martes, 4 de marzo de 2014

LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO II



LAS GRANDES ESCUELAS DEL PENSAMIENTO HISTORIOGRÁFICO II. La Ilustración. Idealismo y revolución política. La revolución francesa


1. El contexto. 

Como vimos en el artículo Las grandes escuelas del pensamiento historiográfico I. La economía política. Evolución mecánica, determinismo económico e Historia, en las islas británicas predominaban: el empirismo, la experiencia sensible y sustancial, el determinismo económico y mecánico. En definitiva, el corpus doctrinario que formaba la denominada economía política. Pero esto era una evolución sin revolución política, sin ruptura. Aquello fue un pacto entre la nueva burguesía vanguardista, que empujaba desde su posición económica cada vez más potente, y la aristocracia y los valores e instituciones políticas del antiguo régimen inglés. Una burguesía comercial e industrial que controlaba ya los modos y medios de producción , pero que aún no se había hecho totalmente con el poder político, lo cual le interesaba para hacer una legislación acorde con los nuevos tiempos y conforme  a sus intereses.

            En el continente las circunstancias eran muy distintas, los cambios estaban produciéndose de otra manera y todavía tenía mucho peso el racionalismo de Descartes, cuya teoría del conocimiento afirmaba que el hombre podía conocer, no a través de la experiencia sino de ideas innatas que poseía en su mente (se podía conocer a Dios a través de la razón).

A su vez la influencia del idealismo trascendental del alemán Immanuel Kant también tuvo su peso; aunque el Kant maduro estableció ya una síntesis del empirismo y del idealismo. Pero era evidente que el movimiento de los ilustrados franceses era un movimiento de ideas que quería influir en las mentalidades. 

Por lo tanto, en Francia se daba un gran importancia a las ideas, no había que esperar a que la evolución económica trajese una nueva forma de gobierno al servicio de la burguesía; no bastaba con eso, había que hacer la revolución. Una revolución política en la que jugaba una gran importancia la liberación intelectual de las masas a través de la Ilustración. Para ello se hizo, como sabemos, esa gran obra que fue la Enciclopedia en la que participaron teóricos como Voltaire, Diderot o Rousseau, entre otros. 

¿En qué desembocó todo ello?, pues en una revolución política, en la cual se dio un paso más. La burguesía no pactó con la nobleza, como ocurrió en Gran Bretaña, sino con el pueblo llano y el campesinado. Esto provocó a la larga un miedo terrible entre la propia burguesía a posteriori, pues temieron no poder parar la revolución en el momento oportuno y que los que empujaban desde más abajo se hiciesen con el poder.

Veamos el siguiente esquema: 

INGLATERRA:

- Empirismo: conocimiento a través de la experiencia sensible
- Evolución económica y mecánica sin revolución política.
- Cambios sociales, dos posturas:     
                              
  •  Radicales: abolir la propiedad.
  • Conservadores: Conservar la propiedad.
- Los radicales tienen menos peso que en Francia.
- Pacto entre nobleza y burguesía.
- La monarquía se mantiene: monarquía parlamentaria. Como luego ocurriría en Prusia o España. 

FRANCIA: 

- Idealismo y racionalismo conocimiento a través de las ideas. Ilustración.    
- Necesidad de revolución política.
- Cambios sociales, dos posturas: 

  • Radicales: abolir la propiedad. Iguales de Babeuff. Radicales más peso que en Inglaterra.
  • Conservadores.  Conservar la propiedad. 
- Colaboración entre campesinado y gran masa de trabajadores y burguesía.
-Ruptura política: república.

2. El liberalismo idealista y racionalista de la Ilustración.  

Desde 1789 y a lo largo de todo el siglo XIX Francia fue un eterno y doloroso parto hasta que se impuso la república. Hubo un continuum de acción y reacción en el cual se debatían por el poder desde la gran burguesía conservadora, que deseaba un pacto con la nobleza y la monarquía, hasta la pequeña burguesía más exaltada, los jacobinos de Danton, Marat o Robespierre y sus herederos decimonónicos, que preferían contar con el apoyo de las clases más populares y sus ideólogos, como los Sans Culottes o los Iguales de Babeuff

«La revolución francesa no es más que el heraldo de otra revolución mayor que será la última (...). La ley agraria o el reparto de los campos fue el voto inmediato de algunos soldados sin principios, de algunos poblados movidos por su instinto más que por la razón. ¡Nosotros tendemos a algo más sublime y más equitativo, el “bien común” o la “comunidad de los bienes”!. No más propiedad individual de las tierras, “la tierra no es de nadie”. Reclamamos, queremos el disfrute en común de los frutos de la tierra: “los frutos son de todos”. Declaramos no poder seguir sufriendo que la inmensa mayoría de los hombres trabaje y se esfuerce al servicio y para el placer de la pequeña minoría (...)»1.

