desde mediados del siglo XIX,  una nueva estela de grandes pensadores como Niebuhr (1776-1831), Ranke (1795-1886), Comte (1798-1857). Era esta una nueva generación de intelectuales, la mayoría de los cuales no había vivido con uso de razón la Revolución Francesa. Sus teorías nacen en un contexto en el cual se va palpando el triunfo de la democracia burguesa al tiempo que hay que hacer frente a las nuevas fuerzas sociales, que empujan desde abajo, y a las nuevas teorías del socialismo utópico y posteriormente del socialismo científico.

El historicismo, aunque derivó en una narración inofensiva para la sociedad imperante, se presentaba con el objetivo de otorgar a la historia el supremo valor de la ciencia. La historia era importante para comprender la sociedad; historiadores y pensadores como Troeltsch, Wilhelm Dilthey, Friedrich Meinecke,  fueron seguidores de esta corriente de pensamiento.

El historicismo se encargaría de narrar la historia de los grandes reyes, papas, imperios y civilizaciones, sus objetos preeminentes de estudio. Se trataba de una narración, según ellos, objetiva, había que «contar los hechos y acontecimientos tal y como realmente ocurrían». Esta era una de las máximas de la escuela rankeana. Había que hacer de la historia una disciplina científica y rigurosa, que luego acabaría de nuevo legitimando el orden social. Y la única historia científica y objetiva realmente fiable debía ser la historia académica y oficial, la cual estaba hecha a partir de documentos oficiales y, por lo tanto, auténticos y fiables. 

Pero el historicismo, lejos de convertir a la historia en una ciencia como habían creído y querido muchos de sus seguidores, sirvió más bien para crear una mentalidad colectiva en la sociedad: siempre habían existido la jerarquización, guerras, batallas, ricos, pobres, etc. Pero esto era algo inamovible, se nos transmitía una historia que nos describía una sociedad en plena armonía, no había dialéctica alguna ni análisis de las contradicciones sociales y económicas.

Leopold von Ranke, discípulo de Niebuhr, fue quien desarrollo esta corriente historiográfica. Su primera gran obra fue Historia de los pueblos románicos y germánicos, 1494-1514 (1825-1871), a esta le seguirían Historia de los papas durante los siglos XVI y XVII, Historia de Alemania en tiempos de la Reforma, Guerras civiles y monarquía en la Francia de los siglos XVI y XVII. Como vemos una historia esencialmente política, de reyes y de la élite social. Y es que el historicismo surgió muy ligado a los nacionalismos del siglo XIX y fue utilizado para mitificar el concepto de nación y resaltar la historia épica de los pueblos germánicos.

Por otro lado surgía el positivismo que completaba esta visión de la historia y la sociedad (2). August Comte fue su fundador con su obra Curso de filosofía positiva (6 volúmenes 1830-1842). Fontana se refiere al positivismo con estas palabras: 

« Como ha dicho Gouldner: La burguesía necesitaba, por un lado, completar su revolución y, por otro, precisaba proteger su posición y sus propiedades del desorden urbano y la inquietud proletaria (...). La sociología profética y evolucionista de Comte sostenía que lo que se necesitaba para completar la nueva sociedad no era la revolución sino, más bien, la pacífica aplicación de la ciencia y el conocimiento: el positivismo ».

Fontana, J.: Historia: análisis del pasado y proyecto social. Ed. Crítica

Para el positivismo no había que buscar las causas o el porqué de los cambios o de las transformaciones, ni partía de dialéctica alguna; lo único que debíamos hacer era descubrir las leyes efectivas que regían la sociedad y el universo. Todo ello partiendo de que el pensamiento evolucionaba independientemente de la realidad material y de las contradicciones de cada sociedad, influido por el idealismo.

Teníamos pues una nueva forma de hacer historia, el historicismo, como hemos comentado,  que consistía en narrar y no en analizar crítica y explicativamente; lo que elevado a su máxima se convertía en historia política, biografías, etc. A todo ello el carácter científico lo daba el positivismo

Todo este pensamiento historiográfico vino a resolver el problema que, como vimos, se había creado con la revolución francesa en torno a la concepción economicista y mecánica de la historia que daba la escuela de la economía política.  Si esta dotaba de unas leyes celestiales a la economía, que evolucionaba prácticamente por si sola sin poder hacer nada el ser humano y sus ideas, ahora el positivismo idealista afirmaba que el pensamiento y las ideas evolucionaban de forma independiente desde un estadio clásico en el que se habían dado explicaciones sobrenaturales y metafísicas a otro realmente científico, pasando por una fase intermedia. Así se legitimaba el espíritu idealista y de las luces de la revolución de Francia y de nuevo se llegaba a la misma conclusión de la escuela escocesa, pero aplicado al intelecto humano, este había llegado a su última fase: el estadio científico o positivo. Y todo ello sin relación entre evolución material (economía, tecnología, medio natural, etc.) y evolución idealista (ideas, mentalidades, culturas).

El positivismo adoptó en gran parte el evolucionismo mecanicista del empirismo, que vimos en el capítulo dedicado a la escuela escocesa, pero dando una gran importancia a la lógica y al pensamiento humano, es decir a las ideas. 

De nuevo el estadio actual de la sociedad y del pensamiento en Europa eran el último y único válido. Otra vez se otorgaba un carácter inamovible a la sociedad por mucho que el proletariado y el socialismo se empeñasen en demostrar que la sociedad continuaba en dinámica (3). Así se combatía la tensión social y el peligro revolucionario, no sólo a nivel físico, coacción en la calle, y político, a través de las instituciones burguesas, sino también a través de la lucha ideológica e intelectual. Los grandes empresarios y banqueros podían estar a salvo. La burguesía conseguía así, una vez consolidada su revolución, crear nuevas tendencias ideológicas para evitar futuras revoluciones que la desbancasen del poder, como ella misma había hecho con la nobleza y el Antiguo Régimen. 

Conclusión.
 
Llegados a este punto es de resaltar la gran deficiencia del positivismo y el historicismo. El positivismo fue ante todo una forma de conciliar el idealismo y el racionalismo del continente con el empirismo de las islas británicas, una fórmula que demostraba que las ideas y el pensamiento eran en gran parte independientes e influyentes, pero que no podían ir mucho más allá de conocer las leyes inamovibles y naturales de la sociedad. Por lo tanto, el hombre como sujeto social, participativo y transformador en la dinámica de contradicciones de la sociedad quedaba bastante anulado, esta fue la gran deficiencia de esta ciencia positiva. Deficiencia que vino muy bien para resolver el problema de una revolución política llevada a cabo por los más desprotegidos.

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1. En El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte Marx está vislumbrando y adelantándonos, con una gran clarividencia, el fascismo en el siglo XX, que supuso el mayor fracaso del capitalismo y su mayor crisis, es por eso que utilizo aquí el término “proto-fascistas”.
2. Ya el propio Immanuel Kant intentó conciliar el racionalismo del continente con el empirismo inglés, sentado un claro precedente del positivismo.
3. Es importante resaltar que el positivismo sufrió una evolución desde sus orígenes hasta fines de siglo XX. A principio del siglo XX surgió lo que se denominó el positivismo lógico, un grupo de pensadores rechazó que la verdadera base del conocimiento estuviera en la experiencia personal y resaltó la importancia de la comprobación científica y el empleo de la lógica formal.


Francisco González Oslé. Profesor de Geografía e Historia.

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