LAS
GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO III. La escuela rankeana. Historicismo
y positivismo.
Introducción.
Prosiguiendo
y en consonancia con el artículo LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO
HISTORIOGRÁFICO II. La Ilustración. Idealismo y revolución política. La
revolución francesa; ¿Cómo
podían solventar los teóricos y los historiadores que tenían esa fe ciega en el
capitalismo, como última forma de progreso y como cúspide suprema de la especie
humana, el problema de las clases trabajadoras que pensaban que: al igual que
la burguesía se había hecho con del poder ellos también podían?
En Francia las teorías
racionalistas e idealistas y de revolución política, como hemos visto, habían
roto con la interpretación de la escuela escocesa de la economía política, que
era la que otorgaba a la economía un carácter mecánico, autónomo e
independiente del hombre, sin que este pudiera intervenir prácticamente, como vimos
en el artículo anterior. Esto era muy peligroso para los intereses de la clase
burguesa, ya que demostraba que el factor humano tenía un peso muy importante
en la historia. Por lo tanto, las clases más bajas podían adquirir conciencia
de su inmenso poder, eran mayoría y no tenían que temer ya a ningún statu
quo inamovible, celestial y mecánico. A todos estos problemas se dio salida
no sólo a través de represiones y reacciones autoritarias y proto-fascistas
(1), como se podría comprobar a lo largo del siglo XIX, sino también elaborando
una nueva forma de hacer historia que se autodenominó científica.
1. Historicismo y positivismo.
La escuela rankeana, el historicismo y el positivismo fueron los pilares de una
nueva historia durante buena parte del siglo XIX y XX, que nos
presentaba el orden establecido con unas características que siempre había
tenido y que siempre tendría; porque como afirma Fontana: «Romanticismo, historicismo, interpretación
Whig de la historia, positivismo, etc., son estrategias para un mismo objetivo:
la preservación del orden burgués».
Ahora
destacarían, desde mediados del siglo XIX, una nueva estela de grandes pensadores
como Niebuhr (1776-1831), Ranke (1795-1886), Comte (1798-1857). Era esta una
nueva generación de intelectuales, la mayoría de los cuales no había vivido con
uso de razón la Revolución Francesa. Sus teorías nacen en un contexto en el
cual se va palpando el triunfo de la democracia burguesa al tiempo que hay que
hacer frente a las nuevas fuerzas sociales, que empujan desde abajo, y a las
nuevas teorías del socialismo utópico y posteriormente del socialismo
científico.
El historicismo, aunque derivó en una
narración inofensiva para la sociedad imperante, se presentaba con el objetivo
de otorgar a la historia el supremo valor de la ciencia. La historia era
importante para comprender la sociedad; historiadores y pensadores como
Troeltsch, Wilhelm Dilthey, Friedrich Meinecke, fueron seguidores de esta corriente de
pensamiento.
El
historicismo se encargaría de narrar la historia de los grandes reyes, papas,
imperios y civilizaciones, sus objetos preeminentes de estudio. Se trataba de
una narración, según ellos, objetiva, había que «contar los hechos y
acontecimientos tal y como realmente ocurrían». Esta era una de las máximas de
la escuela rankeana. Había que hacer de la historia una disciplina científica y
rigurosa, que luego acabaría de nuevo legitimando el orden social. Y la única
historia científica y objetiva realmente fiable debía ser la historia académica
y oficial, la cual estaba hecha a partir de documentos oficiales y, por lo
tanto, auténticos y fiables.
Pero
el historicismo, lejos de convertir a la historia en una ciencia como habían creído
y querido muchos de sus seguidores, sirvió más bien para crear una mentalidad
colectiva en la sociedad: siempre habían existido la jerarquización, guerras, batallas,
ricos, pobres, etc. Pero esto era algo inamovible, se nos transmitía una
historia que nos describía una sociedad en plena armonía, no había dialéctica
alguna ni análisis de las contradicciones sociales y económicas.
Leopold
von Ranke, discípulo de Niebuhr, fue quien desarrollo esta corriente historiográfica.
Su primera gran obra fue Historia de los pueblos románicos y germánicos,
1494-1514 (1825-1871), a esta le seguirían Historia de los papas durante
los siglos XVI y XVII, Historia de Alemania en tiempos de la Reforma,
Guerras civiles y monarquía en la Francia de los siglos XVI y XVII. Como
vemos una historia esencialmente política, de reyes y de la élite social. Y es
que el historicismo surgió muy ligado a los nacionalismos del siglo XIX y fue
utilizado para mitificar el concepto de nación y resaltar la historia épica de
los pueblos germánicos.