Actitudes y sentimientos como los de los Iguales o los Sans Culottes, y episodios como la quema de propiedades y de los libros de cuentas de los señores feudales en el campo, pusieron el grito en el cielo de la burguesía más conservadora y de la nobleza (2). La revolución francesa ya no tenía nada que ver con la Gloriosa de Inglaterra; se había ido más lejos. Las circunstancias sociales de Francia y la influencia de la Ilustración y el idealismo habían demostrado al pueblo llano y a los campesinos que a través de una revolución política llevada a cabo por hombres, en el momento adecuado de confluencia de factores, se podía dar un paso más hacia una nueva sociedad. No había que dejarse llevar por ninguna evolución económica determinista y mecánica, por ningún laissez feur, laissez paseur. Los hombres podían hacer su propia historia y transformar la sociedad. 

Pero todas estas actitudes serían aplastadas una y otra vez en ese círculo vicioso y en esa dinámica innata de la revolución francesa a lo largo del siglo XIX. Cuanto más presionaban los de abajo y los más radicales y más cerca estaban del poder, más se radicalizaban los conservadores y más se homogeneizaba el bloque conservador. Así fue como se llegó al Directorio, al Imperio de Napoleón y al autogolpe de Luis Napoleón Bonaparte en 1851.

Esta dialéctica que se dio en Francia desde 1789 y en varios momentos del siglo XIX, fue un antecedente ejemplar de lo que pasaría en muchas jóvenes y débiles democracias burguesas ante problemas sociales y cuestiones de todo tipo a las que no sabían dar salida. Ocurriría por ejemplo en episodios del siglo XX como la crisis de la república de Weimar en Alemania o la tensión de la II República española. La democracia burguesa se presentaba siempre como término medio y solución objetiva a todos los problemas. Pero cuando las clases populares, de acuerdo con unas determinadas circunstancias personales y coyunturales, se decidían a exigir y a ocupar campos y fábricas y a hacer la revolución el pánico cundía en los sectores más conservadores, y la burguesía moderada se «caía» hacia la derecha más ultra. Estos han sido momentos en la historia de guerras civiles o de ascenso de regímenes autoritarios como el franquismo o el ascenso del nazismo en Alemania. Toda la burguesía se atrinchera en un fuerte aparato estatal burocrático y militar para hacer frente a la revolución. Es así como la democracia burguesa genera sus propias condiciones de autodestrucción. La burguesía no se da cuenta, o sí, de que su gobierno democrático la destruye a ella misma, desapareciendo el libre mercado y apareciendo un proteccionismo estatal y centralizado, pero preservándose siempre la propiedad privada y los monopolios. 

Este tipo de planteamientos son analizados con gran clarividencia por Marx en El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte. Elisa Chuliá, en una introducción a esta obra de Marx afirma lo siguiente

«Fija (Marx) su atención principalmente en las motivaciones y estrategias de la burguesía, que empujada por las contradicciones del sistema que contribuyó a edificar tras la Revolución de 1789, abandona las demandas políticas supuestamente propias de su clase, es decir, el mantenimiento de un régimen liberal. Cede, por tanto, su poder de gobierno a cambio de ver preservados sus intereses económicos y recibir protección ante la amenaza obrera. ¡Dura lección la que la segunda República enseña a los burgueses, que “sólo pueden continuar explotando a las otras clases y gozando tranquilamente de la propiedad, la familia, la religión y el orden, bajo la condición de que su clase sea condenada, junto con las otras, a la misma unidad política!» (3).

Por lo tanto, volviendo a la Revolución Francesa, esta había ido mucho más lejos. De la concepción Whig de la historia propia de las islas británicas y de la escuela escocesa, que favorecía plenamente y estaba hecha por y para la burguesía, se había pasado a otra interpretación donde el gobierno de la burguesía estaba en peligro, ya fuese por la revolución social o por la reacción más autoritaria. Los ilustrados más exaltados y el peso del idealismo en el continente habían echado por tierra el evolucionismo economicista que aseguraba a la burguesía en el poder.

Conclusión.

Había que idear nuevas formas de hacer historia para preservar el statu quo al nuevo gobierno burgués.  Surgieron nuevas escuelas historiográficas en el continente que darían el soporte a este problema, destacando la escuela rankeana. Esta forma de hacer historia también se autodenominaría de científica, objetiva y rigurosa, y estaba influida, al igual que la Ilustración y la Revolución Francesa, por la filosofía idealista del continente, pero sería un idealismo más irracional, espiritual, el espíritu de las naciones frente a las revoluciones sociales. Ahora no se trataba de transformar sino de preservar la sociedad capitalista frente a la revolución social. Es ahora cuando entra en juego la escuela rankeana y el positivismo que veremos en otra ocasión.

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1. Fontana, J.: Historia: análisis del pasado y proyecto social. Ed. Crítica. Este texto extraído de esta obra de Fontana y cuyo autor es Sylvain Maréchal, expone muy bien el sentimiento del movimiento de los Iguales.
2. Tal es el pánico que despertaron estos episodios que, como sabemos, la ocupación y quema de las propiedades señoriales se ha denominado en muchos libros de historia la Grande peur, es decir el gran miedo.
3. Marx, K.: El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte. Ed. Alianza Editorial.


Francisco González Oslé. Profesor de Geografía e Historia.

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