Por
otro lado surgía el positivismo
que completaba esta visión de la historia y la sociedad (2). August Comte fue
su fundador con su obra Curso de filosofía positiva (6 volúmenes
1830-1842). Fontana se refiere al positivismo con estas palabras:
« Como ha dicho Gouldner: La burguesía necesitaba,
por un lado, completar su revolución y, por otro, precisaba proteger su
posición y sus propiedades del desorden urbano y la inquietud proletaria (...).
La sociología profética y evolucionista de Comte sostenía que lo que se
necesitaba para completar la nueva sociedad no era la revolución sino, más
bien, la pacífica aplicación de la ciencia y el conocimiento: el positivismo ».
Fontana,
J.: Historia: análisis del pasado y proyecto social. Ed. Crítica
Para
el positivismo no había que buscar las causas o el porqué de los cambios o de
las transformaciones, ni partía de dialéctica alguna; lo único que debíamos
hacer era descubrir las leyes efectivas que regían la sociedad y el universo.
Todo ello partiendo de que el pensamiento evolucionaba independientemente de la
realidad material y de las contradicciones de cada sociedad, influido por el
idealismo.
Teníamos
pues una nueva forma de hacer historia, el
historicismo, como hemos comentado, que consistía en narrar y no
en analizar crítica y explicativamente; lo que elevado a su máxima se convertía
en historia política, biografías, etc. A todo ello el carácter científico lo
daba el positivismo.
Todo
este pensamiento historiográfico vino a resolver el problema que, como vimos,
se había creado con la revolución francesa en torno a la concepción
economicista y mecánica de la historia que daba la escuela de la economía
política. Si esta dotaba de unas leyes celestiales a la economía, que
evolucionaba prácticamente por si sola sin poder hacer nada el ser humano y sus
ideas, ahora el positivismo idealista afirmaba que el pensamiento y las ideas evolucionaban de forma independiente desde un estadio clásico en el que se
habían dado explicaciones sobrenaturales y metafísicas a otro realmente
científico, pasando por una fase intermedia. Así se legitimaba el espíritu
idealista y de las luces de la revolución de Francia y de nuevo se llegaba a la
misma conclusión de la escuela escocesa, pero aplicado al intelecto humano, este
había llegado a su última fase: el estadio científico o positivo. Y todo ello
sin relación entre evolución material (economía, tecnología, medio natural,
etc.) y evolución idealista (ideas, mentalidades, culturas).
El
positivismo adoptó en gran parte el evolucionismo mecanicista del empirismo,
que vimos en el capítulo dedicado a la escuela escocesa, pero dando una gran
importancia a la lógica y al pensamiento humano, es decir a las ideas.
De
nuevo el estadio actual de la sociedad y del pensamiento en Europa eran el
último y único válido. Otra vez se otorgaba un carácter inamovible a la
sociedad por mucho que el proletariado y el socialismo se empeñasen en
demostrar que la sociedad continuaba en dinámica (3). Así se combatía la
tensión social y el peligro revolucionario, no sólo a nivel físico, coacción en
la calle, y político, a través de las instituciones burguesas, sino también a
través de la lucha ideológica e intelectual. Los grandes empresarios y
banqueros podían estar a salvo. La burguesía conseguía así, una vez consolidada
su revolución, crear nuevas tendencias ideológicas para evitar futuras
revoluciones que la desbancasen del poder, como ella misma había hecho con la
nobleza y el Antiguo Régimen.
Conclusión.
Llegados
a este punto es de resaltar la gran deficiencia del positivismo y el
historicismo. El positivismo fue ante todo una forma de conciliar el idealismo
y el racionalismo del continente con el empirismo de las islas británicas, una
fórmula que demostraba que las ideas y el pensamiento eran en gran parte
independientes e influyentes, pero que no podían ir mucho más allá de conocer
las leyes inamovibles y naturales de la sociedad. Por lo tanto, el hombre
como sujeto social, participativo y transformador en la dinámica de
contradicciones de la sociedad quedaba bastante anulado, esta fue la gran
deficiencia de esta ciencia positiva. Deficiencia que vino muy bien para
resolver el problema de una revolución política llevada a cabo por los más
desprotegidos.
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1. En El dieciocho de
Brumario de Luis Bonaparte Marx está vislumbrando y adelantándonos, con una
gran clarividencia, el fascismo en el siglo XX, que supuso el mayor fracaso del
capitalismo y su mayor crisis, es por eso que utilizo aquí el término “proto-fascistas”.
2. Ya el propio Immanuel Kant
intentó conciliar el racionalismo del continente con el empirismo inglés,
sentado un claro precedente del positivismo.
3. Es importante resaltar que
el positivismo sufrió una evolución desde sus orígenes hasta fines de siglo XX.
A principio del siglo XX surgió lo que se denominó el positivismo lógico, un
grupo de pensadores rechazó que la verdadera base del conocimiento estuviera en
la experiencia personal y resaltó la importancia de la comprobación científica
y el empleo de la lógica formal.
Francisco González Oslé. Profesor de Geografía e Historia.